Carlos Rodríguez Casado

Carlos Rodríguez Casado

Opinión Vísperas del 36

Lerroux se bate en retirada

(30 de octubre de 1935, miércoles)

30 octubre, 2015 01:38

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Resumen de lo publicado.-El parlamento ha votado a favor de la inculpación de los miembros involucrados en el escándalo del estraperlo. Joaquín Chapaprieta presenta la dimisión del Gobierno.

-Perdone que telefonee a estas horas, don Joaquín. Yo entiendo ya está haciendo las gestiones pertinentes para resolver la crisis. Pero me han comentado que está usted escogiendo ya los nuevos ministros… Por eso llamo. Me parece bien, y no cuestiono su derecho a escoger los ministros que le plazca, pero le pido sencillamente que no ultime la nominación hasta que se reúna mi grupo parlamentario esta misma tarde a la seis.

-Lo siento, don Alejandro. Me insta don Niceto a formar nuevo Gobierno lo más rápidamente posible. La idea es no suspender las Cortes. Como sabrá, mañana mismo debo presentar el nuevo Consejo.

-Lo entiendo, pero le ruego que me permita reunir a mi formación antes de que usted haga pública su lista. Es el último favor que le pido, don Joaquín.

-Está bien, don Alejandro. Procuraré esperar a la reunión. Pero también le prevengo que, de no poder hacerse por las circunstancias que fuera, le avisaré antes de las cuatro, comunicándole los nombres de los ministros radicales designados.

-Se lo agradezco con toda mi alma, don Joaquín.

Aquella conversación telefónica tuvo lugar al medio día. La misma mañana, durante el Consejo de ministros, Joaquín Chapaprieta había anunciado que presentaría la dimisión del Gobierno al completo. Todos estuvieron de acuerdo y Chapaprieta se acercó a casa de don Niceto Alcalá-Zamora, quien le ratificó su confianza con la condición de que la crisis quedara resuelta en el día y no hubiera necesidad de suspender las Cortes. Obviamente, la situación no era sencilla y don Joaquín, tras meditarlo, tomó su decisión: a las cinco en punto de la tarde, en plena reunión del Partido Radical, comunicó a la prensa en una nota oficial la composición del nuevo Gobierno. En presidencia le esperaba Salvador de Madariaga, cuando sonó de nuevo el teléfono.

-Perdóneme un momento, señor Madariaga.

Era la voz alterada de Lerroux, quien luchaba por dominarse.

-Don Joaquín, acaban de notificarme que ha dado a la prensa la lista del Gobierno. Eso no concuerda precisamente con la promesa que me hizo, hace unas pocas horas por teléfono, de esperar el resultado de la reunión de la minoría radical….

-Es cierto, don Alejandro. Pero olvida que también le dije que, si acaso me decidía a formar Gobierno sin esperar esa reunión, se lo comunicaría. Y así lo he hecho, por medio de don Santiago Alba, miembro destacado de su partido. Ha pasado esta mañana por mi casa. Le he enviado recado a través suyo, dándole a conocer antes que nadie la formación del nuevo Gobierno.

-¿Alba? Pues no me ha dicho nada. Hablaré con él. Pero antes aprovecho para informarle que en la reunión de mi grupo hemos acordado que saldrá del Gobierno también el señor De Pablo.

-Yo entiendo, don Alejandro, que su idea es que no parezca que han salido usted y el señor Roca del Consejo de ministros por el escándalo del estraperlo, y arroparla en una retirada general del partido. El problema es que el señor De Pablo, que desconocía esa decisión, ya ha aceptado la cartera y sospecho, por la conversación que hemos mantenido, que no se va a dejar presionar por su grupo…

Don Alejandro parecía a punto de perder los papeles. Le temblaba la voz.

-Me lo pone usted muy difícil, don Joaquín. Apiádese, por favor, de este viejo republicano que le está rogando un último esfuerzo para acabar lo mejor posible. Luego puede olvidarse de mí. Ya le habrán dicho que me acabo de despedir de mis diputados. Les he indicado que pienso partir a Portugal un tiempo para descansar y recuperarme, y que mientras esté ausente corresponde seguir la disciplina de Santiago Alba. No me haga usted el feo, este último día…

-Don Alejandro, yo todo lo que tenía que hablar lo he hablado ya con el señor Alba, quien me ha hecho entender, además, que tenía total libertad para negociar conmigo, sin tener que consultarlo con usted.

-¿Eso ha dicho Alba? Voy a telefonearle y le llamo más tarde.

Como era de prever, el Viejo León, herido en su orgullo, no volvió a llamar.

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