Cuando después de 14 aciertos seguidos Narsingh mandó su penalti al larguero, un amigo escribió en Twitter: “¡Ha sido el Cholo!”. Me pareció el clásico sarcasmo que exprime el tópico en busca de retuits. Como escribir “¡Ha sido Rajoy!” el día que dimita Rita Barberá. Además de él, hubo decenas de personas más que escribieron frases similares y exaltadas. “El balón se acojona y se va al larguero”. Pocas bromas con el Cholo.

Poco antes del octavo penalti del PSV, Simeone levantó los brazos para agitar la grada: rugieron 50.000 personas en incandescencia. Él espantaba su angustia, que lo había tenido toda la tanda escondiéndose por la banda. El público espantaba la suya. Narsingh envió la pelota al travesaño. Ha sido el Cholo. Poca broma.

Lo del Atlético de estos últimos tiempos es una religión sostenida por un juego de espejos. La grada cree en el Cholo (“lo ha parado él”) porque el Cholo cree en la grada. Aunque nunca en una circunstancia tan extrema como la del penalti, el entrenador ha acudido de manera habitual a ese batir de brazos. Se le ha visto a punto de levantar el vuelo en los últimos minutos de varios partidos. Marcador ajustado, rival a la carga. La pelota se va fuera y el Cholo sacude al público. La cosa suele acabar bien. Ha sido el Cholo, corre por los anfiteatros. Ellos están convencidos de que ha sido él. Él confía en que han sido ellos.

Tan excesiva como la frase de mi amigo fue el festejo del campo. Si la fiesta era por haber pasado a cuartos. Más bien pareció el asombro por una aparición, la repetición de un raro fenómeno astronómico. Los espejos seguían alineados: Simeone se reflejaba en la grada, y al revés. Aún funciona el encantamiento. Ha sido el Cholo. Claro.

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