Like outta nowhere my whole world fell apart”, Nick Ashford.

En las últimas semanas hemos comentado cómo se ha desplomado el sector solar en bolsa en otro annus horribilis al que, tras más de 1.200 quiebras de empresas, se añade que First Solar despedirá al 25% de su plantilla tras profundizar en sus problemas económicos y que Solarcity se ve abocada a una enorme reestructuración. Lo explicamos aquí: La mayor quiebra solar. El gran error del sector ha sido de modelo de negocio, no de tecnología. Un modelo de negocio endeudado, constructor-promotor y no energético, y que ha unido los errores de las carboneras y petroleras burbujeras con la falacia de que un aumento exponencial de instalaciones puede disfrazar errores de sobrecapacidad y pobre gestión del capital circulante.

Porque los problemas del sector no son de falta de apoyos, sino de basar el modelo en que dichos apoyos no pueden caer, y de hecho sólo pueden aumentar.

La noticia en EEUU de que Trump no va a extender los ITCs y PTCs (ayudas fiscales a renovables) ha hecho mucho daño al sector. Y es curioso, porque un sector que se vanagloria de que es cada vez más competitivo debería celebrar el final de esos subsidios. Si, como dicen, son competitivos sin ayudas, ¿por qué se desploman y cercenan sus propias estimaciones de crecimiento y empleo cuando se acaban esas ayudas? Porque -además- no es que se eliminen, es que no se extienden una vez vencidas.

Porque el problema no es de tecnología que, efectivamente, va haciéndose más competitiva a la vez que bajan los costes -precisamente por esa sobrecapacidad creada por un modelo burbujero constructor-promotor- . Es lo mismo que ocurrió con el fracking. Una cosa son las empresas ineficientes y adictas a “correr para estarse quieto” y otra la tecnología. Lo mismo que ocurrió con internet y las puntocom.

El miedo ahora se ha trasladado a Tesla. En un ejercicio de gobierno corporativo cuestionable, se ha fusionado con la empresa solar del principal accionista de Tesla, SolarCity. La preocupación de que se haga una fusión opaca, con una valoración cuestionable, entre modelos de empresas totalmente diferentes, lanza las alarmas de que se trate de un ejercicio de ocultar agujero patrimonial. Y a ello se añade el riesgo de que se eliminen las deducciones fiscales a la compra de coches eléctricos, que llegan a $7.500 por vehículo.

Tesla publicó unas pérdidas de $889 millones en 2015 y $294 millones en 2014. Solarcity registró pérdidas de $769 millones en 2015 y $375 millones en 2014. Para que una, o las dos, pasase a generar beneficios se tendrían que sobrepasar las estimaciones de un consenso de analistas más que generoso en casi un 75%.

Pero el futuro del coche eléctrico, como el del sector solar, no lo dicta el modelo de negocio de una empresa, por muy líder que sea. El error, en mi opinión, del modelo de negocio sobre el que se ha creado Tesla es que replica el de las compañías de automóviles tradicionales. Se centra en la construcción y venta asumiendo que los patrones de consumo de los ciudadanos seguirán siendo los tradicionales de propiedad familiar, uso circunscrito a esa unidad y reposición del vehículo cada tres o cuatro años. En realidad, como decía un amigo mío, Tesla comete el mismo error que Renault, pero en “cool”: pensar que el futuro del automóvil es el pasado -independientemente del funcionamiento del motor-.

El futuro del automóvil eléctrico es muy atractivo, pero no si lo basamos en los patrones de fabricación, consumo y reposición pasados. Si, como hizo erróneamente gran parte del sector solar -y no será porque no fueron advertidos-, el sector de coches eléctricos se lanza a crear su propio infierno vía capital circulante (pérdidas constantes por sobrecapacidad y acumulación de inventario), sufrirá igual mientras la tecnología sigue desarrollándose.

Usted dirá, con razón, que el problema en los vehículos eléctricos no es de sobrecapacidad, sino de falta de la misma para responder al crecimiento de la demanda. Esa es la trampa y lo mismo que pasaba en 2007-2008 cuando se abrían fábricas de paneles como si fueran bares. Pensar que esa demanda es infinitamente creciente, crear capacidad industrial para “atenderla”, creyendo análisis interesados, y caer en la muerte por capital circulante. Eso, en el pasado, era un proceso de diez-doce años. Hoy, con el avance de la tecnología, es mucho más rápido. Mucho más.

Y es ahí donde eventos como el “non-event” de Trump muestran la diferencia entre tecnología y modelo de negocio, igual que lo mostró entre internet y las puntocom. Este tipo de “catalizadores” no suponen un impacto a la innovación, sino a la burbuja.

Aunque les parezca que vaya contra el pensamiento intuitivo, el fin de las subvenciones es el principio del cambio. Ocurrió lo mismo en el sector petrolero cuando se acabaron los incentivos estatales. Se disparó el ingenio y se multiplicaron las alternativas. No se acabaron con la caída del precio, se diversificaron y bajaron costes. En el camino, cayeron unos cuantos cientos de eficientes. Perfecto. Destrucción creativa. Y fueron absorbidos por los más eficientes.

Ni Trump va a acabar con la tecnología solar ni con los vehículos eléctricos ni Obama los hacía rentables. Su evolución seguirá siendo independiente de las estimaciones excesivas de unas empresas u otras.

Lo bueno es que cuantas más empresas nieguen la evidencia y perpetúen su modelo de “futuro copiando el pasado”, más se beneficiará el consumidor a medio plazo. Perpetuando la sobrecapacidad y pensando que el año que viene todo cambia, se seguirán reduciendo los costes y el ingenio seguirá avanzando. Eso sí, prepárense para el dominó de quiebras.

Las subvenciones nunca han hecho que una tecnología no competitiva dejase de serlo, y la falta de ellas no hará que los eficientes dejen de serlo.

No le echen la culpa a Trump, o a cualquier otro gobierno. Debemos darles las gracias a los ingenieros que multiplicarán la oferta a mejores precios, aunque no le guste a los lobbies, sean estatales, verdes o carboneros.