Carlos Rodríguez Casado

Carlos Rodríguez Casado

Opinión

Lerroux aguanta el tipo

(22 de octubre de 1935, martes )

22 octubre, 2015 01:18

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Resumen de lo publicado.-El escándalo del estraperlo, que afecta a Lerroux, líder del Partido Radical y ministro de Estado, ha envalentonado a las fuerzas de la oposición de izquierdas que exigen que se depuren responsabilidades. En ese ambiente, Azaña ha celebrado un mitin multitudinario en Madrid. Los rumores sobre una crisis de Gobierno se acrecientan por momentos. 

Merecía la pena ver a Lerroux aguantando el tipo, mientras la Cámara debatía durante una eternidad –cuatro larguísimas horas- si debía nombrarse una comisión parlamentaria para investigar el escándalo del estraperlo. Lo hacía dando la cara y sin esconderse ante las miradas que le dirigían sus compañeros diputados desde los diferentes escaños. Su vida siempre había sido una lucha incesante, y no estaba dispuesto, a esas alturas, a rendirse.

Este hijo de un sargento veterinario de la caballería real podía no gozar de la mejor reputación, pero nadie le achacaba falta de valentía o experiencia. A su edad había hecho de todo, desde ser monaguillo hasta político, pasando por aprendiz de zapatero, desertor o vendedor de seguros y periodista. Había tenido una juventud borrascosa que le valió el apodo de Emperador del Paralelo, cuando el anticlericalismo de principios de siglo encontró en él un cabecilla incendiario capaz de exclamar aquello de: “Jóvenes bárbaros, entrad a saco en la civilización decadente y miserable de este país sin ventura, destruid sus templos, acabad con sus dioses, alzad el velo de las novicias y elevadlas a la categoría de madres, penetrad en los registros de la propiedad y haced hogueras con sus papeles para que el fuego purifique la infame organización social…”.

Con discursos así llevaba desde 1901 siendo elegido diputado por la Barcelona proletaria, donde había contribuido a crear un clima de extremismo que no dejó de influir en la Semana Trágica, acontecimiento del que se mantuvo prudentemente alejado, emigrado por el mundo. Luego, con el paso del tiempo, el Viejo León se había aburguesado y, tras dirigir diarios prestigiosos como El País, fundó el Partido Radical, siempre muy apoyado en Barcelona, que le permitió navegar por las aguas turbias de la política municipal e ir escalando posiciones poco a poco en la jerarquía política. El camino no había carecido de accidentes, pues el barco radical lo habían abandonado sucesivamente Marcelino Domingo, fundador del Partido Radical Socialista, y el recién independizado Martínez Barrio, la última traición lerrouxista.

Don Alejandro tenía un bagaje tal que en realidad se hubiera quedado al margen de los tiempos de no haber sido recuperado por el Pacto de San Sebastián, en el que semejante republicano histórico, que había tratado con Salmerón, Costa o Pi y Margall, las principales figuras de la Primera República, no podía faltar. Y así entró en el Gobierno Provisional, donde se le otorgó la cartera de Estado, antes de, ya con las actuales Cortes, formar los primeros gobiernos de lo que empezaba a conocerse como el bienio negro.

Y todo para llegar –después de ser la pluma de los conspiradores contra la monarquía y, más recientemente, el héroe de los conservadores al mantener el orden público durante la revolución de Asturias- a esto que parecía un linchamiento. Sí, un linchamiento, se dijo, constatando en demasiados rostros el deleite mezquino de verlo caer. Los monárquicos le respaldaban, pero entre quienes tomaban su defensa solamente fue capaz de exponer unas razones coherentes para no hacer una comisión su gran enemigo histórico, Francesc Cambó, a quien le fue concedida la palabra tras un par de timbrazos de Santiago Alba.

- Señorías –empezó Cambó, cuya categoría intelectual y social se respetaba en la Cámara. Y eso pese a su peculiar físico, con ese cuello tan fino que parecía siempre que el traje le quedara grande y un perfil que algunos tildaban de judío, por el tono de piel y la nariz agresiva-. Ya sabrán que yo tengo el entendimiento lento pero preciso, sobrio, del catalán. Lo mío son las concreciones, de modo que perdonen que no me suba a esos discursos elevados sobre moralidad pública que es como discurrir sobre el sexo de los ángeles. Yo mismo, como es sabido, he sido enemigo del señor Lerroux, desde sus tiempos en Cataluña –dijo, con voz nasal- pero me precio de ser constructivo en todo, incluso con mis enemigos… La función de la política es evitar la caída en el caos y la histeria, señorías. Olvídense del caso particular del señor Lerroux. Sean sensatos y comprendan, antes de que sea tarde, que si aprueban esta comisión quedará sentado un funestísimo precedente y los miembros de esta Cámara empezarán a querer hacer de jueces los unos de los otros. ¿No han leído a Montesquieu? ¿No se dan cuenta de que si bastara una simple denuncia para constituir una comisión investigadora, este Congreso se transformaría fácilmente en un comité de Salud Pública? Lo repetiré cuanto haga falta: convertirse en juzgador es faltar a la Constitución, es subvertir el orden de la Constitución y vulnerar el principio de la división de poderes. No debemos dar ese paso.

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