Rafael Nadal, en su partido en Austrialia.

Rafael Nadal, en su partido en Austrialia. Efe

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Contra las dudas, Nadal

El mallorquín debuta en Brisbane con una convincente victoria ante Dolgopolov (6-3 y 6-3), completando una fugaz adaptación.

3 enero, 2017 14:59
Brisbane

Es una fría noche de verano australiano, pero Rafael Nadal tarda poco en encenderla. En su regreso oficial a las pistas, ausente desde que cayó a la primera en el Masters 1000 de Shanghái el pasado mes de octubre, el mallorquín debuta en el torneo de Brisbane acabando 6-3 y 6-3 con Alexandr Dolgopolov y se sacude de encima dos problemas importantes: un rival incomodísimo para empezar y una adaptación contrarreloj, superada después de aterrizar el domingo de madrugada y realizar un solo entrenamiento el lunes por la tarde.

Así, la victoria concede al balear dos días más de aclimatación (jugará el jueves por el pase a cuartos de final ante Mischa Zverev, vencedor 6-3 y 6-3 de Alex De Miñaur) y confirma que lo visto hace unos días en la exhibición de Abu Dhabi no es ningún espejismo: en la competición de verdad, Nadal también va como un tiro.

"Teniendo en cuenta el cambio horario, que casi no he tenido tiempo para adaptarme, ha sido un partido muy positivo, haciendo las cosas muy bien", dice luego Nadal en la sala de prensa del torneo, bien entrada la medianoche en Brisbane.

"A las dos de la tarde estaba en la cama", confiesa el mallorquín, que no puede evitar que se le escapen un par de bostezos, provocando la risa de los periodistas. "Me he levantado, he intentado desayunar, pero me he vuelto a la cama porque estaba destrozado. Al mediodía me he levantado de nuevo, he comido algo y he intentado activarme para llegar bien preparado al partido".

El cielo amenaza con romperse en Brisbane ("¿por qué está tan gris?", le pregunta una niña a otra en la gigantesca cola para entrar al estadio) y cuando Nadal pone un pie en la pista se queda asombrado: la gente recibe al español con el cariño del padre que acaba de ver entrar a su hijo por la puerta de casa después de pasar mucho tiempo fuera.

El número nueve, que por primera vez en su carrera arranca la temporada en Queensland, es un australiano más, como también lo fue Roger Federer durante los años (2013, 2015 y 2016) en los que decidió abrir su curso en el torneo. Recibido por una multitud en su entrenamiento del día anterior, los aficionados que se citan en el debut del campeón de 14 grandes solo piden una cosa: una victoria de Nadal para poder verle otro partido más.

El impredecible Dolgopolov mide el regreso del balear a la competición en un encuentro desagradable para Nadal y agradable para los espectadores. El ucraniano hace cosas diferentes al resto: puede jugar agresivo, rápido, combado, con dejadas, en la red, al contraataque… y hacerlo todo en el mismo peloteo, fabricando mil bolas distintas.

The Dog, El Perro, como le llaman los suyos, juega un tenis indescifrable porque nadie sabe qué improvisará a continuación, por dónde irá su próxima genialidad. El plan del número 62 es el mismo de siempre, el que le ha distinguido durante toda su carrera: una hoja en blanco que rellenar sin pensar, de invento en invento, a golpe de inspiración.

A Nadal, derrotado por Dolgopolov en los dos últimos enfrentamientos entre ambos (Queen’s 2015 e Indian Wells 2014, en Río de Janeiro 2016 no llegaron a jugar por una lesión del ucraniano en el hombro derecho), no le sorprenden los trucos que su rival va destapando porque hace años que estrenaron su rivalidad (Madrid 2010).

El campeón de 14 grandes, recién recuperado de un edema óseo de sobrecarga en su muñeca izquierda, compite con la lesión enterrada (ni rastro del vendaje protector que le acompañó bajó la muñequera durante buena parte del año pasado) y sin precauciones de ningún tipo. Es un Nadal a pecho descubierto, un jugador de cuerpo entero listo para jugar sin regular la intensidad, no vaya a ser que se haga daño.

El descaro de Dolgopolov, que viaja por la pista con unos apoyos ridículos en un deporte que vive de ellos, choca frontalmente con la propuesta de Nadal. El primer break del encuentro es para el ucraniano, que de inicio encuentra las líneas y amenaza con ser un torbellino para su rival, tan veloz juega, tan certero se muestra.

Ocurre, sin embargo, lo de tantas otras veces: Dolgopolov, que podría haber sido piloto de carreras, cantante de rap o jugador profesional de videojuegos (todas las aficiones en las que destaca), empieza a fallar, porque asumir riesgos sin control es todo un peligro. Nadal lo recibe con los brazos abiertos y una subida de su propio nivel: del 1-3 inaugural pasa a un 6-3 y gana la primera manga, pero también el partido, aunque todavía deba cerrarlo en el segundo set.

Como en los tres partidos que disputó en el torneo de Abu Dhabi, el mallorquín tira profundo y con intención. Falta mucho para poder decir que su derecha es el disparo decisivo de sus mejores días, pero está claro que empieza a parecerse bastante.

Ante Dolgopolov, y en su lucha interna contra el fatigoso jet lag, el español deja un síntoma esperanzador para todo lo que le viene por delante: pese a la fatiga, Nadal se mueve rapidísimo, con las piernas echándole humo. Cuando llegue lo complicado, para lo que no falta demasiado, todo será más fácil si mantiene esa intensidad de movimientos.