En una fase aguda de su decadencia, al borde del desahucio por incapaz, Cristiano Ronaldo terminó el sábado como máximo goleador de la Liga. Es un extraño declinar el suyo. Después de sus dos goles al Athletic, el ilustrador Javier Muñoz me recordó una sentencia de Michi Panero: "Si uno quiere suicidarse lo tiene facilísimo. Abres esa ventana y te tiras. No te salva ni la caridad. Claro, que si caes encima de un bar de putas o de una vieja...". Cristiano, cuando está para retirarse, aterriza sobre el Pichichi.

Es incapaz de manejar con mesura siquiera su propia desaparición. En ese racionamiento de la escasez no hay nadie como Fernando Torres, apurando el final desde hace cuatro años. Por entonces, logró algo extraordinario en el Chelsea, que había pagado por él 50 millones de libras. Levantó un récord de ausencias a la altura de la marca de su precio de delantero goleador. Se las arregló para mantenerse más de 1.500 minutos, cinco meses, sin anotar un solo gol. Hasta que una tarde, en un partido de Copa que ganaban 3-0 contra el Leicester, entonces en segunda, marcó en un tropiezo. Por error. No le quedó más remedio que meter otro enseguida.

Cristiano Ronaldo celebra un gol al Athletic.

Cristiano Ronaldo celebra un gol al Athletic. Andrea Comas Reuters

Al terminar el partido fue todo muy hermoso. Sus compañeros se acercaron a saludarle uno a uno, aplaudió al público, la cámara le siguió hasta que desapareció hacia el vestuario. Una despedida. Un partido homenaje. Se pareció bastante al último renacer de estos días. Mister Chip ha calculado que entre su gol 99 con la camiseta del Atlético y su gol 100 transcurrieron 2.713 minutos de fútbol de su equipo. Una vuelta completa de Liga, de Eibar al Calderón. Sólo dos minutos separaron el 100 y el 101, el domingo al Getafe. Después del Eibar, fue todo también como una retirada: el saludo al público, la cámara siguiéndole, la escena con su anciano descubridor, la desaparición hacia el vestuario.

Cuando Torres vuelve de sus lagunas, lo hace siempre dejándonos la impresión de que había olvidado despedirse de alguien. También provoca la sensación de que podría seguir así siempre, que nunca perderemos al tipo que cazó aquel gol a la carrera en el Ernst Happel de Viena. El domingo hubo entusiasmo en una radio con su tanto: "Los que dudaron del Niño que vengan a chuparle las botas". Cuando quien regresa es Cristiano, enseguida asoman mohínes de contrariedad. Deseamos que Torres no se acabe nunca. No entendemos cómo, pese a las evidencias, no termina de acabarse Cristiano.