Zidane aparece en las ruedas de prensa seguro de su labor, relajado y sonriente. Es de agradecer. Siempre defiende a los jugadores y nunca habla de cuestiones tácticas ni suele mencionar si han jugado bien o mal, aunque el Madrid de esta temporada no esté convenciendo a nadie. Su mantra es una falta de intensidad, que a tenor de sus declaraciones, fluctúa en función del partido y debido a unas causas que tampoco parecen estar claras.


Podrían interpretarse sus palabras como una forma diplomática de atacar a los jugadores, pero de atacarlos, al fin y al cabo. No creo que se deban ver así. En realidad está volcando la mayor parte de la responsabilidad en sí mismo, porque si un entrenador no es capaz de que su equipo juegue con intensidad, es que es incapaz de entrenarlo.

Zidane le da instrucciones a Marcelo durante el partido contra el Leganés.

Zidane le da instrucciones a Marcelo durante el partido contra el Leganés. Reuters


Posición distinta es la de Mourinho, que carga sin disimulo ni diplomacia. El portugués, fiel a su estilo, intenta esconder un arranque nefasto y su más que evidente decadencia como entrenador con excusas cansinas que ya no convencen a nadie. Cuando no son los árbitros son los jugadores, que juegan el partido como si estuvieran “en un amistoso de verano”. Ellos, los recogepelotas o cualquiera que pase por allí, son los culpables de que hasta los que no tenemos nada que ver con el asunto sintamos lástima al ver cómo se arrastra en un equipo histórico. Al contrario que Zidane, que se coloca en primera línea de fuego; Mourinho se esconde detrás del resto del mundo. Sin novedad.


Quien apareció tranquilo el sábado, a pesar de la derrota, fue Simeone, siempre educado con el rival y que dijo, como suele hacer, no buscar ninguna excusa. De vez en cuando desliza alguna, pero no creo que lo hiciera en esta ocasión, a pesar de que su equipo flojea en los últimos tiempos. Un Atleti que camina entre la vulgaridad y la excelencia pero que, por encima de todo, aparece frágil, quebradizo.


El conjunto ha perdido ese halo de ejército rocoso e inexpugnable que le ha llevado a la cima del fútbol europeo. Tras una exhibición, llega una derrota en la que los jugadores colchoneros aparecen serios en su trabajo, pero sin el colmillo afilado. Como si todavía se estuvieran deleitando con el partido de la goleada, con los despliegues de una exquisitez a la que no están acostumbrados. Si al Madrid le falta equilibrio entre sus líneas; al Atleti le falta equilibrio en su temporada.


Lo que me gustaría saber es lo que le pasa por la cabeza a Steve Kerr, el entrenador del Golden State Warriors, cuyo equipo batió la pasada campaña el récord de partidos ganados en la “temporada regular”, y que, recién comenzada ésta, ya lleva dos derrotas. En teoría el equipo se ha reforzado con una de las estrellas de la liga, Kevin Durant, aunque el acoplamiento se antoja un tanto peliagudo. Durant es, sobre todo, un anotador, en esencia lo mismo que los Splash Brothers, Curry y Thompson. Vamos a ver cómo influye en el juego de ambos el nuevo fichaje, porque ahora lanzarán menos y tendrán menos protagonismo. Será divertido ver cómo lo digieren y cómo lo digiere el equipo.


Y terminando la ronda de entrenadores, el nuevo preparador del Barcelona pone sobre el tapete un asunto espinoso en el baloncesto continental: el calendario de la Euroliga, que someterá a los jugadores y a los entrenadores a un estrés difícil de soportar. Reclama un psicólogo para los jugadores; plantillas más largas para los equipos, y para los técnicos, más ayudantes que les echen una mano en la preparación de los partidos.


También denuncia que ve demasiadas lesiones y que la tensión que se vive aquí en los equipos, en los que cada derrota es una tragedia, es muy diferente a la de la NBA. Estoy bastante de acuerdo con casi todo lo que dice, así que como le veo tan agobiado que hasta parece que todavía suda más que antes en los partidos, me voy a permitir recomendarle que contrate a dos psicólogos. De nada, Georgios.