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. Carlos Rodríguez Casado

Opinión Vísperas del 36

Nochevieja en la Puerta del Sol

Libro primero (31 de diciembre de 1935, martes)

31 diciembre, 2015 00:40

Resumen de lo publicado. -El fin de año llega tras unos meses convulsos. Los radicales han salido del Gobierno tras el estraperlo y Pepe Mañas ve cómo se radicalizan los círculos que frecuenta.

El trasiego en la Puerta del Sol nunca cesaba. Aquel día invernal cruzaban la plaza mujeres jóvenes con pelo corto a lo garçon y faldas cortas–se las llamaba flappers-, de ojos negros, rubio oxigenado, andar incitante. Sonaban tacones altos en las aceras, y las piernas se movían rápidas bajo el tubo ceñido de las faldas. Frente a un bar, un vendedor de periódicos voceaba: “¡El Heraldo ha salido ahora! ¡Los últimos escándalos de Lerroux! ¡El Frente Popular de Azaña!”.

Los anuncios luminosos se apagaban y encendían y una pareja de guardias a caballo daba la vuelta con parsimonia a la plaza. Los tranvías amarillos se seguían, en torno a los andenes. La algarabía de los vendedores ciegos de lotería, los que ofrecían gomas para paraguas y encendedores, los cerilleros que pregonaban cajetillas y puros, se elevaba en el aire frío de la noche temprana. Unos paletos miraban embobados la bola dorada del reloj de Gobernación, que había reinado en la desaparecida iglesia del Buen Suceso, al tiempo que empezaba a caer una fina lluvia y Pepe Mañas, de paso con Basilio, su compañero de oficina, con quien había tertuliado en la Granja el Henar, fijaba la mirada en el asfalto brillante de la calle.

Hoy la Puerta del Sol hervía de gente. El ambiente era al mismo tiempo festivo y casi revolucionario, en vísperas del inminente triunfo del tan cacareado Frente Popular. Ante la ventana de Lhardy, en la carrera de San Jerónimo, unos golfillos de los que rondaban a todas horas por la zona mostraban el puño cerrado a los burgueses que tomaban dentro chocolate y pasteles. Algunos, a través del cristal, les hacían gestos de burla, ofreciendo los canapés que sacaban de la croquetera. Todo eso lo reflejaba un gran espejo en el que se habían visto reflejados los principales personajes capitalinos desde mediados del siglo pasado y al que Azorín había de consagrar una de sus mejores descripciones. Los golfillos les contestaban con insultos que dentro no oían pero que violentaron a Mañas.

- Hartaos, burgueses. Ya se os acabará el hambre cuando gane el Frente Popular y os joda bien a todos.

- ¿Os parece bonito ese lenguaje?

- ¡Bah!

Los golfillos corrieron y Pepe y Basilio los miraron mientras se perdían entre el gentío. Basilio había quedado con su primo y unos amigos en el Univesal. Allí reinaba un barullo indescriptible. El café estaba de bote en bote, invadido por una fauna de lo más variopinta.

Había desde borrachos harapientos hasta jóvenes de buena familia disfrazados con penachos de plumas de indios, hombres vestidos de mujeres y tipos con pitos y sartenes, que ya celebraban la Nochevieja. Los camareros luchaban por echar a los menesterosos y Mañas pensó que, siendo el espectáculo de todos los años, por alguna razón esta vez tenía un matiz inquietante. En el fondo del café vio las caras jubilosas del primo de Basilio y sus amigos socialistas que los saludaban puño en alto. 

- Esto va bien. La revolución se acerca –dijo el tipo, mascando su puro-. El Frente Popular está en marcha. ¡Viva Dimitrof!

Basilio se dejó caer en su silla. Pero Mañas se dio cuenta de que no le apetecía quedarse y se abrió otra vez paso hasta la puerta.

- ¿Qué te pasa, Pepe? ¿No te quedas?

- Prefiero celebrarlo con mis padres, que están mayores. ¡Feliz año! –exclamó, y sin volverse continuó hasta la parada del tranvía.

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