Hola, me llamo Diego. Todos ustedes me habrán nombrado en incontables ocasiones al tiempo que movían la cabeza con la cadencia de aquellos perros de trapo que moraban en la bandeja posterior de los coches: donde dije digo…

Formo cuadrilla con un buen manojo de amigos que pueblan esas frases hechas que tanto les gusta utilizar para sentenciar comportamientos, reprochar actitudes o hacer pedagogía de esas de a pie de calle, populares, de bodeguilla de barrio o de abuela que sabe de lo que habla, que la experiencia siempre fue un grado. Colega de Vicente, el que iba sin rechistar donde iba el gentío, sin crítica ni ponderación; camarada de Bartolo, que hizo sonar su flauta, la de un agujero sólo, entre tanta sinfonía de la razón; compañero de Catalina, que siempre quería más y más arroz aún a costa de jugarse un estreñimiento insufrible; compinche de Abundio, que no era ni la mitad de tonto de lo que parecía, que se dejaba querer, que se aplicaba aquel axioma de que en la ignorancia se vive mejor; y de tantos y tantos otros.

"Eso del ojo, la paja, la viga, ya saben"

Muchos han sido los que me han utilizado para dar vuelta a la tortilla, para cambiar el paso, para cruzar de acera o para renovar la americana cuando la corbata pasaba del rosa al amarillo.

Felipe González me pronunció cuando llegó la hora de la OTAN. Mariano dijo en voz alta tres veces mi nombre y subió los impuestos que iba a bajar cuando se multiplicó la deuda de Zapatero, que también tocó el timbre de mi puerta aquel mayo de aquellas medidas en las que dejó de ser él. Echenique escribió mi nombre en la arena del desierto invadido de Irak. Y hasta Pablo Iglesias me susurró cuando cortó el comunista cordón umbilical que le unía a Venezuela para aferrarse a la teta sueca donde mamar socialdemocracia. Pero bueno, ya saben que en este terruño cuando uno cambia de opinión es evolución, compromiso, responsabilidad, incluso abnegación; y cuando lo hace el otro es transfuguismo ideológico, chaqueterismo, indecencia. Eso del ojo, la paja, la viga, ya saben.

"Ya movimos ficha y ahora les toca a otros"

El que hoy invoca mi nombre entre queimada y queimada, el cómico que llegó al Congreso, hace unas fechas, no muchas, argumentaba en las páginas de este periódico con toda seguridad, con la contundencia de un politólogo, el porqué de que nunca daría el sí al candidato popular: no es nuestro proyecto, abandera aquello que vinimos a cambiar, huele a naftalina, con una abstención va que chuta, ya movimos ficha y ahora les toca a otros…

Y me comenta, el que hoy me invoca, que nada de eso ha cambiado, que sigue instalado en el mismo balcón y que sigue teniendo las mismas vistas. Pero la aritmética es cabezona, tozuda, implacable. Y el sentido de Estado, la necesidad de que España arranque, la humillación de no hacer todo lo posible hasta el infinito y más allá, que diría Buzz Lightyear, de evitar terceras elecciones; la responsabilidad de aceptar, aunque duela, aunque no guste, la victoria moral del PP el 26J tras los resultados de diciembre, que no es suficiente, es verdad, pero sí llamativa y a la que tenemos que atender; el atrincheramiento ideológico de los noes que se repelen; la posibilidad, cierta en este momento actual, de gobernar desde el Parlamento e impulsar medidas de cambio y de regeneración y que no queda otra que plantarse para que haya gobierno y enfrentarse con contundencia y unión a los problemas inaplazables que nos acucian, son causas más que justificadas para, entre queimada y queimada, invocar mi nombre, y que donde dijo digo…

"Al PSOE se le aparecerá la 'abstención' como una palabra responsable"

Y me cuenta, el que ahora me invoca, que va aprendiendo, y que sabe valorar lo que su grupo decide cuando en el horizonte de sus decisiones no está nada más que el interés general, el porvenir de España. Y que como decía Churchill –lo que adorna un texto poner frases de Churchill, teniéndolo a un simple clic de la Wikipedia sería un desperdicio no utilizarlo- “a menudo me he tenido que comer mis palabras y he descubierto que eran una dieta equilibrada”.

Y me dice, el que ahora me invoca, que les diga a ciertos dirigentes socialistas, con todo el respeto, claro, que no se me enfade nadie, que como diría Churchill –otra vez el británico, no sé si dos veces resultará empalagoso, pero no me resisto- “la imaginación consuela a los hombres de lo que no pueden ser, el humor los consuela de lo que son”, que si se ponen delante de un espejo, con la sola luz de una vela, y repitan tres veces mi nombre en voz alta: Diego, Diego, Diego, se les aparecerá, como una bendición responsable, la palabra abstención. Para que todo fluya, para que todo arranque y esta España angustiada inicié el camino de las reformas y de la regeneración que, a gritos, nos demanda nuestros ciudadanos. “Be water, my friend”, que entre golpe y golpe dejó para la historia el mítico Bruce Lee –el luchador no tiene la consistencia de Churchill, pero le da un toque naif a este artículo-. Agua que limpie, que depure, que refresque, que calme a los sedientos de cambio inevitable.

Me despido, me llamo Diego, y algo me dice que volveré.

*Félix Álvarez, Felisuco, es diputado por Cantabriade Ciudadanos en el Congreso.