Federer, durante un partido de la Copa Hopman.

Federer, durante un partido de la Copa Hopman. REUTERS

Tenis OPEN DE AUSTRALIA

El último viaje de Federer

A los 35 años, y tras estar seis meses alejado de las pistas, el suizo vuelve a la competición en el Abierto de Australia buscando aprovechar su impulso final como jugador.

10 enero, 2017 09:51
Melbourne

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El sonido de un trompo acompaña las subidas a la red de Roger Federer. Es lunes por la tarde y tres operarios intentan estabilizar una valla publicitaria de la Rod Laver Arena, la pista central del Abierto de Australia. Hay cables por el suelo, un asiento nuevo esperando ser reemplazado por otro roto y dos tarimas negras por colocar, desde donde luego los fotógrafos fabricarán las imágenes que darán la vuelta al mundo. Hay gente corriendo de un lado para otro, cargando cajas, dando órdenes y con el estrés marcado en la cara. El fin es evidente: que el estadio reciba los últimos cuidados porque el primer Grand Slam del año arranca el próximo 16 de enero.

Es el campeón de 17 grandes, con sus pies de bailarín y sus finísimas voleas, el que frena el ritmo de los trabajadores y consigue que acaben haciendo otra cosa diferente a esa: los hombres paran para ver el primer entrenamiento del genio suizo en Melbourne y no es para menos. A los 35 años, y después de más de seis meses alejado de las pistas para curarse de sus lesiones en la rodilla izquierda (se sometió en febrero a una artroscopia para arreglar una rotura de menisco y nunca acabó de solucionarlo) y también en la espalda (históricamente su zona más débil del cuerpo), Federer vuelve a la competición en unos días intentando aprovechar el último impulso que le queda antes de retirarse.

“He sido muy feliz jugando los últimos 18 años, pero también durante los seis meses que he tenido de descanso”, explicó el suizo antes de marcharse de Perth, donde disputó la Copa Hopman junto a Belinda Bencic como toma de calor, una leve preparación para el primer grande del curso. “No pienso en la retirada. Si me he tomado este tiempo es porque quiero jugar dos o tres años más. Todavía estaré en el circuito por un tiempo si todo sale bien. Siento que pueden venir más cosas interesantes”.

Tras caer en las semifinales de Wimbledon ante Milos Raonic, Federer puso fin a su temporada, renunciando a los Juegos Olímpicos y perdiéndose la mitad del calendario, incluyendo el Abierto de los Estados Unidos y la Copa de Maestros de Londres. Al suizo, obligado por la rodilla, le costó tomar la decisión lo mismo que a la novia que deja plantado en el altar a su futuro esposo por miedo a equivocarse. Para Federer, huérfano de la medalla de oro individual en su legendario currículo, no estar en Río de Janeiro fue casi como cerrarse esa puerta para siempre, porque a Tokio (los próximos Juegos) llegará rozando los 40 años, y eso sí que son palabras mayores.

Así, y mientras Andy Murray ganaba su segundo oro en Brasil y le arrebataba el número uno a Novak Djokovic en un espléndido tramo final de temporada, Federer se colgó una mochila a la espalda, recorrió las montañas de Suiza con su familia y empleó las mañanas en hacer largos almuerzos con los suyos, esquiando por las tardes y disfrutando de noches que su larga carrera no le había permitido antes. Cuando estuvo preparado para volver a jugar, después de seguir las instrucciones de sus médicos y fortalecerse en el gimnasio, Federer se marchó a Dubái y se probó en largas sesiones sin ataduras antes de viajar a la Copa Hopman, donde reapareció jugando por primera vez.

“Estoy con buenas sensaciones y sin notar molestias”, celebró Federer, que lógicamente se enfrenta al reto de ver cómo reacciona su cabeza a la a exigencia de un Grand Slam tras todo lo que ha pasado. “Siento mejor la pelota y también me estoy moviendo bien por la pista”, añadió el suizo, que reunió a 6.000 personas en su primer entrenamiento en Perth, una muestra más del cariño que encuentra allá donde va. “No tengo miedo de volver a lesionarme. Me dolerá todo el cuerpo, pero necesito aprender a tolerarlo”, dijo tras enfrentarse a Alexander Zverev en un encuentro durísimo en la Hopman hace unos días. “Así, si tengo que afrontar un comienzo duro en Melbourne no será tan complicado”.

El suizo sabe de lo que habla. Federer llega al Abierto de Australia como número 17 del mundo, el peaje de la lesión y su peor ranking en un Grand Slam desde Roland Garros 2001 (18). Eso le augura un camino desagradable, porque en la tercera ronda del torneo ya podría encontrarse con Rafael Nadal, Tomas Berdych o Jo-Wilfried Tsonga y en octavos de final con Murray, Djokovic, Milos Raonic o Stan Wawrinka, algo así como jugar dos finales de Grand Slam seguidas sin haber pasado de la semana primera de torneo.

“En este momento, el ranking es algo totalmente secundario”, avisó el suizo, que además de esos peligrosos rivales tiene por delante el desafío de los partidos a cinco sets, una prueba doble para su cuerpo, por la edad y por el tiempo que lleva parado. “Mientras esté saludable y sin lesiones creo que puedo ser peligroso. Ya veremos qué soy capaz de hacer”.