La censura paraliza el desarrollo cultural de los pueblos. Por su culpa, los españoles llevamos años de adelanto en lo que a retroceso antropológico se refiere, valga la paradoja.

Nos viene de antiguo, desde los tiempos de la Inquisición, cuando la censura quedó inscrita para los restos en el código genético del poder. Puede decirse que, en la historia universal de la castración cultural, nuestro país se lleva la atención del mundo. Sin ir más lejos, el otro día, los del New York Times lo dieron por Twitter.

Si conocieran a fondo nuestro pasado nos dejarían por imposibles. Porque la Historia de España es como la morcilla, hecha con sangre y de apariencia venérea. Esto se extiende a todos los ámbitos y, por supuesto, a los periódicos, ejemplo vivo de matanza desde el momento en que la razón colectiva se rinde ante la sinrazón individual. Mal asunto, pues un periódico es el propósito de un colectivo para informar al pueblo. Para ello, los cimientos del periódico no pueden reducirse a la economía, sino ampliarse hasta la estructura psíquica, o superestructura, raíz que la censura saca de cuajo para imponer su opinión mercantil ¿Qué libros leer? ¿Qué música escuchar? ¿Qué películas ver? y así, puñetitas varias, sección cultural.

La censura primero castra y luego implanta el sistema de signos que va a condicionar nuestra conducta. Cuando esto último se lleva a la práctica en un país con querencia a los mataderos, la palabra cultura queda enterrada en las cunetas. Sólo asomarse a nuestra Historia para darse cuenta de que la verdadera crisis de los medios de comunicación nos viene de lejos. Porque es cultural; anemia en el espíritu originada en el principio de los tiempos, cuando la libertad de expresión fue suprimida por la libertad de represión.

En los últimos años, con el asunto de las redes sociales y los cacharritos, los opinados de siempre nos hemos convertido en opinadores, que hubiese dicho mi añorado Eduardo Galeano. Un peligro que los herederos de la Santa Inquisición reprimen con leyes para perros; entre otras hay una que conocemos como Ley Mordaza.
Pero no me quiero extender más, vine aquí a contestar al tuit del NYT. Lo hago en castellano, lengua con la que se escribió el Siglo de Oro, que duró más de un siglo y brilló por su buena letra, de tinta y sangre venérea.

En España, ahora por San Martín, pueden ustedes degustar la morcilla, metáfora de nuestra Historia.