Competición

Cuando el ser humano se propone ser más veloz que el sonido

2 diciembre, 2016 12:27

Poco más de un siglo con el automóvil entre nosotros y el Ser Humano una vez más busca superar sus propios límites, ese sueño que nos ha perseguido desde que tenemos uso de razón: volar, en este caso sin alas. Ese afán de llegar más lejos será difícil perderlo mientras sigamos descubriendo secretos, nuevas tecnologías por desarrollar o mientras siga habiendo personas tan locas como para tratar de buscar una vez más hasta dónde puede llegar nuestra raza. Un buen ejemplo de ellos son los proyectos que año tras año surgen para batir el record mundial de velocidad en tierra.

Tantos son los dispuestos a intentarlo que lo que comenzó siendo simplemente la lucha por el Récord Guinness de velocidad terrestre ha terminado disgregándose en categorías, dependiendo del número de ruedas utilizadas (motos, coches…) o incluso el tipo de propulsión utilizada. Obviamente, el presupuesto utilizado también marca una buena forma de diferenciar entre uno y otros proyectos, algunos, como el que nos ocupa hoy, suponen millones de euros y la implicación de muchos patrocinadores, civiles e incluso la ayuda del ejército para poder llevarlo adelante.

El Bloodhound por las cifras y su apariencia parece incluso algo antinatural. El proyecto, con alma británica se anunció el 23 de octubre de 2008 por el Ministro de Ciencias del Reino Unido y ocho años después sigue siendo una incógnita, un sueño salido de las mentes de Richard Noble y Andy Green, ambos protagonistas en la creación del Thrust2, el mismo que ostenta el record mundial desde la década de los ochenta. No será hasta octubre de 2017 que no sabremos si será capaz de superar la barrera de las 800 mph (1.287 km/h) y casi un año más tarde, una década después de que se anunciase el nacimiento del ‘sabueso’, se intentará alcanzar las 1.000 mph (1.600 km/h) y establecer así una nueva marca, un nuevo hito para el ser humano.

Sin embargo, este intento de récord del Bloodhound SSC ha sufrido algunos contratiempos durante las últimas fechas, e incluso el plan ha debido ser alterado y retrasado hasta la llegada salvadora de Geely Auto, el fabricante chino de automóviles y propietaria de Volvo Cars (así como de la compañía de taxis de Londres), que ha llegado como mecenas principal del proyecto, inyectando “varios millones de euros” y proporcionando apoyo técnico (son constantes las ofertas de trabajo en fechas recientes para distintas áreas técnicas) que ayudará a desbloquear esta iniciativa que se había estancado durante los últimos meses.

En cuanto a la parte mecánica, el vehículo contará con un motor Rolls-Royce EJ200 del Eurofighter Typhoon y otro motor turbo V8 de origen Jaguar (AJ133), pero será un cohete fabricado por la empresa noruega Nammo el que aportará la mayor parte de la potencia inmediata que los disparará por encima de la velocidad del sonido. En total, se estima que cuando Green se ponga al puesto de mandos de este jet de tierra, tenga a su disposición casi 135.000 CV de potencia para una mole que roza en su conjunto las 7,8 toneladas.

Obviamente para frenar toda esta inercia generada y para que el vehículo no pueda perder el control, se ha decidido preparar una pista especial en Hakskeen Pan en el norte de Sudáfrica. Casi 19 kilómetros de longitud en los que se ha contratado a una serie de ayudantes que retiren a mano todas y cada una de las piedras que puedan poner en riesgo ‘la misión’. En ese recorrido tiene que ser capaz de alcanzar la velocidad objetivo y reducir de nuevo a cero antes de colisionar con el grupo de rocas que limita la pista.

Por ahora, todo son fotos del coche en plena fabricación y simulaciones virtuales, sin embargo, los datos ya son capaces de quitar el aire: se espera que sólo 20 segundos después de arrancar, el Bloodhound SSC ya esté atravesando el desierto sudafricano a más de 560 km/h, así hasta los 1.600 km/h en los que quieren fijar el nuevo récord mundial. Para reducir de nuevo la velocidad se utilizará un aerofreno y posiblemente algunos paracaídas que reducirán la velocidad en casi una centena de kilómetros por hora a cada segundo. Los frenos de disco serán el último recurso, cuando Andy Green haya conseguido bajar por debajo de los 200 km/h, ya que, de accionarlos antes de ese punto, estos se romperían. Serán dos intentos, uno en cada sentido para oficializar la marca y demostrar que el ser humano no cesa en el reto de seguir superándose.