Carrere

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Letras

Conviene tener un sitio adonde ir

17 noviembre, 2017 01:00

Emmanuel Carrère

Traducción de Jaime Zulaika. Anagrama. Barcelona, 2017. 448 páginas. 18,90€

Los escritores muchas veces parecen desorientados, perdidos, pero siempre tienen un sitio adonde ir para calmar su angustia. No es un lugar concreto, sino un espacio simbólico. Me refiero a la escritura, auténtica y genuina patria del hombre de letras. Emmanuel Carrère (París, 1957) confiesa que la escritura no le ha proporcionado certezas, pero le ha salvado de la desesperación. Conviene tener un sitio adonde ir reúne los reportajes periodísticos y los estudios literarios publicados entre 1990 y 2015. Se trata de un material disperso, pero no desigual, pues en cada pieza prevalece la voluntad de dar testimonio, el propósito de reflejar sus opiniones sobre literatura, política o sociología, reservando un papel estelar a los marginados y excluidos.

Carrère habla de Balzac, Defoe, Philip K. Dick, al que describe como “el Dostoievski del siglo XX”, pero su escritura adquiere su máxima tensión cuando se asoma a las vidas tristemente malogradas. En un conjunto brillante y meritorio, destaca “La vida de Julie”, un sobrecogedor reportaje sobre la breve y desdichada existencia de una joven politoxicómana norteamericana, que baja a los infiernos en un gueto de San Francisco. En sus callejones mugrientos y sus miserables hostales prosperan el crack, el sida, la prostitución e “incluso se ve a gente que fuma cigarrillos, que ya es decir”.

Carrère rastrea la vida de Julie mediante el trabajo fotográfico de Darcy Padilla, una reportera que utiliza su cámara para hacer visible el lado más sombrío del sueño americano. Julie no utiliza métodos anticonceptivos y alumbra un hijo tras otro. El último acto de su vida acontece en Alaska, donde la acoge su padre biológico. Los servicios sociales le han quitado a sus hijos, pero aún conserva a Elyssa, una niña engendrada con Jason, otro politoxicómano. Devastada por el sida, Julie experimenta terror ante la idea de morir sola. Jason está a su lado, pero se separa de ella media hora en mitad de la noche y, en ese pequeño intervalo, se produce su muerte. Jason se queda con Elyssa, pero acaba violándola e ingresa en prisión. “La vida de Julie” es una pequeña obra maestra que duele como algo insoportablemente cercano. Gracias a un estilo directo, afilado y preciso, Carrère nos arrastra al interior de la historia, suprimiendo la distancia que oponemos a las desgracias ajenas para protegernos. Sólo un gran escritor puede lograr una proeza semejante.

Carrère entrevista a Catherine Deneuve, pero su frialdad y elegancia actúan como una barrera, malogrando el encuentro. No parece casual. A veces, el glamur repele mucho más que el dolor abrumador de un paria. No resulta menos infructuosa su visita a Davos o su viaje a la Rumanía de los noventa, donde una elite política corrupta lucha por conservar sus privilegios, sin preocuparse de las penurias de la población.

Carrère sabe que sus reportajes no están muy lejos del estilo documental de Truman Capote, pero hay una importante diferencia. Capote escamotea su yo, se esconde detrás de la historia, fingiendo que su punto de vista capta fielmente los acontecimientos. En cambio, el escritor francés sabe que no existe la objetividad, que el narrador —quiera o no— altera los hechos y su obligación es reconocerlo. Las “Nueve crónicas para una revista italiana” muestran el perfil más polémico de Carrère.

El encargo de escribir sobre la condición femenina se despeña por lo políticamente incorrecto. Su última entrega parece la reacción de un adolescente terrible, que pretende escandalizar e irritar al editor perorando sobre la eyaculación femenina o squirting, un fenómeno que hace las delicias de los aficionados a la pornografía, entre los que se incluye el autor. Carrère no prolonga la tradición francesa de la prosa altamente elaborada y con resonancias filosóficas. Está más cerca del periodismo y lo estrictamente narrativo. Sus textos fluyen con enorme naturalidad, con una mezcla de sinceridad, ironía y compasión. Conviene tener un sitio adonde ir puede leerse como la crónica de una época dominada por el desengaño y la incertidumbre, pero que aún cree en las palabras como lugar de encuentro.