Hay algo curioso en Roland Garros. Antes de salir a pista, los jugadores escuchan cómo el speaker hace una pequeña presentación con sus logros más destacados, un repaso al currículo. Nadal llevaba dos años escuchando que había sido campeón en 2005, 2006, 2007, 2008, 2010, 2011, 2012, 2013 y 2014 mientras la gente aplaudía durante el tiempo que duraba esa enumeración tan larga. Desde la próxima temporada los vítores serán todavía mayores porque habrá que añadir 2017 a la lista, en la que hay hay 10 Copas de los Mosqueteros. Leído parece incluso más increíble: 10 veces campeón de Roland Garros.

Una vez más, y como llevo haciendo desde hace mucho tiempo, viajé a París para asistir a la segunda semana del torneo. Lo que he visto este domingo me ha dejado impresionado, y mira que a mi edad ya he visto casi de todo. La consecución del décimo título de Roland Garros es fascinante, pero la forma de ganarlo me ha dejado absolutamente de piedra. Qué superioridad, qué control de las emociones, qué forma de jugar al tenis.

Wawrinka no había perdido ninguna final de Grand Slam, es un rival muy peligroso y tiene momentos en los que es casi imparable. Rafa no le dejó acercarse ni lo más mínimo a uno de esos momentos, que han sufrido otros grandes jugadores como Novak Djokovic o Andy Murray. El nivel de Nadal durante todo el torneo había estado cerca de su mejor versión, pero ante Wawrinka lo alcanzó sin ninguna duda para reconquistar su torneo, el que le ha visto crecer como jugador mientras se convertía en una leyenda del deporte.

A los 31 años, volver a ganar Roland Garros tiene mucho mérito. Hacerlo tras sobreponerse a todas las lesiones que Rafa ha tenido en las últimas temporadas multiplica la dificultad de la gesta. Sus ganas de ganar siguen intactas, aunque ahora ya no sea el niño que apareció con camiseta sin mangas y pantalones piratas dispuesto a comerse el mundo con 18 años. Este Rafa, que gana como ganaba en el pasado, es posiblemente mejor tenista que aquel adolescente enérgico que celebraba cada punto saltando dos metros y que llegaba antes que la bola al lugar de encuentro con la raqueta, de lo rápido que corría. Este Rafa mantiene su esencia, pero ha añadido todo lo que le ha dado la experiencia de estar casi una vida en el circuito.

Un recuerdo me viene a la cabeza antes de cerrar estas líneas. Yo jugué dos finales en Roland Garros y gané las dos. Nadal ha jugado 10 y ha ganado las 10. Al final, está más que comprobado: Rafa está por encima de todo.