No es para menos. En este mundo globalizado en el que maquinarias millonarias dominan el panorama deportivo con despotismo, el triunfo de los humildes es un canto a la esencia del deporte y un estímulo de primer orden para lo equipos modestos y sus aficiones. La recompensa, a veces, tarda mucho en llegar.


Tanto, que jamás la hubieran soñado los entusiastas fundadores del Club Baloncesto Canarias en 1939, encabezados por el letrado Agrícola García Espinosa de los Monteros con el único propósito de jugar en las plazas del pueblo y alrededores. El club completó el pasado sábado una temporada de ensueño, ya con 70 años de historia y mil partidos en las categorías nacionales.


Más allá de la culminación de una trayectoria, la trascendencia de su liderazgo no debería pasar desapercibida. Volvió a demostrar que no existe la distancia que algunos pretenden entre la Euroliga y la Liga Endesa, como ya vimos en la pasada Copa del Rey. Y, sobre todo, que espectáculos como el que se vivieron en el Pabellón Insular Santiago Martín y en Vitoria deberían ser estimulados por todo el baloncesto y no cercenados de raíz, como pretende el proyecto de una invasiva Euroliga que aspira a liquidar las ligas nacionales y, con ellas, una parte esencial del mundo de la canasta.

Davin White durante el partido contra el Real Madrid.

Davin White durante el partido contra el Real Madrid. EFE


El artífice baloncestístico del reciente Iberostar es Txus Vidorreta, un arquetipo de los que podría haber ido a comprar un mapamundi de Bilbao y al que solo el paso del tiempo lejos del “bocho” ha aplacado ligeramente -solo ligeramente- sus raíces. Txus, al que la experiencia le ha dictado un trato de compañero con los jugadores, es un tipo cordial y sencillo. Quizá, por eso, su sentido común le ha sugerido un juego que mezcla los principios básicos de toda la vida, puestos al día por su conocimiento del baloncesto moderno.


Así, acoplando su defensa al rival, corriendo cuando pueden y pasando el balón después de aprovechar cualquier mínima ventaja, el equipo se ha consolidado con un estilo atractivo y de colaboración. La cohesión del líder es tal que aún y con lesiones de hombres claves en su idea como Richotti y Javier Beirán, el engranaje sigue funcionando y, tras pequeños desequilibrios para adaptarse a la nueva situación, el equipo continúa como un tiro.


Enfrente, el Madrid no termina de demostrar lo que promete. Lo llevo reseñando con independencia de sus resultados, o sea que no se me puede acusar de ventajista. Los males del equipo derivan de la creación ofensiva. Llull es extraordinario, como Doncic, pero ninguno es un generador como el Chacho, Teodosic o De Colo. Como Rudy sigue tan colosal en defensa como negado en el tiro y Randolph cada vez juega más lejos del aro, el equipo está en manos del acierto en los triples de Llull y Carroll. Nada que no tenga solución, pero ya que los madridistas no aprendieron de las victorias, ahora tienen una oportunidad de aprender de las derrotas.