Si en el mes de agosto nos hubieran dicho que Claudio Ranieri no terminaría la temporada, no nos lo hubiéramos creído. El protagonista de una de las gestas más emocionantes de su historia sufrió el dramatismo convulso que caracteriza al fútbol de este siglo. Al ritmo del vértigo que nos sacude cada día, el equipo al que encumbró, el Leicester vigente campeón de la Premier League, lo despachó sin compasión como un fracasado más.

Esta es una singularidad cada vez más acusada del fútbol actual, en el que un único resultado- un 4-0, por ejemplo,- es capaz de poner en jaque a la directiva, al entrenador en la puerta de la calle y sembrar la duda en la renovación de su mejor jugador, que quizá está ya pensando en cambiar de aires. Y, de repente, sin siquiera jugar, la catástrofe se diluye por ensalmo con la derrota del Madrid, y hasta Luis Enrique se vuelve simpático.

La impaciencia, una característica definitoria de la edad infantil, se ha convertido en el rasgo definitorio de los dirigentes. El drama, en el guión de los que nos cuentan el balompié. Cada jornada, incluso cada entrenamiento, hay hecatombes y los fiscales interrogan al culpable. Del Olimpo al cadalso en un partido o en una rueda de prensa.

La cómoda modernidad soslaya que lo importante no son los resultados sino el estilo, cuya conquista es menos inmediata. Los resultados son efímeros, pero el estilo permanece. Los grandes equipos no lo son porque ganan, sino por cómo juegan. En esta época de mentalidad infantil, Cruyff no hubiera dispuesto de tres temporadas para construir su Dream Team y con él el Barcelona moderno. Añaden las malas lenguas que a Pablo Laso le salvó una encuesta. Y desde hace muchos años, por sus comienzos irregulares, la selección española de baloncesto sufre críticas despiadadas. Dan ganas de dedicar a quienes manejan el negocio la canción de Serrat, “Niño, deja ya de joder con la pelota...”

Al tiempo que el fútbol se muestra como un teatro en el que las desgracias se convierten con mucha frecuencia en protagonistas, la NBA nos vende de continuo sonrisas, historias que apasionan y récords sin cesar. Como la máquina de Hollywood, encandila a sus seguidores hasta con los fuegos de artificio de un All-Star y sus figuras aparecen casi cada día en las noticias en labores comunitarias y anotando 40 puntos.

En un mundo feliz, los equipos pueden hacer planes a varios años vista y hasta los entrenadores duran lustros y lustros. Qué diferencia entre las distintas películas que nos producen estos y aquellos, unos jugando a la alegría y otros al tremendismo. Casi sería un sinsentido que las dos produjesen millones en ganancias, si no fuera porque así son las preferencias de los humanos desde tiempo inmemorial. La NBA, la comedia. El fútbol, el drama.