Todos los lunes la misma vaina. Justo después de cenar, bronca asegurada. Por mucho que nos lo propongamos en esta casa no se cena antes de las nueve de la noche, lo que obliga a todos sus componentes a tomar el postre con los primeros minutos de la oferta televisiva en horario de máxima audiencia.

Aquí estalla el melodrama: Se cae de sueño después del arrastre del fin de semana, el madrugón del lunes y las clases extraescolares de fútbol que permite a alguno de sus padres ir a recogerlo, pero no hay manera. Bajo ningún concepto Mi Moco se va a la cama. A punto de que sean las diez de la noche aparece Jesús Vázquez (qué guapo está este hombre, pienso yo), dispuesto a otra exhibición de niños de la misma edad que el mío con un talento prodigioso para convertirse en estrellas. Estrellas de las buenas: sus fans hasta juegan en el recreo al concurso de marras.

Los programadores de televisión debieron de criarse sin madre que pretendiera educarlos. Y fijo no tienen hijos. De ahí que elijan para el prime time programas protagonizados por niños cuyos principales espectadores son también los más pequeños de la familia. A cambio, todas las tardes cuando llegan a casa y meriendan, tienen en sus televisores un buen puñado de viejas despellejándose en directo descubriendo hasta la talla de bragas que usa una, quien por supuesto, no está presente. Pero por la noche después de cenar, no hay quien se resista a una buena competición de imberbes juzgados por adultos que los tratan como si de verdad fueran a hacer carrera en la vida por haber alcanzado esas cotas de audiencia. Audiencia que ha reportado jugosos beneficios a las cadenas que emiten dichos programas; de ahí que no muevan su hora de emisión ni locos.

Confieso haber perdido la cuenta de los días y las cadenas que han optado por esta fórmula. He visto a niños en edad de estar en la cama a las diez, cocinando, actuando e imitando con una calidad sublime. Y he comprobado los niveles de perfección que se les exige. Hay jurados que quieren ver al mismísimo Michael Jackson en el escenario y no descansarán hasta que resucite en un niño de un pueblo de Zamora si hace falta.

Imagino que la perversión de los que inventan formatos televisivos no acaba aquí. ¿Quién querría perderse la pelea diaria de esas madres y padres intentando arrastrar a sus hijos a la cama? Dentro de poco pondrán cámaras en nuestras casas para un nuevo programa en horario de máxima audiencia en el que midamos nuestras fuerzas con nuestros hijos pero sacándole rédito  a todo esto.

No quiero ni imaginar qué familia ganará ese talent show... No vaya a ser que hasta eso lo dicte la audiencia.