Maracaná al fondo, con anillos olímpicos.

Maracaná al fondo, con anillos olímpicos. Reuters

Juegos Olímpicos

Empieza la fiesta olímpica: Brasil saca pecho con una ceremonia austera pero luminosa

La gala de apertura de los Juegos se desarrolla en un ambiente festivo, estropeado al final con los abucheos al presidente Temer, y un espectáculo centrado en la diversidad cultural brasileña, su riqueza musical y la protección de la naturaleza.

6 agosto, 2016 05:14
Río de Janeiro

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Maracaná, la catedral mundial del fútbol, se convirtió este viernes en un templo colorido de unión olímpica que hizo olvidar durante unas horas (cinco) la realidad brasileña, desgraciadamente alejada de algunos valores ensalzados por una ceremonia notablemente austera que supo sacar partido a un espectacular juego de luces y levantó escenarios digitales de la nada para enseñar a 70.000 espectadores (más unos 2.000 millones por televisión) la historia del gigante sudamericano.

La luz y la música, gran patrimonio cultural brasileño, protagonizaron un ‘show’ por momentos ensimismado, pero que acertó a mostrar las bondades de la ‘ciudad maravillosa’ y el país anfitrión. Empezando por el esplendor cultural de hace medio siglo, cuando Río alumbró la bossanova por medio de Tom Jobim y varios amigos. El recuerdo de aquellas décadas doradas, acompañado por un tema inmortal de Gilberto Gil, fue el primer canto de amor a una ciudad que a veces parece desaparecida entre desigualdades flagrantes y un clima de inseguridad por momentos irrespirable.

Nada de eso se plasmó en la ceremonia, cuyas únicas referencias a la violencia fueron dirigidas a los enfrentamientos simbólicos entre comunidades humanas abstractas. En el tapiz de Maracaná, cuya forma homenajeaba a Oscar Niemeyer (el estandarte de la arquitectura nacional), fueron sucediéndose esquemas geométricos diversos en 3D que rememoraban la decoración urbana carioca e iban mutando progresivamente hasta convertirse en las moles de granito que configuran las grandes ciudades de hoy “a costa de sacrificar la naturaleza”, como explicaba la guía de la gala. Los 2.000 cañones de luz suplieron todo tipo de materiales y ahorraron mucho dinero a una organización que ha recortado hasta en fotocopias para llegar hasta aquí.

Austeridad y ecologismo

La encomiable austeridad de medios fue la principal característica de la noche. Hasta el himno de Brasil fue interpretado a la guitarra, con poco acompañamiento, por el gran Paulinho Da Viola. Brasil presumió (con motivo) de ser todavía el mayor jardín de la Tierra, a pesar de la deforestación amazónica, y la puesta en escena de Fernando Meirelles pobló el espectáculo de alegorías al bosque originario y los pueblos nativos, ayudándose de unas sencillas cuerdas elásticas que conformaban figuras diferentes en medio de haces de luz predominantemente verdes. Bajo todo ello, grupos de bailarines ejecutaban danzas riutuales indígenas.

Los diferentes movimientos migratorios que explican la formación del Brasil actual tuvieron también su momento: primero los europeos, después los africanos (con un recuerdo al drama de la esclavitud y el sonido del látigo), por último los árabes y orientales. Le tocaba el turno después al siglo XX: la construcción de las metrópolis al ritmo de una canción de Chico Buarque terminó con un homenaje al héroe de la aviación nacional, Santos Dumont, a quien Brasil y Francia otorgan el mérito de la invención del primer avión: fue quizá el momento de la gala, con una aeronave hecha de cajas de cartón cruzando el aire de Maracaná al son de la ‘Samba do aviao’ del ubicuo Jobim, recordado inmediatamente después mientras la ultramodelo Gisele Bündchen desfilaba por la pista a los acordes de ‘La chica de Ipanema’, interpretada por un hijo de su compositor, Danilo Jobim Neto.

Música de favelas

Los sonidos de las favelas (a través de sus ritmos predilectos: el ‘passinho’, el funk y el rap) levantaron después al público de sus asientos y Maracaná se convirtió durante unos minutos en una discoteca propiamente dicha, entre luces de colores, con 1.500 bailarines que desafiaban el notable economicismo del montaje. Cantó Ludmilla el rap de la felicidad, cantó la mítica Elza Soares, cantaron raperas jóvenes y célebres provenientes de Curitiba y Sao Paulo. La exuberancia musical de un país inigualable en ese terreno recordó al mundo entero que no todo es Paul McCartney y David Bowie, héroes de la inauguración de Londres 2012.

El mensaje central fue: “Celebremos nuestras diferencias y amemos la diversidad”, quizá una forma de validar la heterodoxia brasileña en la preparación de unos Juegos amenazados por la crisis que sacude el país. (El presidente interino, Michel Temer, tuvo la inteligencia de adoptar un perfil bajo –o inexistente– hasta el final y posponer el abucheo al evitar la alocución prevista al comienzo).

Un análisis más reposado podría criticar los llamamientos a la diversidad en un país con graves problemas de racismo o la alusión constante al ecologismo a pocos kilómetros de una bahía muy contaminada (que habían prometido limpiar), pero no era noche para debates intelectuales. Cuando empezó el desfile las zonas comunes del Maracaná se habían convertido ya en un cachondeo. Se fumaba en cualquier lado, corría la cerveza, soldados se sacaban ‘selfies’.


Largo desfile

Dos horas de desfile de deportistas se hicieron largas para muchos. Hubo ovaciones para las delegaciones de Alemania, Colombia, España (con un Rafa Nadal exultante), Estados Unidos, Francia, Italia, México, Palestina y Suiza. Pero ninguna como la que recibió Portugal y, lógicamente, el país anfitrión. Hasta el final: el equipo de los atletas refugiados movilizó a todo el graderío en un aplauso emocionado. (Los países que más recelo despertaron: Argentina e Israel. Rusia, cuya participación era duda hasta el final, fue acogida con división de opiniones).

No hubo los pitos previstos, sólo fiesta: Río, experta en organizarlas, no podía perder la oportunidad de sacar pecho ante el mundo después de tanto tiempo de escrutinio internacional. Cinco años de preparación que se consumieron en cinco horas de luz y color ante la presencia de 45 jefes de Estado (con muchas ausencias relevantes).

“El mejor lugar del mundo es aquí y ahora”, dijo una vez acabado el desfile el presidente del Comité Olímpico Brasileño, Carlos Alberto Nuzman, celebrando por fin años de esfuerzo y críticas: “Hoy el mundo es carioca”. Thomas Bach, el presidente del Comité Olímpico Internacional, saludó en portugués a los asistentes, ensalzó los valores del certamen y olvidó cualquier disputa pasada: “Habéis convertido a Río en una metrópolis moderna, y aún más bonita […] Y lo habéis hecho en un momento muy difícil de la historia brasileña. Siempre creímos en vosotros”. La ovación subsiguiente llenó Maracaná. Mientras tanto, el presidente Temer seguía en silencio, escondido.

Kip Keino y Michel Temer

El laurel olímpico, una novedad de esta ceremonia, fue otorgado al atleta keniano Kip Keino, de 76 años, doble campeón olímpico y ex ‘recordman’ mundial de 3.000 y 5.000 metros: un pionero del atletismo del fondo y mediofondo que se convertiría en la especialidad deportiva del país. Sus palabras de agradecimiento dieron paso al único momento tenso de la noche: la declaración oficial de apertura de los Juegos por parte del presidente Temer, cuya voz fue ahogada por una tormenta de silbidos. La megafonía del estadio vino a su rescate, la televisión pasó a un plano aéreo del estadio y la ceremonia prosiguió como si nada hubiese pasado. (Brasil ha pospuesto la solución a su bloqueo político hasta finales de mes).

La aparición final de figuras deportivas brasileñas (Sandra Pires, Oscar Schmidt) enardeció al público, que inmediatamente después volvió a la solemnidad con la interpretación del himno olímpico por un coro infantil: al tramo final le faltaba atractivo y le sobraba ritual. Afortunadamente, restaba la apoteosis final: un espectáculo de samba con las escuelas de percusión de Río de Janeiro y un tema final interpretado por Caetano Veloso y Gilberto Gil, iconos de la música popular brasileña (MPB), y la sensual cantante Anitta. Aparecieron las inevitables bailarinas emplumadas y el Maracaná adoptó el aire del Sambódromo. Los atletas estiraban las piernas discretamente, protegiendo el trabajo de cuatro años: llevaban horas de pie. Prácticamente ninguno se sumo al frenesí sambista; parecían desear la llegada de la antorcha para poder irse al autobús.

El encendido de la antorcha

La gran incógnita de la noche –quién encendería el pebetero– se despejó con la entrada en el estadio del tenista Gustavo Kuerten, ex número uno del mundo, figura muy apreciada en Brasil. Pelé, definitivamente, estaba atendiendo otros compromisos. Fue finalmente el exmaratonista y medallista olímpico Vanderlei Cordeiro de Lima, el único latinoamericano premiado con la medalla Pierre de Coubertin, quien completó el rito principal del movimiento olímpico. Hubo fuegos artificiales y mucho alivio. Ha empezado la fiesta. Llega el momento, por fin (y ojalá) de hablar de deporte.