Alba Pérez juega con los niños de Portoviejo.

Alba Pérez juega con los niños de Portoviejo. Alba Pérez Cedida

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"Faltan manos para ayudar en Ecuador tras el terremoto"

Alba Pérez es una voluntaria española que ha ayudado en Portoviejo a reparar los daños del terremoto de abril. El seísmo dejó a más de 70.000 personas sin hogar y más de 650 muertos.

21 agosto, 2016 03:10
Manuel de La-Chica Lucía Ramos

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“Antes de que se produjera el seísmo, ya tenía tomada la decisión”. Alba Pérez es una joven de Aranjuez de 23 años que este verano ha ido a Ecuador para conocer la realidad del país y ayudar en todo lo posible para que vuelva a la normalidad. “Todo cambió con el terremoto”, cuenta a EL ESPAÑOL.

El 16 de abril, cerca de las 7 de la tarde hora local, un terremoto de magnitud 7,8 en la escala de Richter arrasó gran parte de la costa norte de Ecuador. El epicentro se localizó cerca de la ciudad de Pedernales. Las autoridades contabilizaron 661 cadáveres y más de 16.000 heridos. Más de 73.000 personas tuvieron que abandonar sus casas. Un mes después, el Gobierno sólo había reubicado a 33.000.

Alba llegó a Portoviejo, al sur de Pedernales, el 11 de junio. Aún no se habían cumplido dos meses del terremoto y todavía había réplicas. Allí se unió a la labor de la Asociación de Mujeres Santa Marta, una entidad que comenzó a andar hace 20 años de la mano de la guatemalteca Reina Barahona. En sus inicios, cuando la guerra de Guatemala aún daba sus últimos coletazos, la “señora Reina” -como se la conoce en la zona- comenzó a recorrer las comunidades y se propuso crear grupos de desarrollo local que tuvieran su foco y su liderazgo en las mujeres, quienes buscaban remediar su condición de exclusión, explotación y maltrato. Desde entonces, hay más de 150 comunidades, dedicadas a organizar charlas, talleres y poner en pie microempresas que obtienen fondos a través de la entidad.

Pero después del terremoto el orden se vino abajo. Todos esos proyectos de integración quedaron apartados para invertir todo el esfuerzo en reconstruir, coordinar la ayuda a los damnificados y repartir víveres y agua. Las labores se complicaron aún más debido a la destrucción de carreteras y puentes que imposibilitaron la comunicación con algunos pueblos. Muchas comunidades quedaron totalmente incomunicadas y aisladas. Crucita, un pueblo pesquero, vio cómo su única vía de comunicación después del desastre quedó reducida al mar.

Varias mujeres de la asociación se dedican a hacer bolsas de comida para las familias.

Varias mujeres de la asociación se dedican a hacer bolsas de comida para las familias. Alba Pérez Cedida

“En Portoviejo, la zona centro ha desaparecido”, cuenta la española. “No habían pasado ni dos meses del terremoto y, para cómo me lo pintaban, me esperaba todo destrozado y lleno de polvo. Es cierto, que aún estaban derrumbado algunos edificios pero, más o menos, se instala la normalidad”, explica. Sin embargo, Alba observó cómo todavía había familias viviendo en tiendas de campaña en el aeropuerto.

En su primera semana en Ecuador, la española estuvo ayudando a preparar bolsas de alimentos para repartir entre las familias afectadas por el seísmo. “Por mi perfil [estudiante de educación social], iba a estar integrada en una escuela por la tarde haciendo dinámicas y juegos, pero con el terremoto todo cambió”, resume Alba.

Esos días trabajaban hasta las tres de la tarde en un almacén donde la asociación tenía almacenados los víveres. Cada bolsa tenía que tener unos alimentos específicos. “Es un trabajo 'tonto', pero faltan manos para hacerlo”, explica.

Las semanas siguientes estuvo ayudando en otra serie de proyectos a largo plazo para la erradicación del trabajo infantil. Los voluntarios de la asociación organizan juegos cooperativos y excursiones por diferentes cantones de la provincia de Manabí. Después, hacían visitas a las familias de los chicos.

Alba también colaboró, durante el mes y medio que estuvo en el país, en los proyectos de mujeres. La voluntaria española explica que parte del cambio que se pretende conseguir viene provocado por la llegada de voluntarios. Además, el que sean mujeres las que van a ayudar incentiva que las mujeres de la asociación vean que pueden tomar ellas mismas la iniciativa. “Ven que hay otras cosas posibles”, afirma. Además, la asociación les da cursos de formación y de capacitación en diversos sectores.

Alba conoció la asociación de la “señora Reina” a principios de este año buscando en internet. Les mandó una carta de presentación y habló con ellos para irse este verano a Ecuador. “Al final no hubo un curso de formación como tal porque con el terremoto nadie sabía lo que iba a pasar”, cuenta.

Además, iba muy nerviosa porque era la primera vez que salía de España para hacer voluntariado. La voluntaria española asegura que lo que más le llamó la atención fue la amabilidad con la que la recibieron. No duda de que repetirá la experiencia. “Todavía falta mucho por hacer”, concluye.