Reportaje fotográfico: Moeh Atitar.

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Libros Nuevos novelistas (I)

"El escritor joven debe ser rebelde y con mucha mala hostia"

'Cocaína' inaugura la serie de nuevos autores de novela. Daniel Jiménez retrata una generación perdida que busca esperanza.

18 enero, 2016 00:15

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¿Dónde está Daniel Jiménez? “Está en el baño, ahora viene”. Podría darse el caso de que Daniel Jiménez no fuera autor novel, ganador del Premio Dos Passos a la Primera Novela, y usar el retrete no fuera un acto sospechoso. Teniendo en cuenta que recibe el galardón con un libro que ha titulado Cocaína (Galaxia Gutenberg), en el que el protagonista -Daniel- se pasa media novela visitando los baños para disfrutar de un poco de intimidad mientras se prepara sus rayas, las fronteras de la realidad y la ficción se vuelven muy débiles. Durante esta entrevista sólo toma cafeína.  

Por aclararnos: Cocaína aparece y se convierte en un hito en la generación de los ochenta. El personaje, el autor a ratos, escribe un diario en el que relata su adicción a la sustancia. Los días pasan febriles y lo único que no cambian son los gramos que se mete. “Sientes vergüenza por todo el dinero que te has gastado en comprar cocaína, por no hablar de los últimos tiempos en los que te niegas a pagar el alquiler del piso pero no renuncias a llamar a Andrés”. Su camello se llama Andrés. Siempre contesta.

Pero la cocaína no deja de ser un animal de compañía, un recurso para incidir en otro asunto, el importante. Adivinen: “No estás satisfecho de ser quien eres, un vulgar cocainómano, un triste desempleado, un alcohólico a jornada completa, un escritor rotundamente fracasado”. Y también: “No todo el mundo triunfa a tu alrededor, de hecho, es casi más fácil hacer un inventario de los amigos y conocidos que han fracasado más y mejor que tú”. Correcto, esta novela podría haberse titulado Fracaso.  

Es el testimonio de una derrota que se asume sin reivindicaciones. Daniel descubre que el paraíso era mentira, que les habían engañado, que todo era una trampa. Y se hunde. Y mira a su alrededor y no ve nada más que fracaso y se refugia en la droga. Y, aquí viene la clave: agarra sus papeles para escribir, para mantenerse a flote y lo peor es que se redime. Al hacerlo, al salvarse gracias a la literatura, mata el nihilismo que hacía monumental su proyecto -el del autor, el del protagonista- y confirma que no importa que el paraíso sean los padres. Que prefieren seguir creyendo.

Es una novela de redención, que no lleva el nihilismo novel hasta sus últimas consecuencias. “Me parecía necesario que hubiera ese puntito de esperanza. Ese final feliz, ennegrecido por la última escena. Pero mi visión de la literatura es romántica, creo que puede salvarnos. Pero me parecía más tópico que el personaje se hubiese suicidado”, comenta a este periódico.

“Nos habíamos preparado para esa promesa, pero nos la han quitado -dice el escritor- Íbamos a ser clase media alta y nos quedamos en clase media precaria. Todo ese hastío e indignación lo muestra. Estaría bien que el personaje hubiera llegado a una acción más contundente. Está bien que se le atribuya un componente generacional a esta novela, porque está ahí”.  

La cocaína en la narrativa

La cocaína es un género literario. Está de moda, corre por las líneas de la narrativa. Por eso no es una novedad. Ni siquiera llega a ser provocadora. Lo más llamativo es el descaro con el que atiza a sus precedentes y sus recursos. Desde Perec, pasando por Bolaño, Vila-Matas, a Patricio Pron, Julián Herbert o “la rebeldía de los primeros libros de Alberto Olmos”.

La literatura es la más caníbal de todas las aficiones: “El escritor joven debe ser rebelde y tener mucha mala hostia, con ganas de incordiar e incomodar. Tampoco vale sólo provocar por provocar.  Imagino que uno termina acomodándose con los años, porque las ganas de disentir y de caer mal se van apaciguando”. Es la magia de la consagración: muerte fulminante. “Pierden autenticidad buscando mayor aceptación del público, en detrimento de la rebeldía, del riesgo y del valor. Los de la generación precedente quieren ser escritores felices y poco más”, añade.

“A los de los ochenta nos toca molestar y decirles a los mayores que igual que ellos quieren ocupar los sillones hediondos de los sabios. Porque nos gustaba lo que hacían y ya no tanto”. La lucha intergeneracional nunca descansa, nunca para, lo devora todo. “Debemos avanzar admitiendo las deudas que tenemos con ellos, pero sin quedarnos callados cuando cometan un crimen con lo que fueron”.  

Regeneración literaria

Mientras los diputados se acostumbran a las rastas y a los bebés, a las botas y los vaqueros, la regeneración llega a la literatura: “Lo importante es dar una patada en la puerta y mover las aguas estancadas de esa narrativa que se repite a sí misma”. Daniel cuenta que hay que hacerlo con rebeldía para contar las cosas “de otra manera”, como toda primera novela que se precie. “Pequeñas rupturas de la tradición”. “Quiero molestar a los grandes autores”, dice

Cocaína es una novela rabiosa escrita en una primera persona insistente, que horada el tiempo y el espacio, frase a frase. Tiene Jiménez un sentido especial del ritmo para lograr que ese “yo” no se quede flácido. Porque Cocaína es honesta, de verdad y pone en riesgo al autor. Así entiende la literatura este nuevo autor, viejo escritor de novelas rechazadas hasta la premiada, como una agitación de la realidad, como “un lugar en el que todavía caben todo tipo de heroicidades, mitos capaces de remover las conciencias para cambiar épocas”. Allá vamos.