Poco después del sorteo de las semifinales de la Champions, empezó a circular entre los atléticos un whatsapp con los presupuestos de los cuatro equipos que habían llegado hasta ahí. La imagen también incluía el estatus de los rivales del Real Madrid y el Atlético hacia la final. De lo primero, podría deducirse que a los rojiblancos les ha tocado el contrario más endeble. Con lo último, parecería evidente que son los favoritos al título. Salvo para los atléticos, que en el mensaje vieron la prueba incontrovertible de otra plaga bíblica lanzada contra un pueblo perseguido. Que esto siga siendo así es sin duda el mayor prodigio de Simeone.

Lo más extraordinario que ha conseguido no es devolver a la cumbre a aquel equipo de Manzano eliminado en la Copa por un Segunda B, sino lograr que ese trayecto no parezca un regreso. Lo complicado no era convencer a aquel equipo de que en realidad eran grandes, sino lograr que los de ahora (una Liga, dos semifinales de Champions en tres años) vivan como pequeños. Como si no hubieran terminado de volver.

Diego Pablo Simeone.

Diego Pablo Simeone. Sergio Pérez Reuters

A su lado en el banquillo, Simeone guarda sentado un recordatorio. Hay una imagen del 'Mono' Burgos que condensa todo lo anterior. Es de un spot del verano de 2002, cuando el Atlético regresa a Primera después de dos años en Segunda. En el cruce de Gran Vía y Alcalá salta la tapa de una alcantarilla y emerge el 'Mono'. "Ya estamos aquí", se lee. No llega a salir del todo. Sólo asoma hasta los hombros, y otea Madrid medio atrapado en un punto desde el que se ve Cibeles, donde va el Madrid a celebrar sus títulos.

Para Simeone ésa es la ubicación perfecta: sin haber escapado aún del todo del infierno, notando aún la caldera de la tragedia, y teniendo justo delante la inminencia de otro triunfo del rival más odiado. He ahí el encantamiento: mantener a los jugadores y a la grada todavía instalados en la caricatura del Pupas. Sólo que con el Cholo, el Pupas empieza como empezaba siempre, pero no acaba igual.

El ejercicio de sugestión colectiva es como aquel de Uri Geller en los setenta y ochenta. Uno tenía una cucharilla en la mano, lo miraba el tipo desde la tele, y acababa con un brazalete, de tanto que se había enroscado. Aquello sólo salía si al principio se sostenía una cuchara, del mismo modo que lo de este Atleti sólo funciona si se empieza lamentando lo cuesta arriba que el sistema les ha puesto todo. El Pupas que se dobla. "Nunca dejes de creer", dice el Cholo. "El metal se funde", prometía Geller.