A los Biris les habrá afectado poco que Sergio Ramos haya marcado un doblete para resolver a favor de su aborrecido Real Madrid un partido alocado y tóxico contra el Málaga. Ellos ya hicieron su trabajo en los dos últimos encuentros de los madridistas en Nervión, que eran los que les importaban, oficiando el linchamiento de palabra y gesto más vomitivo que se ha visto en un campo de España en años. Su trabajo está hecho con el beneplácito de su club, el Sevilla FC, y de otros sectores de su hinchada, pero no deja de haber algo de justicia poética en el hecho de que Ramos viera en alguna medida compensadas las incalificables agresiones verbales sufridas hace unos días por parte de una afición de la que él se considera parte.

Si los Biris supieran los problemas que el propio Ramos ha experimentado con parte de la afición del Real Madrid (sobre todo en redes sociales) por causa de su sevillismo, quizá se habrían pensado dos veces la cacería. Es muy posible que sean conscientes de ello pero no les importe: su corazón está demasiado ocupado en amar a Rakitic y Dani Alves. A los Biris les habrá dado igual el doblete que Ramos marcó ante el Málaga, pero algunos nos alegramos especialmente por el capitán blanco. “Hice un gran partido y ahora a por el próximo toro”, dijo después del último y aciago encuentro en la que (ay) fue y él considera aún su casa, gol en propia puerta incluido. Dicho y hecho: dos en la contraria y tres puntos que su club (el que le paga, que en este caso coincide con el que le quiere) necesitaba de manera perentoria.

A los dirigentes del Sevilla FC que se alinearon con sus ultras tras el partido de Copa, permitiendo que los Biris marcaran su agenda al solicitar siguiendo su dictado una sanción para Ramos por sus provocaciones (¿?) a la grada, les habrá resbalado bastante el que Sergio volviera a rescatar al equipo que le paga y le quiere. Ellos ya cumplieron con su trabajo sirviendo de altavoz institucional de su hinchada más radical e impresentable, a la que no solamente protegen sino a la cual al parecer obedecen con puntualidad. No obstante, no deja de haber algo de justicia poética en el hecho de que volviera a ser Ramos quien rescatase al Madrid en un partido que los blancos pudieron sentenciar pero también empatar.

Los espectadores del Bernabéu se consternaron con una nueva muesca de fatalidad en forma de lesiones (esta vez le tocó a Marcelo, revelándose que la flor ha de ser carnívora y culé en caso de existir), pero se solazaron viendo a su capitán pasar factura a su propia fatalidad personal y a la infame persecución sufrida por él y por su familia en su mismísima tierra. La única persona que ha mostrado algo de decencia pública en Sevilla en lo relativo a Ramos ha sido Sampaoli. Monchi solicitó respeto para Ramos… cuando la cacería ya había tenido lugar. Parece que a Monchi se le da tan bien la disciplina de los fichajes como la del cálculo.

A la inmensa mayoría de la prensa española, que ha asumido con enorme naturalidad el que no haya habido sanción alguna para el Sevilla tras la asquerosa masacre moral de esos dos partidos (a falta de uno), le habrá resultado básicamente indiferente el que Sergio agrandara su leyenda de goleador improbable y sin embargo ya casi consuetudinario, aplacando de este modo el peso de la ignominia de Nervión. Esa prensa ya ha hecho su trabajo también, un trabajo de omisión en este caso, una laguna donde debiera haber habido una denuncia para consagrar la doble vara de medir entre el Madrid y el resto.

¿Alguien puede imaginar el ruido mediático (y las consecuencias disciplinarias) que habría generado un aquelarre semejante -perdón, dos aquelarres semejantes- en el Santiago Bernabéu? Con todo, hay justicia poética en el hecho de que volviese a ser Ramos quien decidiera el choque, proclamando al equipo que le paga y le quiere campeón de invierno con la naturalidad con que protagonizan gestas quienes vienen de un infierno que experimenta desde hace años, pero que ha vivido hace pocos días su doble episodio más oprobioso y vil.

Hay (sí) justicia poética en el doblete de Sergio Ramos: uno por cada linchamiento moral. Lástima que la justicia poética no sirva absolutamente para nada, que solo haya una justicia que importe y que esta haya sido mancillada con la cacería y/o la mirada hacia otro lado más sucia que se recuerda a orillas del Guadalquivir.