Una manifestación contra la violencia por parte de migrantes en Berlín.

Una manifestación contra la violencia por parte de migrantes en Berlín. Hannibal Hanschke Reuters

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Una revolución rusa en el seno de Alemania por los refugiados

Las protestas en la comunidad ruso-germana ante la llegada de solicitantes de asilo ponen de manifiesto su falta de integración y la influencia que su país de origen todavía tiene en ellos.

16 febrero, 2016 01:43
Berlín

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Los más de dos millones de alemanes venidos de la antigua Unión Soviética tras su disolución se han convertido en el centro de atención estos días después de la desaparición temporal de una adolescente de la que se dijo fue violada por un grupo de solicitantes de asilo. La acusación, que ha servido a Rusia para avivar las tensiones generadas por la crisis de los refugiados en Alemania, se ha demostrado falsa. Aun así, el caso ha puesto de relieve los problemas de integración existentes en una parte de este segmento de la población germana caracterizada hasta ahora su discreción.

El “Caso Lisa”, como se conoce al suceso de la niña de 13 años cuya desaparición denunciaron sus padres al ver que no volvía del colegio, todavía da que hablar a los habitantes de Marzhan. Lisa, que estuvo 30 horas sin aparecer por casa entre el 11 y el 12 de enero, es de este barrio del este de Berlín conocido por su imponente arquitectura comunista. La desaparición de la menor dio lugar a una historia mediática con versiones tan numerosas como contradictorias que incluían una supuesta agresión sexual. Un par de semanas después las autoridades descartaron toda violación y pudo saberse que la adolescente estuvo en casa de un amigo huyendo de sus problemas en la escuela.

Entre tanto, varios centenares de alemanes rusos del distrito Marzhan-Hellersdorf llegaron a manifestarse frente a la sede del Gobierno en Berlín a finales de mes pidiendo “parar la violencia de los inmigrantes”. “Nuestros niños están en peligro” o “manos fuera de mis hijos” son algunos de los mensajes que llevaron las pancartas en esa movilización. Manifestaciones similares se produjeron también en la ciudad de Hamburgo y en los Länders de Baviera y Baden-Würtemberg.

“Todo esto es un poco exagerado”, dice Sergei, un joven alemán de origen ruso de 30 años que acaba de salir del supermercado Mix Markt de Marzhan, un establecimiento especializado en productos de Rusia. “Yo sabía que lo de la niña era mentira y una exageración”, asegura Ksenia, una alemana de 27 años cuyos padres dejaron Kiev tras la caída del comunismo para instalarse en el este berlinés.

Ella y Sergei son dos de los 30.000 alemanes de Rusia que se cuentan en el distrito de Marzhan-Hellersdorf. Allí está el barrio de Marzahn, que en realidad es una ciudad-dormitorio levantada en los años 70, en la época de la República Democrática de Alemania. Hoy viven aquí alrededor de 100. 000 personas en enormes bloques de apartamentos de seis, once y hasta 17 alturas.

Los edificios son exclusivamente residenciales. Para ir a comprar los únicos recursos son los centros comerciales de reciente construcción frente a la parada del tren de cercanías o zonas como el Carré Marzahn, el área comercial donde se puede encontrar, además del Mix Markt, un bazar ruso, una farmacia, un bar, un gimnasio, una bolera y un supermercado de productos a precios reducidos, entre otras tiendas.

Ksenia tiene que ir al Mix Markt. Una de sus tres hijas va a celebrar su cumpleaños y va a comprar pasteles típicos rusos. En el supermercado, muchas de las ofertas se presentan en alemán y en ruso. También hay publicidad que se hace sólo en ruso o en otras lenguas eslavas o del este de Europa. En la sección de bebidas alcohólicas, se puede contar más de medio centenar de vodkas diferentes destilados por una veintena de marcas. Hay una botella que se vende con un juego de seis vasos con forma de AK-47, el célebre fusil de asalto soviético que inventara en su día Mijail Kaláshnikov.

Un cartel en alfabeto cirílico decora la entrada del Mix Markt.

Un cartel en alfabeto cirílico decora la entrada del Mix Markt. Salvador Martínez

“Salvo porque hay que hablar en alemán con las autoridades, aquí casi se podría vivir hablando ruso”, dice Stanislav, un estudiante de 25 años que llegó hace algo más de una década a Marzhan desde Rusia. “Mi madre sigue hablando ruso en casa”, cuenta Alesia, una joven de 19 años que está cursando formación profesional para el cuidado de personas mayores. “Mi madre ha ido a las manifestaciones de estos días, pero yo no me ocupo de eso”, añade.

Alesia, al igual que Sergei y su acompañante, Julia, otra alemana de origen ruso de 28 años, no están preocupados por la situación de seguridad en Marzahn. No ocurre así cuando se habla de la llegada masiva de demandantes de asilo a Alemania, que el año pasado acogió a 1,1 millones de refugiados. “Aquí todo va bien en lo que a seguridad se refiere, pero sí es cierto que hay muchos refugiados, y mucha gente aquí dice que hay demasiados”, afirma Julia.

Nacet, un hombre de mediana edad de origen turco, lleva dos décadas trabajando en Marzhan. Ahora sirve kebabs en un pequeño establecimiento contiguo al Mix Markt. Conoce bien el distrito y ha asistido a su evolución de los últimos años. “Ahora lo que abundan aquí son los rusoparlantes, ya sean rusos, chechenos, bielorrusos, georgianos, eslavos o simplemente gente del este Europa”, asegura.

Sin embargo, Marzahn también tiene cierta reputación por el dinamismo de su escena ultraderechista. De hecho, el “Caso Lisa” animó a estos radicales a estar presentes en la manifestación que tuvo lugar a finales de enero frente a la sede del Gobierno alemán. “Neonazis y rusos”, así resumió en un titular el diario berlinés Tagesspiegel el público que asistió a dicha protesta.

LA INFLUENCIA DE MOSCÚ

Más allá de lo animados que se hayan podido sentir para salir a la calle los más radicales tras el “Caso Lisa”, según Kai-Olaf Lang, investigador del Instituto Alemán para la Política Internacional y de Seguridad de Berlín (SWP, por sus siglas alemanas), lo llamativo de la situación “es que parte de la comunidad de los alemanes de Rusia está jugando un papel social, porque nunca han sido especialmente políticos”.

También resulta novedoso que, desde Moscú, se haya buscado animar el debate sobre la seguridad y los refugiados a raíz del “Caso Lisa”. Al ministro ruso de Asuntos Exteriores, Sergei Lavrov, se le escuchó decir en Moscú que estaba “claro” que “la chica no desapareció voluntariamente durante 30 horas” y deseó que estos problemas no se barrieran “debajo de la alfombra”. “Espero que no se repitan casos como el de nuestra Lisa”, llegó a afirmar Lavrov, atribuyendo a su país la nacionalidad de la menor.

“En muchos países de Europa, Rusia está viendo una oportunidad para tener influencia, en concreto con los rusoparlantes”, estima Lang. “Ya hemos visto que Rusia busca tener influencia a través de contactos con partidos políticos como el Frente Nacional, en Francia, o como el Jobbik, movimiento radical de derechas de Hungría”, añade. En Alemania, en las manifestaciones del movimiento islamófobo de los Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (Pegida, por sus siglas en alemán) es habitual ver banderas rusas. El partido soberanista Alternativa para Alemania (AfD) es el partido que más se ha acercado ideológicamente a las posiciones de Rusia.

No obstante, el “Caso Lisa” ha servido para mostrar que no sólo los soberanistas de AfD tienen simpatía por el país de Vladimir Putin. Porque parte de los alemanes de Rusia que viven en Marzhan prefieren creer, por ejemplo, en las versiones de los hechos que ofrecen los medios de comunicación rusos que llegan por vía satélite.

“Mi madre ve la televisión rusa y a través de la televisión rusa la situación parece otra bien distinta a la de aquí, los medios rusos tienen su influencia”, dice Alesia, la estudiante de formación profesional. Precisamente una información de una televisión rusa sobre el “Caso Lisa” ha llevado al abogado alemán Martin Luithle a pedir oficialmente a las autoridades que investiguen si el reportero Ivan Blagoy – de la cadena estatal rusa Channel One – animó al odio en un reportaje sobre la supuesta violación a la menor, algo que aparentemente atribuyó a un grupo de hombres con aspecto de demandantes de asilo.

Para Ksenia, la madre de 27 años que busca pasteles para el cumpleaños de su hija en el Mix Markt de Marzahn, el problema que presentan muchos de los alemanes venidos de Rusia “es que conservan una mentalidad cercana a Rusia, siguen teniendo mentalidad de la Unión Soviética”. “Yo no paro de pelearme con mis padres, porque mi país es Alemania y ellos tienen que cambiar de mentalidad en muchos sentidos”, asegura. La integración en Alemania de esta joven parece ser plena, como la de “la mayoría de rusos alemanes de Marzhan, que están bien integrados”, según Alesia, la chica de 19 años.

Aun así, el “Caso Lisa” sirve para recordar que la integración – un tema especialmente relevante ahora debido a la crisis de los refugiados – sigue siendo una tarea pendiente para muchos de los alemanes llegados a Alemania en busca de sus raíces tras el ocaso del comunismo. El nivel de vida de estos alemanes-rusos suele estar algo por debajo de la media del de los alemanes sin orígenes extranjeros, han señalado Ksenia Chepikova y Olaf Leisse, investigadores del Instituto para la Ciencia Política de Jena (centro-este alemán). También hay una cuestión indentitaria no resuelta, pues este colectivo “en Rusia eran los alemanes pero en Alemania pasaron a ser los rusos”, según los términos del historiador Jannis Panagiotidis.

Lang, el experto del SWP, creció en Neuhausen, una pequeña población del próspero Land del suroeste alemán Baden-Würtemberg. “En los años 90 vinieron muchos rusos a Neuhausen, porque sus antepasados, que emigraron en su día, procedían de esa región, y aunque muchos tuvieron problemas con la lengua, se integraron bien”, recuerda Lang. “Pero este caso es el de un pequeño pueblo, no puede ser lo mismo que Berlín”, agrega este investigador. Parece dar la razón a Ksenia, que ve a diario en Marzahn “a gente que lleva 20 años aquí y que no se han integrado, y que dicen cosas como: '¡Qué buenos eran los tiempo de la Unión Soviética!'”.