Sami, refugiado afgano, junto a Johanna Wahlig.

Sami, refugiado afgano, junto a Johanna Wahlig. S. M.

Economía Alemania

La (muy) lenta y difícil integración laboral de los refugiados

La canciller Angela Merkel quiere acelerar la integración laboral de este colectivo en las empresas.

26 septiembre, 2016 02:06
Berlín

El Paulsborn probablemente sea un hotel-restaurante excepcional por su excelente ubicación, a dos pasos de Berlín pero a orillas del lago del Grunewald, un frondoso bosque del suroeste de la capital alemana. Por allí solía ir a cazar el Káiser Guillermo II de Alemania a principios del siglo pasado. De esa época, exactamente de 1905, data el edificio principal del Paulsborn, un establecimiento que regenta Johanna Wahlig.

Pero esta emprendedora de 45 años ha hecho este bucólico rincón un lugar destacable no tanto por sus servicios, sino por ser de los pocos lugares en Alemania donde se da trabajo a demandantes de asilo. En la cocina del restaurante se emplean a fondo Sami y Hassan, dos jóvenes afganos que esperan a que las autoridades se pronuncien sobre sus estatus. Ambos aspiran a ser refugiados en Alemania.

Anteriormente pasó por el Paulsborn allí Saffwan, un dentista sirio de 31 años que ganó algo de dinero lavando platos durante tres meses para después comenzar unas clases de medicina dental que podrán permitirle volver a la profesión que ejercía en su país.

Sami, uno de los dos sustitutos afganos de Saffwan, dice a EL ESPAÑOL que quiere “estudiar farmacia en Alemania”, aunque está a la espera de hacer su entrevista con las autoridades migratorias para saber definitivamente si le conceden el estatus de refugiado. “Llegué a Alemania el 24 de noviembre de 2015”, recuerda con exactitud este joven de 21 años, originario de Jalalabad. Si fuera iraquí, sirio, iraní o eritreo, tendría un 50% de probabilidad de que le dieran el “sí”. Pero la probabilidad de que un afgano sea aceptado como refugiado en Alemania es menor.

No obstante, Sami puede sentirse afortunado. Porque de los cerca de 1,5 millones de demandantes de asilo que han llegado a Alemania en el último año y medio, sólo tienen un trabajo unos 30.000. Sami es uno de ellos. “Estoy feliz, porque tengo un trabajo y todo va bien”, asegura Sami pese a la incertidumbre que rodea su caso.

Resulta obvio que los refugiados no se benefician de la buena marcha del mercado laboral germano. La tasa de desempleo es del 4,2% en Alemania. Esa proporción está muy por debajo de la media europea, un 10,1%, según las cifras de Eurostat, la Oficina Europea de Estadística. En Alemania, de acuerdo con cálculos oficiales, se espera que a finales de este año sean 350.000 los demandantes de asilo registrados como desempleados. Otros 200.000 podrían sumarse a ese número si, tras terminar sus cursos de alemán o formaciones profesionales, no encuentran trabajo.

INSATISFACCIÓN CON EL MERCADO LABORAL

“Las experiencias de este colectivo a la hora de entrar en el mercado de trabajo no son realmente positivas”, dice a este diario Gerhard Hammerschmid, profesor en la prestigiosa Hertie School of Governance de Berlín. “Ésa es el área en el que los refugiados, cuando les preguntas, mayor insatisfacción muestran”, abunda este experto, responsable de varios sondeos de opinión entre los demandantes de asilo que han llegado a Alemania en los últimos 24 meses.

Por su parte, Sami ha encontrado su empleo en el Paulsborn gracias a Andreas Tölke, un periodista que ha fundado una organización de ayuda a la integración de los refugiados llamada Be an Angel – “ser un Angel”. “Todos los refugiados que trabajan son casos excepcionales”, estima Tölke al hablar con este diario. Gracias a su organización han encontrado empleo algo más de un centenar de refugiados y demandantes de asilo.

“Esta situación se explica por el escaso conocimiento del alemán que tienen los demandantes de asilo”, comenta Tölke. El empleado tipo que buscan las empresas industriales, y otras muchas que pueden estar interesadas en realizar contrataciones urgentes, ha de tener un nivel de alemán B-2, es decir, un buen conocimiento de la lengua germana. Alcanzarlo puede llevar un año de estudio o más. Por suerte para Sami, para el trabajo en cocina que desarrolla “no necesita leer alemán, ni escribir, aprende alemán trabajando”, afirma Wahlig, su jefa.

Por difícil que a Sami le pueda resultar el alemán – ha terminado recientemente el nivel B-1 –, dominar la lengua de Wolfgang von Goethe no es el mayor obstáculo al que se enfrenta éste y otros jóvenes deseosos de incorporarse al próspero mercado laboral germano. El proceso administrativo de la Agencia Federal de Empleo de Alemania y de la Oficina Federal para la Inmigración y los Refugiados por el que se acaba facilitando un empleo a un refugiado es de “gran complejidad”, según los términos de Tölke.

Conseguir los permisos necesarios para que se pueda llevar a cabo la contratación de un refugiado lleva entre un mes y un mes y medio. Esa demora suele desanimar a los empresarios interesados en realizar contrataciones. Casos como Johanna Wahlig, mánager del hotel-restaurante del Grunewald, son raros. Si se dan, ocurren en buena medida por el compromiso de organizaciones como Be an Angel. “La gente de la asociación se ocupa de conseguir a gente como Sami y nos ayudaron a obtener los permisos”, explica Wahlig. Sami y Hassan, al igual que Saffwan en su día, reciben el salario mínimo (8,5 euros la hora).

PROBLEMAS BUROCRÁTICOS

Acceder al mercado laboral alemán es algo que Hammerschmid, el profesor de la Hertie School of Governance, califica de “muy complicado”. “Todas las cualificaciones de los candidatos a una oferta de trabajo tienen que estar verificadas por las autoridades, hay que probar todo, desde que se es refugiado hasta las competencias profesionales, pasando por la formación, con documentos que no siempre los refugiados han podido traer consigo”, dice este experto en cuestiones de inmigración. “Hay mucha burocracia”, reconoce.

“Los números relativos a la integración de este colectivo no son buenos”, valora Matthias Mayer, experto en inmigración de la fundación Bertelsmann. A su entender, junto a problemas como los que plantea el aprendizaje del alemán o la burocracia germana, los demandantes de asilo carecen de las herramientas más básicas para entrar en el mercado laboral. “No saben cómo presentar una candidatura para un trabajo, tampoco tienen contactos para encontrar un empleo, si tienen formación, no saben cómo hacerla válida aquí, a lo que se suma que muchos están traumatizados y necesita tratamiento”, expone Mayer.

La canciller Angela Merkel dio un significativo toque de atención hace unos días en una reunión cerrada a la prensa en la que se citó con los responsables de Wir Zusammen – “nosotros juntos” –, una iniciativa que reúne a los principales actores de la economía germana en favor de la integración de los refugiados. Según lo que ha podido saberse del encuentro, la canciller ha manifestado su deseo que se acelere el ritmo de incorporación de asilados y demandantes de asilo en el mercado de trabajo.

SÓLO 50 EMPLEOS EN GRANDES EMPRESAS

El pasado mes de junio, un estudio del diario Frankfurter Allgemeine Zeitung señalaba que hasta principios del verano, en las treinta mayores empresas alemanas – las del índice bursátil Dax – apenas había medio centenar de refugiados o demandantes de asilo contratados. Apenas se cuentan cinco refugiados empleados por el Estado. Especialmente en las grandes empresas, se argumenta, al hablar de este tema, sobre la necesidad de mano de obra altamente cualificada.

En Bosch, uno de los referentes de la industria germana, el problema es otro. Sven Kahn, responsable de comunicación, señala a este periódico que a su compañía no le falta mano de obra. “Recibimos al año 220.000 candidaturas para cubrir empleos”, señala Kahn. “No reclutamos entre los refugiados, pero si entre ellos existe mano de obra cualificada, tienen las mismas oportunidades que cualquier otro candidato”, agrega, sin aludir a los problemas burocráticos a los que se enfrentan los demandantes de asilo.

“Tengo la impresión de que las grandes empresas y el Estado no se están moviendo con rapidez”, opina Hammerschmid. Además, “la burocracia mantiene a esos asilados o demandantes de asilo apartados del mercado de trabajo”, añade.

La empresa de Oliver Wihofszki, responsable de recursos humanos en Daimler, consorcio automovilístico responsable de marcas como Mercedes-Benz o Smart, estuvo representada en el encuentro con la canciller de Wir Zusammen. Daimler sólo ha empleado a nueve refugiados, según las cuentas de Wihofszki. “Tendremos 50 a final de año”, asegura este responsable de recursos humanos, antes de precisar que Daimler cuenta con más de 600 demandantes de asilo haciendo prácticas en sus empresas y una treintena en cursos de formación.

Otras grandes compañías, como la gigante del sector turístico TUI o la propia Bosch, carecen de refugiados entre sus empleados. Abundan, eso sí, iniciativas relacionadas con la formación y el aprendizaje del alemán que salen de estos grandes actores económicos.

HACE FALTA TIEMPO

“La cuestión de la integración necesita tiempo, la gente que ha venido no puede encontrar un puesto de trabajo fijo e dos o tres meses, hay que esperar”, reconoce Wihofszki, antes de valorar la experiencia de su empresa con los demandantes de asilo. “Tenemos una experiencia muy buena con los refugiados que están haciendo prácticas aquí, la lengua es muy importante, y por eso también aprenden 3,5 horas de alemán al día”, agrega.

En cualquier caso, desde empresas como Daimler se reclama paciencia. “Hacemos lo que podemos, en un año no podemos encontrar trabajo para el más de un millón de personas que han venido”, insiste Wihofszki, aludiendo a los doce meses que han transcurrido desde que Merkel pronunciara por primera vez su ya célebre frase “lo logramos”. Con esas palabras, la canciller se refiere a superar los desafíos que plantea la llegada masiva de refugiados al país.

Si bien la primera etapa, consistente en encontrar ubicación para esas personas, parece haberse cumplido con relativo éxito, aunque no sin sombras – como el auge del partido xenófobo Alternativa para Alemania o la carestía de lugares de acogida en algunas ciudades, como en Berlín –, falta por superar el reto de la integración. Ésta pasa por el empleo. Pero al país de la canciller le queda mucho por hacer.

De hecho, para que gente como Sami, que hoy por hoy se esfuerza limpiando platos en el Paulsborn, alcance el mismo nivel de integración que el de un ciudadano germano o de la Unión Europea, han de pasar 25 años, según datos de la Comisión Europea y de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). A ese ritmo, con 46 años, Sami será un farmacéutico que pasará completamente desapercibido en Berlín.