Soy un gran admirador de la labor de Simeone en el Atlético de Madrid, pero a un símbolo como Fernando Torres no se le puede despachar con el famoso “aquí vamos partido a partido”. Con esta frase -que lo mismo le sirve al Cholo para un roto que para un descosido- contestó hace unas semanas a la pregunta de cómo iba el asunto de la renovación de Torres.

Simeone da instrucciones.

Simeone da instrucciones. EFE

Más recientemente, habida cuenta de que el jugador manifestase de nuevo su voluntad de terminar su vida deportiva como colchonero, el entrenador despachó el asunto con otro tópico que aún sonaba peor : “No hay división entre los atléticos, porque lo que quiere la afición es ganar”.

De entrada, intentar zanjar una cuestión delicada con una obviedad populista es impropio de un líder respetado. Por supuesto que todo el mundo quiere ganar. Pero no todos de la misma forma ni a cualquier precio.

A los brasileños les gusta el jogo bonito, a los italianos el catenaccio e incluso hay algunos para los que lo más importante no es la victoria: los hinchas del Athletic prefieren jugadores vascos por encima de cualquier cosa.

Y por lo que se ve y se escucha en el Calderón, a los atléticos les gustaría que su equipo ganase con su jugador favorito en el terreno de juego. Me cuentan que en el minuto 9 de los partidos, los aficionados corean el nombre de Torres incluso sin estar convocado.

Pero aún peor, la excusa de vincular el rendimiento del Atlético con la presencia de Torres, amén de una falta de tacto imperdonable, no resiste el análisis. Cuesta creer que su inclusión en la plantilla pueda restar competitividad al Atlético en el cómputo de una temporada. Que no tenga sitio en su nómina de delanteros. Que no pueda serle de utilidad en muchos partidos. Que lo fuera hace nada y que no lo sea dentro de unos meses no tiene sentido deportivo.

Los entrenadores también son caprichosos y volubles. Se enamoran de los jugadores con la misma rapidez que se desencantan sin razones de peso. Pero un jugador así merece un trato diferente. Aunque solo sea porque la afición quiere que se le dé un trato diferente. Es frecuente, asimismo, que los entrenadores se aferren tanto a su sistema como a un náufrago a su tabla.

Creen que se hundirían al mínimo retoque y en lugar de flexibilizarlo para que quepan jugadores diferentes, cambian y cambian hasta que encuentran los que se acoplan a su forma de pensar. Por último, hay preparadores que no soportan que haya nadie que les haga sombra...

Hace unos días, el Atlético anunció la beneficiosa marcha de Jackson Martínez al fútbol chino. Horas más tarde, Simeone reconoció en una rueda de prensa que la responsabilidad de que el jugador no haya triunfado era suya. El gesto, por un lado, le honra. Por otro, le deja en mal lugar.

Si es capaz de salvarle la cara a un recién llegado, ¿por qué se empeña en facturar al buque insignia con un par de frases tan vacías como hirientes? Espabila Simeone, porque de otra forma, ni siquiera los millones de un chino te servirían de coartada. Nos pasamos la vida en busca de referentes y cuando los tenemos no se nos ocurre nada mejor que maltratarlos.