Blanca Marsillach durante la despedida del proyecto Viajando con Marsillach en Madrid

Blanca Marsillach durante la despedida del proyecto Viajando con Marsillach en Madrid Prensa Blanca Marsillach

Escena Memoria y teatro

Cuatro razones para acercarse hoy a Marsillach

Blanca Marsillach, hija del dramaturgo y heredera de su pasión por el teatro, explica por qué la obra y la figura de Adolfo siguen vigentes.

26 febrero, 2016 02:46

Noticias relacionadas

Mi padre Adolfo Marsillach nació en Barcelona en enero de 1928 e hizo su mutis definitivo en Madrid en enero de 2002. Casi década y media después, mi compañía está representando el montaje Viajando con Marsillach, basado en su obra Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?, dentro del proyecto Incorpora con el que la Obra Social la Caixa lucha contra la exclusión social. Por difícil que parezca, creo que soy capaz de explicar con objetividad por qué su obra y su figura siguen vigentes.

Era un todoterreno en el teatro

No hablaré ni del padre, ni del esposo, ni del amante, ni del amigo. Ni siquiera de su aspiración frustrada de dedicarse al periodismo, heredada tal vez de su propio padre al que adoraba. Pero sí puedo resumir todo lo demás en una palabra: teatro. A él le molestaba que le llamaran “polifacético” porque todas sus facetas desembocaban en lo mismo. Como actor, autor, director, gestor y agitador cultural, Marsillach era nada más y nada menos que un todoterreno del teatro.

Si nada de lo que hizo durante 50 años pasó inadvertido, por muchas razones, y sean estas “ las principales” como dicen en Fuentovejuna, tiene sentido acercar su obra a la nueva generación que no le conoció en vida.

Hacía reflexionar al público

Marsillach se interesaba por textos que no sólo tenían calidad literaria y posibilidades teatrales sino que le permitían hacer reflexionar al público. O más bien, interrogarle. Siempre decía que en el teatro se deben hacer preguntas para que luego cada espectador aporte su respuesta.

Quería despertar al público, por eso hizo obras como 'Sócrates' para defender nuestra democracia y el derecho a hablar de los ciudadanos cuando teníamos una dictadura

Quería despertar al público. Por eso hizo espectáculos como Después de la caída de Arthur Miller para situar al espectador más cerca del dolor de los hombres e incitarle a luchar por su libertad. O el Marat-Sade de Peter Weiss para plantear si es más útil la libertad individual o la colectiva. O el Tartufo de Molière para denunciar de forma picante la hipocresía de los hombres del Opus Dei que estaban entonces en el poder. O el Sócrates ensamblado por Llovet para defender la democracia y el derecho a hablar de los ciudadanos cuando teníamos una dictadura en nuestro país.

Era un maestro de la risa

Marsillach dominaba por igual los registros dramáticos y los cómicos. Cuando escribe Yo me bajo en la próxima, ¿y usted? no sólo logra que el público se ría de forma imparable con unos diálogos hilarantes, sino que utiliza esa risa para producir una radiografía demoledora de la sociedad franquista. Es decir, para poner al espectador ante el espejo de su propio ridículo.

El teatro y -en cierto modo- la vida eran un juego para él. Un juego que, elevado a la categoría de pasión, le hizo sentir curiosidad por todo lo humano hasta el último día de su vida. Con Yo me bajo en la próxima, ¿y usted? se convirtió en uno de los pioneros del Café Teatro, pero es impresionante hasta qué punto sus diálogos, su distanciamiento y su ironía sirven para fustigar el despotismo que sigue presente en muchos aspectos de la sociedad actual.

Hacía teatro para ayudar a la gente

Pocas cosas le habrían satisfecho tanto a Marsillach como comprobar que su teatro puede servir para ayudar a personas en situación de exclusión social a reengancharse a la vida, a través de su profesión. Eso es lo que estamos consiguiendo gracias a Incorpora, el proyecto de Obra Social la Caixa que ha servido para crear ya 23.000 puestos de trabajo. Descubrir que algunos de esos puestos de trabajo tienen que ver con el teatro sería muy gratificante para él.

Sus diálogos, su distanciamiento y su ironía sirven para fustigar el despotismo que sigue presente en muchos aspectos de la sociedad actual

“El mundo es injusto, la vida es injusta y es posible que la humanidad se perpetúe a golpe de injusticias”, escribió Marsillach. “Pero por eso, precisamente por eso, no me resigno a cruzarme de brazos: es un problema de decencia”.

Marsillach encontró en el teatro una manera de ayudar a los demás. Se dio cuenta nada más saborear las mieles del éxito con El zoo de cristal de Tennesse Williams: “Por primera vez, sentí que había elegido un oficio con el que podía llegar al corazón de la gente. He procurado luego que no se me olvidara”. Eso es lo que procuro yo también en tanto que hija suya y heredera de su pasión y compromiso con el teatro.