La pasada semana fui de entierro. Y volví con la creencia de que la inmediatez de la muerte lo desvirtúa todo: lo que nos rodea, a quienes nos rodean, al propio muerto e incluso a uno mismo. Y también que los murmullos de tanatorio son más ficticios que reales: una retahíla de medias mentiras bondadosas y de medias verdades engañosas; un cúmulo de frases hechas, una letanía de promesas que nadie tiene intención de cumplir, una exhibición de lamentos más propia de una mala película que de una expresión tangible de nuestra desazón; una pasarela, en resumidas cuentas, de daguerrotipos nebulosos que pronto se diluye en nuestra memoria y que probablemente no volverá a aparecer jamás.

Atravesar la puerta de un tanatorio es como introducirse en una burbuja en la que resulta sencillo, cómodo y hasta recomendable engañarnos a nosotros mismos y a los que tenemos al lado. Y es que el tanatorio es un universo paralelo, un lugar donde escatimamos lo real y damos pábulo a lo imaginario; un mal escenario donde todos actuamos durante un par de horas rodeados de cajitas de pino y coronas de espinas y luego hacemos mutis por el foro antes de volver al teatro de todos los días. A veces dejamos atrás unas lágrimas y otras ni eso.

Y luego está la muerte. Los que se van y los que se quedan. El recuerdo y la memoria. El sueño y la puta realidad. Lo que a veces se nos olvida es que la muerte no cambia ninguna biografía. Que el hecho de irse no implica rescribir lo que verdaderamente se ha sido cuando hemos estado aquí. El dolor del primer momento tiene la malsana habilidad de maquillar percepciones, de dibujar perfiles equívocos que poco o nada tienen que ver con la realidad, de mostrarnos lo que nos gustaría haber visto y no lo que realmente veíamos. La verdad es que cuando nos vayamos para no volver seremos lo que fuimos y no habrá dolor que pueda tergiversar eternamente ni conductas ni aptitudes.

Engañarse es fácil. Alivia momentáneamente nuestra mala conciencia, calma parcialmente el dolor y permite aparcar en algún rincón de nuestra selectiva memoria aquello que nos incomoda recordar. Pero si mentirse es sencillo, mantenerse en el engaño es imposible. Tarde o temprano despertaremos y una bofetada de realidad nos sacará del limbo, del humo que nos envuelve, de la irrealidad espacial de un tanatorio, de las lágrimas que nos impiden ver el bosque.

Somos lo que somos y seremos lo que fuimos y no habrá ficción que pueda cambiar esto, pensaba la pasada semana al finalizar la representación.