Abro Twitter. En ese momento alguien da eco a la frase del Papa Francisco en la que anuncia que el infierno no existe. Es más, el tuit añade que "el infierno no existe y que Adán y Eva es un cuento". Qué maravilla de Papa, pienso entonces.

Llueve a cántaros en la estación de la frontera Serbia-Croacia donde quedan restos de comida esparcidos por el suelo. Hace frío. Las puertas del siguiente tren están cerradas y no se pueden cobijar. Los refugiados que esperan perciben que tampoco caben todos en los vagones que esperan. La desesperación vuelve. Las puertas se abren. Más gritos. Una familia sube y parte se queda fuera.

¿Qué ha dicho el Papa? Lo releo en mi móvil: que el infierno no existe.

Parece un alivio, pero no es auténtico.

No es verdad que lo haya dicho el Pontífice.

El infierno sigue en la frontera.

El averno real está en la desesperación de cientos de familias que huyen del miedo. Está en los gritos cuando suben a un tren con destino incierto. El infierno está en los abusos a menores y mujeres. El infierno está en los que se quedan sin vagón porque no han podido subir y tampoco saben cuándo volverán a ver a los que van dentro. El infierno está en esos niños de Lesbos que pasan frío. El infierno está en las eternas caminatas.

¿Hacen falta más infiernos? Ese pánico que la Iglesia siempre ha amasado con harina de sacramento para mantener el Cielo como territorio propio ya no vale como pasaporte. El miedo ha sido la manta bajo la que muchos se han cobijado y la bandera bajo la que muchos aguardan. El Cielo puede esperar mientras haya miedo.

El supuesto discurso del Papa Francisco en el que el Pontífice afirmaba que el infierno no es más que un recurso literario, al igual que el relato de Adán y Eva recogido en el Génesis es falso. Y es una pena. Porque sería genial que fuera cierto, que lo hubiera dicho Francisco. Encaja en su biografía. Sería una forma de aliviar el dolor y anunciarnos felizmente que no hay más dolor que el de la tierra. Ya basta, ¿no? Sobra con este. Ya tenemos bastantes infiernos.

Mientras alguien confirma a toda prisa que el nuevo hoax del Papa es falso -otra de esas frases atribuidas a Francisco- el infierno sigue. El de verdad. Las puertas se abren, no entran todos, vuelve la desesperación y, en medio de todo eso, la lluvia cesa. Entonces, para algunos de los que se quedan, el Cielo es simplemente esa pausa.