Esperanza Aguirre en la Plaza de la Villa

Esperanza Aguirre en la Plaza de la Villa Dani Pozo

La tribuna

Lo que Aguirre sí calla en su libro

Hay verdades, pero también muchos silencios en 'Yo no me callo', ensayo en el que la líder 'popular' analiza las claves del declive en los últimos años del PP, al que califica como un "partido antipático".

25 abril, 2016 07:43

Yo no me callo, titula Esperanza Aguirre su libro; es cierto, no se calla, pero no lo dice todo. La que fuera santo y seña del PP madrileño, de la parte más liberal del centro-derecha español, describe con acierto, pero con cautela y silencios, las razones del declive de los populares.

Las verdades

El PP, dice Aguirre, se ha convertido en un nasty party, en un partido antipático. Es un proceso que no se inicia en diciembre de 2011, cuando se produce la primera reunión del Consejo de ministros del recién estrenado gobierno de Rajoy, que sacude, sorprende y decepciona a sus votantes. Aguirre asegura que ese camino comenzó en la última legislatura de Aznar, cuando se falló en la política de comunicación, dando a entender lo que no era verdad: que España había participado en la guerra de Irak.

Luego vino la criminalización del PP tras los atentados del 11-M, asentada en la “atmósfera completamente hostil” que crearon las izquierdas. De aquello se benefició Zapatero, al cual Aguirre atribuye la primera “enmienda ideológica” a la Transición, y la construcción de la identidad socialista basada en excluir al PP de las instituciones y de la vida pública.

Tras la derrota electoral de 2004, el PP debía haberse refundado de nuevo, presentando un nuevo proyecto y a otras personas, hacerlo a lo british, pero no se hizo. A pesar de eso, dice Aguirre, se ganó en 2011. Más que por méritos propios, por errores ajenos, los del PSOE de Zapatero. Así se obtuvieron muchos “votos prestados” de aquellas personas que vieron en el PP la posibilidad de salir de la crisis.

La mayoría absoluta se desperdició. Es a partir de ese momento, cuando Aguirre empieza en el libro a desmontar a Rajoy, con la enumeración de sus errores. Comienza con las dos razones “canónicas” de la caída del PP: los recortes, que han sido mal o poco explicados, y la corrupción, que no se combatido. A esto añade la indefinición ideológica. Si Rajoy había invitado a liberales y conservadores a abandonar el partido en 2008, ¿qué era el PP? El economicismo y el alarde de buena gestión no eran suficientes para mantener al electorado que le dio su confianza en 2011.

Las derrotas electorales no sirvieron para despertar de verdad a los populares. Tan solo acertaron a cambiar la política de comunicación. Entre 2011 y 2014, Rajoy decidió que no había que dar la batalla en los medios, ni siquiera aparecer. Además, se maltrató al periodismo afín, y se fue condescendiente con el adversario hasta el punto de ayudar a la formación de un duopolio televisivo que ha sido decisivo para crear la imagen del nasty party.

No miente Aguirre cuando dice que La Sexta ha sido fundamental para crear el fenómeno de Podemos, y que Pedro Arriola lo alentó para dividir el voto de la izquierda y debilitar al PSOE. Las sucesivas derrotas electorales y el oscuro panorama electoral, dice Aguirre, obligan, y ahí no se equivoca tampoco, a refundar el PP sobre nuevas normas, personas y programas, más democracia interna, participación del militante, y defensa de los principios políticos: libertad, propiedad, familia, imperio de la ley, y orgullo de una nación de ciudadanos libres e iguales.

Los silencios

Lo que también llama la atención del libro, que no tiene desperdicio, es lo que Aguirre calla. Quizá sea esto lo más llamativo. Sorprende la cautela que guarda hacia dos de los tres grandes responsables de los errores que enumera. Me refiero a Soraya Sáenz de Santamaría y Cristóbal Montoro, que son citados tan solo dos veces en una obra de 336 páginas que trata de desgranar las raíces del hundimiento del PP. Sorprende, sobre todo cuando la autora describe la “desastrosa” política de comunicación y la traición al programa más o menos liberalizador que llevó el PP a las elecciones de 2011.

Aguirre se empeña en la autocrítica -“el que expone, se expone”, dice-, y dedica varios capítulos a la corrupción en la Comunidad de Madrid, y cuenta el dolor y la vergüenza que le supusieron Granados y López Viejo, entre otros, pero no convence. ¿Cómo es posible rodearse de personas que habían tejido esa enorme red de corrupción, tenerlas tan cerca, día a día, y no enterarse de nada? Da la impresión de que miró hacia otro lado, lo que es decepcionante.

Es cierto que Aguirre presentó el liberalismo a los madrileños, en contraste con el socialdemócrata Gallardón, pero flaco favor le ha hecho al vincularse de forma tan descarnada con la corrupción. Esa fue la política que convirtió al PP en ese partido antipático del que habla, que impidió la renovación ideológica, liberal, se entiende, y que provocó la desafección de la gente. Aguirre afirma que ella destapó el caso Gürtel, cierto, pero tarde y sin la contundencia que ahora pide a Rajoy.

El PP de Madrid languideció, y eso no aparece en el libro, lo que ha sido también determinante. No puede achacarse la derrota electoral en las municipales de mayo de 2015 solamente a que hizo la campaña del miedo contra el populismo de Manuela Carmena y compañía. No solo no había programa electoral positivo y fresco, sino que el partido por dentro estaba quemado: no fomentó la participación de los afiliados -que no aparecen en el texto salvo como paisaje de la democracia interna-, se rodeó de personas que acumulaban cargos -lo que generó la imagen de “casta”-, no había comunicación con los concejales de los municipios de la Comunidad, y llenó las listas de “paracaidistas” que ni siquiera estaban empadronados en los municipios, como ocurrió en Alcorcón o Las Rozas.

El miedo a las purgas, hay que decirlo, se instaló en un partido que se iba vaciando y aislando. Al final, y duele decirlo porque Aguirre ha sido y es referente del liberalismo, también tiene responsabilidad en la mala situación en la que se encuentra el PP. Esa es la autocrítica que falta en su ensayo, y que no debería callar.

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