Rumbo a Intramurs, a bordo del AVE, por segundo año consecutivo. El Festival de Arte de Valencia se convierte, durante dos completas semanas de frenética actividad, en república independiente, último bastión y punto de encuentro para jóvenes artistas y poetas llegados de casi todos los rincones del mundo. El casco histórico de la ciudad muta en gigantesca galería de arte urbano, contemporáneo e interdisciplinar. Saldo: más de 300 obras a la vista de todo el mundo. Salvia Ferrer es su hiperactiva directora. Huir del “decorativismo rampante”, la consigna. Holanda, país invitado. Banksy estaría encantado de grafitear allí.

Se puede. Desde luego que se puede. No resulta tan difícil lograr que el arte tome las calles y lo haga al margen de la oficialidad reinante, soporífera, oficinesca. El Sombrerero Loco y el Conejo Blanco discuten en el vagón de clase preferente por culpa de los casquitos de la tele. Coincido con Andrés Montes y Javier Pérez Aranda, artistas conceptuales cuya existencia es algo así como un work in progress de ‘artura’. Montes y Pérez Aranda, Pérez Aranda y Montes, los Super Mario Bros del arte español moderno.

Álvaro de Luna, el mítico Algarrobo, nos aborda con su enorme sonrisa para interesarte por la gigantesca máquina de escribir modelo vintage que arrastra Montes en su carrito. “Vamos a recoger, frente a este ruidoso teclado, toda la poesía de la gente”, le explica Montes al actor. Y, ahí, lo clava. Ese es el espíritu Intramurs. La esencia.

Monique Bastiaans, Dionisio Cañas, David Trashumante, Carlos Llavata … La lista de artistas performáticos y poetas invitados resulta interminable. Barrio del Carmen. Se trata de convertir sus calles en una gigantesca galería. Y, así, marchando sonrientes, de recital en recital, semejamos zombis halloweneros entregados al hambre de los muertos. De repente, surge un campo de cebada en la plaza de la Virgen. Y enormes pancartas blanquinegras recuerdan el eco de revoluciones olvidadas. Se recuperan solares abandonados en forma de expos. La muchachada, atenta a cada verso, a cada acción, mantiene en la mirada el brillo de las metáforas. Con charlas más o menos profundas frente a la geografía de un plato de paella. Mantenemos, hasta el final, la misma ‘artitud’. Porque estamos listos si hay que esperar a que lo hagan ellos. Los otros. Nuestros políticos. Los que se las dan de gestores expertos, aunque sólo sepan administrar sus cuentas.

Picasso nos advirtió de ello: “El arte es la mentira que nos permite conocer la verdad”.

Benditos embustes.