Hasta para un adolescente que había pasado su infancia escuchando las proezas del Madrid de Di Stéfano y que había presenciado la conquista de la sexta Copa de Europa, saltaba a la vista que Cruyff era la modernidad. Aquel equipo de jóvenes atléticos con el pelo largo, que se movía de forma coordenada e intercambiable, jugaba a algo que nunca se había visto hasta entonces. Y tenía un jefe fulgurante y eléctrico con una personalidad desbordante, que dejaba claro en su discurso que el Madrid tardaría mucho en volver a mandar en el continente.

Al lado de la máquina holandesa, los equipos españoles parecían un traje gastado y pasado de moda, por más que de vez en cuando alguno, como el Atlético de Madrid, se asomara a la cima europea. Hasta los alemanes que les discutieron la hegemonía palidecían en la comparación: por más que el Mundial del 74 se quedara en casa, siempre será recordado como el de la Naranja Mecánica.

Por fortuna para el Barcelona y el fútbol español y por desgracia para el Madrid, Johan se vistió de azulgrana para lograr lo que parecía imposible: arrebatarle la liga después de 14 años y un 0-5 en el Bernabéu. Sin embargo, pronto declinaría el genio del jugador para dejar bien a las claras que lo mejor, con ser genial, no era lo que hacía en el césped, sino lo que imaginaba dentro de su cabeza.

Desde los banquillos y en los despachos comenzó a fraguarse su dimensión única, la del personaje que quizá más haya influido sobre el juego en la historia del fútbol. Allí mostró una y otra vez una capacidad mental extraordinaria para crear o inventar cosas nuevas admirables. Así define la Real Academia Española a los genios.

Cruyff siguió invirtiendo la historia y logró que el Barcelona desplazase al Madrid en los terrenos de juego y hasta en el gusto de un buen número de los aficionados. Otra vez se anticipaba al futuro, en esta oportunidad con una fórmula basada en la posesión del balón que llevó al Dream Team a la conquista de la primera Copa de Europa. Del fútbol total a los orígenes del tiki-taka. De finales de los 60 al siglo XXI.

Johan Cruyff en una imagen de archivo.

Johan Cruyff en una imagen de archivo. Andreu Dalmau EFE

Porque años más tarde, cuando el sabio copió al genio y España ganó la Eurocopa para iniciar su senda gloriosa, no pudimos dejar de pensar: esto ya lo hemos visto. La Roja jugaba como el Barça y el Barça como ideó Johan. No deja de ser curioso que cuando le preguntaban sobre quién era el mejor, siempre contestaba lo mismo: todo comienza en Xavi. Aunque quizá por modestia no lo hizo, bien hubiera podido responder todo comienza en Cruyff.

Retirado del fútbol, el holandés siguió mostrando su personalidad carismática que le llevó a impulsar un sinfín de causas benéficas y una Universidad con su nombre para que la gestión del deporte recayese en manos de los deportistas. Sin duda, no tenía una gran opinión de los dirigentes con los que le había tocado lidiar, en especial con José Luis Núñez, a quien dirigió una carga de profundidad tan ingeniosa como destructiva: “El dinero en el campo, no en el banco”.

En esta última etapa de su vida, tuve la fortuna de compartir alguna que otra impagable conversación acerca del deporte y de la vida. Siempre recordaré sus ojos vivos y la voz apasionada con la que defendía sus principios. Una autenticidad sin concesiones sobre la que forjaría una leyenda.