Hay un miembro del Consejo de Ministros en funciones que cree firmemente que el viernes Mariano Rajoy será elegido presidente. Es el único. Los demás, incluido Rajoy, no lo ven nada claro. Mi interlocutor justifica su  apreciación: “No veo ninguna razón que Pedro Sánchez pueda esgrimir en octubre, después de las elecciones vascas y gallegas, para tolerar que se forme un gobierno y que no pueda exponer ahora mismo. El viernes habrá una sorpresa”.
El vaticinio descubre el marco en el que está operando el PP y el Gobierno en funciones. La separación entre uno y otro es, en este momento, extremadamente tenue. El análisis por defecto es que esta investidura está perdida y que hay que esperar a que la cita electoral del 25-S dé un vuelco al tablero, colocando en el mercado los votos del PNV y debilitando a Sánchez en Galicia. El equipo de Rajoy cree que si hay gobierno será “por cansancio”, en una investidura que se celebrará en la primera semana de octubre.
En cambio sí hay  unanimidad en el PP en descartar de plano que se pueda presentar otro candidato ‘popular’ si el PSOE pidiera tal cosa o que Sánchez pudiera llegar a entenderse con Podemos en un gobierno “de mil colores”, como dijo Rajoy ayer. Como los antiguos feligreses, en el PP no quieren ni imaginarse el pecado para evitar caer en él. La desaparición voluntaria de Podemos contribuye a adulterar el diagnóstico de la situación.
Esto es lo que explicaría el plúmbeo discurso de Rajoy ayer. No fue, en modo alguno, un discurso seductor y abierto, que saliera en busca de los votos que le faltan, sino al contrario. Por eso muchos interpretaron que el presidente dice que no quiere terceras elecciones, pero no descarta que las haya. “Ha sido tan seductor como el sillón de un dentista”, dijo un diputado.
La primera parte de su intervención fue un explicación pretendidamente cartesiana de por qué estamos aquí. Y lo resolvió con tres argumentos: España necesita un gobierno, los españoles han señalado al PP y no existe una alternativa razonable. Los mismos tres argumentos se podían haber expuesto en marzo si Rajoy no hubiera declinado la oferta del Rey.
Los diez folios que ocupa esta parte están cuidadosamente diseñados para no evocar que Rajoy tachó de “farsa” y “comedia” la investidura de Sánchez. Y que lo que hoy es urgente, en marzo no lo era. Lo que ocurre es que Rajoy puso tanto énfasis en la necesidad de un “gobierno fuerte” que su perorata parecía una defensa de las mayorías absolutas. Y como no mencionó la palabra “acuerdo” hasta la página 10, sus socios de Ciudadanos y de Coalición Canaria se sintieron ninguneados y cualquier eventual invitado también debió sentirse justamente excluido.
La parte central del discurso del candidato asemejaba el borrador de un debate del Estado de la Nación, ideas y datos que quizá sobraron del debate del año pasado. Una acumulación de los “éxitos” de su gobierno reordenados bajo epígrafes que evocan el acuerdo suscrito con Ciudadanos la semana pasada.
La última parte fue quizá la más contundente. Estuvo dedicada a Cataluña, a afirmar no sólo la unidad de la soberanía nacional, sino su íntima relación con nuestra convivencia democrática. “Todas las constituciones españolas, incluida la actual de 1978 no han hecho más que ratificar este principio democrático”, dijo.
Fue en ese tercio final donde Rajoy situó el elemento con el que espera hacer palanca sobre los demás: la responsabilidad de llevar al país a unas terceras elecciones. Y les recordó tanto a Pedro Sánchez como a Pablo Iglesias que ellos también son responsables de su némesis. “Obviamente debe haber una oposición, en la que yo no pretendo estar, pero eso pasa porque haya gobierno”, subrayó.
Habrá que esperar al debate y las réplicas de hoy para ver si Rajoy tiene auténticos deseos de recibir los votos que le hacen falta y si es capaz de revestir con algún encanto su proyecto político. De momento, más que ofrecer y buscar acuerdos lo que hizo ayer fue pedir adhesiones.
El presidente en funciones corre el riesgo de que alguien le espete hoy desde la tribuna una cita de su propio discurso el 2 de marzo en ese mismo lugar: “Lo que pretende hacernos creer el señor candidato es que si hoy España no tiene gobierno, si no completa una mayoría, si él no es elegido presidente, será por culpa de todos los demás, que son los malos”.