Carlos Rodríguez Casado

Carlos Rodríguez Casado

Opinión

El embajador americano y el nuncio

(15 de octubre de 1935, martes)

15 octubre, 2015 02:16

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Los terrenos de la embajada norteamericana, en el antiguo palacio del duque de Montellano, ocupaban toda una manzana. Sus espaciosos jardines, mirando hacia Castellana, estaban rodeados de una alta verja de hierro y tenían los árboles distribuidos de manera que se podía pasear entre ellos sin ser visto, y comer tranquilamente en la terraza. Hacia ella se encaminaban mister Claude Bowers y el nuncio de Su Santidad, el severo señor Tedeschi. El día había salido soleado y desdecía el otoño entrante.

- Me alegro de que le guste. La reina Victoria amaba este jardín, y aquí residió Cánovas. Tengo entendido que el palacio es obra de un arquitecto francés. En un salón hay cuatro pinturas de Goya, que le mostraré ahora, y en otro unos Guardi. Y en las paredes del salón de baile, para mí sin equivalente en ninguna otra embajada, ya habrá visto el retrato de la duquesa de Alba pintado por Zuloaga. Al parecer, cuando México envió al presidente Díaz a Madrid, el rey, no pudiendo recibirlo en palacio por cuestiones políticas, escogió este palacete para una comida en su honor. Era de sus preferidos, y es lógico. 

Bowers era un gran aficionado al arte español y sobre todo al país. Nada más ser nombrado embajador había aprovechado para recorrérselo, y se preocupaba de mantener relaciones cordiales con el máximo de personas del espectro ideológico más variado posible. Además de su cercanía al presidente de la República, conocía personalmente a Azaña, a Lerroux y a las principales personalidades republicanas. Pero a la vez procuraba no descuidar a los conservadores y le interesaba ganarse a Tedeschi. Los dos coincidían paseando a última hora por la Casa de Campo –el nuncio siempre de negro, libro en mano, seguido por su coche- y allí le había abordado. Ahora le precedía, subiendo las escaleras, hasta la amplia terraza de mármol. Al lado tenían un pabellón para tomar el té que ya esperaba, servido en una bandeja. Desde allí, la vegetación del jardín ocultaba las casitas que había en la finca, para la servidumbre, garaje y cocheras, y un establo de ladrillo para nueve caballos.

-Me alegro de que podamos hablar –cogió la tetera-. Me voy haciendo una composición del país, pero todavía no tengo muy clara la postura de los católicos frente al hecho republicano. Supongo que no le importará iluminarme sobre la cuestión.

-Entre los católicos, los conservadores han seguido al cardenal Segura, quien desde que lanzó su ataque contra la República y fue expulsado, no ha cesado de denunciar los actos de vandalismo cometidos por el nuevo régimen contra centros religiosos. Desde entonces me dicen que algunos religiosos se sienten, cuando salen a la calle, obligados a vestir de paisano. Y luego está la línea accidentalista, la que marca Ángel Herrera en El Debate, una adaptación prudente a circunstancias adversas, la aceptación de que lo esencial es el contenido y la orientación del régimen, no la forma de gobierno.

-Es la idea que subyace en Acción Nacional y la CEDA. ¿Podría decirse, entonces, que la ideología de ese sector democristiano, digámoslo así, la marca Ángel Herrera, desde su periódico? ¿Y usted, dentro de ese posicionamiento, con quién simpatiza? –se interesó el embajador. 

En realidad Bowers sabía que cuando la República envió a su último embajador a Roma, el nuncio había comunicado a la Santa Sede que no se le dejara completar su misión porque en pocos meses la CEDA sería dueña absoluta del poder. Aquello, que había trascendido en Madrid, no impidió sin embargo que, recientemente, al otorgarle el papa el capelo cardenalicio al nuncio, el presidente Alcalá-Zamora hubiese insistido en colocárselo personalmente en un acto ceremonial solemne, un privilegio tradicional de los reyes españoles. 

-Yo –murmuró el nuncio con suavidad- no me inmiscuyo en la política local... 

-Y a Gil-Robles, ¿no lo definiría usted como fascista? ¿No le parecieron excesivas todas esas proclamas de las Juventudes de su partido durante la masiva manifestación en El Escorial: todo para el jefe, el jefe nunca se equivoca? ¿No es un coqueteo descarado con el fascismo? ¿Le da usted credibilidad a lo que se viene murmurando, que él y Franco preparan, desde el ministerio de la Guerra, un golpe de Estado?

La antipatía del embajador venía de que hacía poco don José María había citado al representante de la Paramount para censurar una película donde se daba una imagen difamatoria, a su entender, de España. Eso le había ocasionado un pequeño quebradero de cabeza, entre llamadas de Washington y visitas del representante de la firma, muy molesto con la intransigencia de Gil-Robles. A todos les había disgustado su absoluta falta de sentido del humor.

-No me atrevería a ir tan lejos. Yo creo que ciertas manifestaciones no conviene tomarlas al pie de la letra –respondió el nuncio, restándole importancia-. Son chiquilladas, cuestión de escenografía de la época, que lo quiere así. En el fondo, don José María es un católico tradicionalista… Como la mayoría de los españoles.

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