El sábado Messi le metió un gol al Málaga que si lo mete un tipo en Tercera, en el pueblo habrían echado la semana en el bar quejándose de lo que se habría dicho si un gol así lo hubiera marcado Messi. Pero fue Messi. De haberlo anotado Neymar, el asunto les habría llegado al bar ya con unas cuantas patadas encima. Antes de que un regate suyo alcance las cabinas de comentaristas, ya ha aparecido alguien en la hierba que quiere tomárselo mal. Y zas: patada.

En mayo, en la final de Copa contra el Athletic, intentó una lambretta. La abortó el defensa mandándolo al suelo, a donde acudieron a gritarle otros tres rivales antes de que se levantara. Después del partido Iraola explicó por qué se lo tenía bien merecido: "No es nada elegante, no me parece deportivo, pero esta gente es así".

A mí la lambretta me pareció todo lo contrario. Muchas tardes me siento a ver al Barcelona con la esperanza de que vuelva a intentarlo. Como quedó claro el otro día, el Athletic también. Después de acariciarle el lomo con los tacos, a Aduriz le faltó agacharse a susurrarle: "Te echábamos de menos".

Neymar ante el Athletic Club de Bilbao.

Neymar ante el Athletic Club de Bilbao. Alejandro García EFE

Lo extraordinario no se le tolera a cualquiera. En la misma final de Copa, el argentino agarró una pelota en la banda derecha, encerrado en una trampa casi en el centro del campo; tiró un caño, se escapó de tres, de otro más en el área y marcó. Él solo. Ese gol debería haber dejado mucha más gente enojada que la lambretta.

Pero a Messi se le aguanta porque mientras lo hace parece que no está haciendo nada. Y sin embargo, lo ha hecho. Es una especie de ventriloquía: como cuando en el colegio hablaba por él la niña que se sentaba detrás.

Se soporta mejor la casualidad tipo Nayim que el destello destilado a partir de miles de intentos (una espaldinha, un caño). En su libro "Yo soy Zlatan Ibrahimovic", el futbolista recuerda una de sus primeras conversaciones con Guardiola al llegar al Barcelona: "Mira –me dijo Guardiola–, en el Barça nos gusta tener los pies en el suelo". "Sí, claro. Estupendo", contestó. "No venimos a los entrenamientos en Ferraris o en Porsches".

Ibra se acostumbró a conducir el Audi del club, pero empezó a entender que se había equivocado de sitio: "Noté que sus palabras encubrían algo. Algo como: 'No creas que eres especial'". Pero lo era. Como lo es Neymar. Él disfruta, y los rivales le piden respeto, pero lo que quieren es aburrirnos. Como dice Ibrahimovic: que compremos un Ferrari para conducirlo como un Fiat. O que, de momento, lo dejemos envejecer en el garaje y usemos el Audi.