Más allá de su extraordinario final de temporada en el que ha eliminado al Barça, al Baskonia y al Real Madrid, la victoria del Valencia Basket encierra un gran valor simbólico por haber derrotado a la fuerza que domina el baloncesto europeo: la Euroliga y los clubs que defienden sus tesis.

Pese a haber reunido méritos deportivos sobrados en las últimas temporadas, la Euroliga se ha negado a admitir al Valencia Basket en su círculo de entidades egoístas y de mandamases pícaros. El sistema de aceptación, ideado por éste, aplaudido por aquellos y eufemísticamente bautizado como de licencias, se traduce en que seremos siempre los mismos o los que nosotros queramos, planes por lo visto en los que el equipo taronja no entraba.

Amparado en este método excluyente y con una estrategia acaparadora de aniquilación de las ligas nacionales, los equipos que participan en la Euroliga gozan de la inigualable ventaja de participar en el escaparate de la mejor competición europea, una fuente de recursos vedada a los demás. A pesar del trato discriminatorio sufrido, el Valencia Basket y su dueño, Juan Roig, han honrado el lema de su camiseta-“Cultura del Esfuerzo”- y han conseguido lo que casi nadie imaginaba y muy pocos soñaban.

Quizá ni siquiera los entrenadores y jugadores que saltaban y corrían enloquecidos de júbilo por la pista de La Fonteta tras derrotar a los blancos. En vano, los medios trataban de detenerlos para captar sus primeras palabras. No he visto un equipo que dejase traslucir tanta felicidad por un triunfo que consiguieron contra el sistema y contra todo pronóstico.

La plantilla del Valencia Basket celebrando su victoria en la liga.

La plantilla del Valencia Basket celebrando su victoria en la liga. ACB Photo

Porque este baloncesto moderno de estadísticas, de sabios que lo conocen todo y de etiquetas más falsas que un euro con la cara de Popeye, ya había sentenciado a la gran mayoría de jugadores como actores de reparto. Los veteranos nunca volverían a sus mejores tiempos, a los jóvenes les fallaba el talento o el físico y el resto eran jugadores que no tenían el nivel necesario para jugar en un equipo de la Euroliga. Y, además, la mitad de la rotación de la plantilla.. ¡eran españoles!, esa especie en vía de extinción, infravalorada desde hace muchos años y maltratada por el sistema.

Sin ir más lejos, Pierre Oriola ha tenido la suerte de caer en manos de Pedro Martínez, un entrenador que parece tener querencia por los hombres altos españoles y estar empeñado en demostrar que con confianza y minutos pueden producir lo que se les exija. Fran Vázquez, Edu Hernández-Sonseca y Xavi Rey pasaron antes por sus manos para dar un rendimiento extraordinario que les llevó a la selección o a los clubs grandes.

En definitiva, el Valencia ha demostrado que jugar en la Euroliga no concede un ritmo de competición superior que impregna de imbatibilidad: se puede derrotar a sus equipos sin jugar en ella, sin sus prebendas y con esos españoles que juegan tan mal. Y de paso, ha puesto de manifiesto que arrinconar la Liga Endesa, como pretenden los planes de una competición europea, es un dislate que, de producirse, nos privará en el futuro de una temporada tan espectacular como la que acabamos de disfrutar.

Por primera vez, cinco equipos españoles diferentes (el Gran Canaria, el Madrid, el Tenerife, el Unicaja y el Valencia Basket) se han repartido las competiciones nacionales e internacionales, a excepción hecha de la susodicha liga de Europa. ¿Cabe mayor riqueza? Pues les ciega tanto el egoísmo que la quieren destruir.