Lorena G. Maldonado Peio H. Riaño

De todos los agentes 007 que han existido, la identidad masculina de Roger Moore parece la más equilibrada de las de Sean Connery, George Lazenby, Timothy Dalton, Pierce Brosman y, desde luego mucho menos macho alfa que Daniel Craig, el 007 más cipotudo. Más amable, más irónico, más refinado y más flemático de todos, defendía que James Bond no había nacido en la ficción para matar, aunque tuviera licencia para ello. Moore dio vida a un espía muy poco solemne, un papel al que llegó en 1973 después de que Conery renegara tras su interpretación en Diamonds Are Forever.

Muere Roger Moore

La imagen de Bond, que encarna el ideal de masculinidad más masculina, saca provecho de los estereotipos más estereotipados de lo que significa ser un hombre: es fuerte, terco, fiel sólo a la reina, a su país y a su jefe, ama a las mujeres como reto a conquistar. Es el hombre que ha llegado para proteger, seguridad y protección a la mujer. Moore saltaba sobre los caimanes de un río para pasar a la otra orilla, en Vive y deja morir, y al retirarse decidió dedicarse -por intercesión de Audrey Hepburn- a las labores humanitarias en UNICEF, y a proteger a los animales de la violencia humana. ¿Fue el James Bond menos tópico?

Poco fiel al original

James Bond nació de la imaginación de Ian Fleming, en 1953, en la novela Casino Royale. El escritor continuó la saga hasta el día de su muerte, 14 años después. De todos los actores que dieron vida en la gran pantalla al personaje, Craig es -después de tres películas- la mejor versión del original: serio, frío, brutal, torturado, ¿sexy? Moore fue muy poco fiel a esa visión en sus siete películas (de 1973 a 1985): un hombre con una visión nostálgica de la guerra, que odia la sangre y la suciedad. Un personaje resbaladizo, pero muy distinto a su predecesor, Sean Connery, que encarnó al espía sardónico, bravucón; un escocés que reniega de la muerte y se ríe del peligro, un personaje que promete a los hombres que pueden lograr lo que quieran.

Odia la violencia

En una ocasión le preguntaron a Roger Moore cómo se preparó el papel de James Bond, y él contó que lo primero que hizo fue leer los libros de Ian Fleming. A pesar de que no terminó de entender cómo era el personaje, sí llegó a una conclusión: “Recuerdo leer una línea que decía que Bond acababa de completar una misión. Es decir, un asesinato. Entendí que él no disfrutaba particularmente matando, pero hacía su trabajo con orgullo. Esa fue la clave, al menos en lo que a mí respecta”. El agente, en el cuerpo de Moore, no era un sádico ni un hombre que subrayase su propia hombría mediante la violencia.

Ríe más que mata

Moore ha sido el Bond con más picaresca y flema británica. Zarandeó a su personaje y lo alejó del rancismo a golpe de guiño cómico, pero sin excesos. El actor decía de sí mismo que era un “pequeño diablo” y que sentía que era muy difícil “sobrevivir”, sin tener sentido del humor. “Además, siendo actor y viéndote en pantalla, si no tienes sentido del humor, vas a sentirte bastante miserable. A menos, claro, que estés enamorado de ti mismo”. Dejó claro que no era la versión graciosa de Bond, sino -siempre-, la versión más cómica de sí mismo.

No soporta a James Bond

Moore siempre tuvo claro que Bond era un personaje de ficción y que no tenía sentido arrastrarlo a su vida ni vagar por ahí bajo su sombra, bajo su halo. “Claro que siempre hay algo que pone en riesgo la seguridad del Reino Unido y de la Reina. Después de todo, Bond trabaja para el gobierno de su Majestad, así que cualquier cosa que sea considerada un riesgo, será eliminada por Bond, pero sólo en la ficción”, reflexionó. “Sería espantoso que lo hiciéramos de verdad y que la gente no pudiese enterarse de lo que ha pasado hasta 50 años después, cuando la información sea desclasificada automáticamente”.

Ser humilde (y algo temeroso)

Decía Moore que él ni siquiera era especialmente aventurero. “Es más, soy bastante miedoso”, reía. “No estoy interesado en tener un avión, me basta con brincar”. No le hacía falta ser un kamikaze para repeinarse como nadie, para dejar el sombrero sobre el perchero con elegancia inaudita y para besar a las mujeres de la trama como ya no se besa: con -distendido- ritual épico. La vez que más miedo pasó, contaba, fue besando a la actriz Grace Jones en Panorama para matar (1985).

Y cipotudo

Moore aseguró que le gustaba Daniel Craig como nuevo Bond. “Me recuerda un poco a Connery, ya sabes, por la dureza. Creo que es genial”. Admitía que él no la tenía. “Es un estilo completamente diferente al de Bond. Es muy potente. Hace cosas que ni mis especialistas ni yo hubiéramos podido hacer. Habríamos pensado: “Esto es todo, amigos, nos están intentando matar”. Lo que hacen hoy es de primera clase”. Con todo, a pesar de su clase, su mesura, su fino humor y su talante sencillo -que le alejaron toda la vida del cipotudismo ilustrado y la pretendida bravura del personaje-, cuando se le preguntó si alguna vez podría haber una Bond femenina, respondió: “Pues sería algo difícil… a menos que tuviera muchas conquistas lésbicas”. El macho alfa no duerme.