Kurt Cobain.

Kurt Cobain. EFE

No debe de resultar sencillo reaccionar con naturalidad —o fingir al menos una sonrisa conciliadora— cuando eres Dave Grohl o Krist Novoselic, has vendido más de diez millones de copias del Nevermind, tu grupo ha pasado en un abrir y cerrar de ojos de la escena alternativa a las radios y televisiones de todo el planeta y, de repente, el tío ese que compone, canta y toca la guitarra llega un día al estudio y te dice que el título del nuevo disco será “Me odio a mí mismo y quiero morirme”.

Toda una declaración de intenciones. Por fortuna, y previa charla con Novoselic, Cobain acabo desistiendo y el último álbum de estudio de Nirvana se llamó finalmente In Utero. La peligrosa relación del músico con la muerte, sin embargo, se mantuvo inalterable.

Kurt Cobain era uno de esos talentos inigualables cuya genialidad, como antes le había sucedido al pintor Francis Bacon o la escritora Alejandra Pizarnik, entre otros, estaba estrechamente vinculada a su autodestrucción. Hay en ello algo descorazonador y paradójico. Aquello que le hacía ser quien era, que sentía en cada latido como una herida abierta, que le servía de filtro extraño en su interpretación de la realidad, aquello que le hacía ver el mundo de una forma única pero despiadada y que se había convertido en el motor principal de su relato, era lo mismo que acabaría con él. Que los sentimientos, miedos y obsesiones sobre los que se construye toda tu obra desemboquen trágicamente en el fin de tu propia vida entraña una dolorosa contradicción.

Aquello que le hacía ver el mundo de una forma única pero despiadada y que se había convertido en el motor principal de su relato, era lo mismo que acabaría con él

Pero a veces la vida consiste precisamente en eso. En consumirse con violencia e intensidad. Como la llama nerviosa de una cerilla. Cobain lo dejó escrito en su nota de suicidio haciendo suyo un verso de Neil Young: “Es mejor arder que apagarse lentamente”.

Traumas tempranos

La primera vez que intentó quitarse la vida fue en su adolescencia, echándose sobre las vías del tren esperando que éste le arrollase. Durante su infancia, su padre lo acosaba. Comenzó a beber y a fumar marihuana a los trece años de edad. En cierta ocasión, mientras él y sus amigos visitaban la casa de una chica con discapacidad a la que solían acudir para robar el alcohol de su padre, a Kurt se le ocurrió que perder la virginidad con aquella chica sería una buena forma de lograr que en el colegio dejasen de meterse con él acusándolo de ser gay. Se le adjudicó entonces el despreciable mote de “follaretrasadas” y fue en ese momento cuando decidió quitarse la vida. El tren, sin embargo, pasó por la vía de al lado.

A Kurt se le ocurrió que perder la virginidad con aquella chica discapacitada sería una buena forma de lograr que en el colegio dejasen de meterse con él acusándolo de ser gay

A partir de ese instante comenzó el descenso a los infiernos de uno de los músicos más influyentes de la historia del rock. A los diecisiete años comenzó a consumir heroína, a la que estaría irremediablemente enganchado un par de años después, coincidiendo con los inicios de Nirvana.

En 1992, en pleno auge del Nevermind, Courtney Love confesó haber consumido heroína durante su embarazo —más adelante acusaría a Vanity Fair de haber sacado sus palabras de contexto—, por lo que el departamento de servicios sociales de Los Ángeles les retiró la custodia de su hija, Frances Bean, que recuperarían en los tribunales meses después.

En mayo de 1993, Cobain sufrió una sobredosis que Love atajó por su cuenta y riesgo inyectándole naloxona, logrando que recuperase el conocimiento y que al cabo de unas horas diese un concierto con Nirvana como si nada hubiese sucedido. El 4 de marzo de 1994, hallándose en Roma para recibir tratamiento para una bronquitis y una laringitis, amaneció inconsciente en su hotel tras una sobredosis de flunitrazepam mezclado con champán que le mantuvo en el hospital cinco días.

Armas y pastillas

Diez días más tarde, ya en su casa de Seattle, se encerró en una habitación de la que tuvo que sacarle la policía, que le confiscó varias armas y un bote de pastillas. A finales de marzo ingresó voluntariamente en un centro de desintoxicación de Los Ángeles, del que se escaparía dos días después. Una semana más tarde, el cuerpo sin vida de Kurt sería descubierto en una habitación de su casa del lago Washington por un operario que había acudido a instalar un sistema eléctrico de seguridad.

A finales de marzo ingresó voluntariamente en un centro de desintoxicación de Los Ángeles, del que se escaparía dos días después

Hoy se cumple medio siglo del nacimiento de Kurt Donald Cobain, un hombre arrastrado contra su voluntad hacia la gloria a través de su propia autodestrucción. Mientras tanto, escribió sobre la muerte, el dolor, el delirio, la inseguridad y el resto de los demonios que lo atormentaban. Sobre su muerte se ha especulado en infinidad de ocasiones, pero si hubo alguien que quiso poner fin a la vida de Kurt desde que éste era apenas un crío fue el propio Kurt Cobain. 

A veces resulta inevitable pensar en qué estaría haciendo hoy en día si no hubiese fallecido. Si estuviese cumpliendo hoy mismo cincuenta años. Uno se pregunta si seguiría escribiendo canciones. Si seguiría liderando a Nirvana. Si seguiría descargando su rabia sobre los escenarios o si sus inquietudes le habrían conducido hacia otro lado. Al fin y al cabo, siempre le gustó escribir y dibujar.

Sin embargo, si no fuese por su adicción a las drogas, si no fuese por sus terribles dolores de estómago, por su depresión, si no fuese por su descreimiento y sus fantasmas y su tendencia autodestructiva, si no fuese por todo aquello que le condujo a quitarse la vida el 5 de abril de 1994, Kurt Cobain no habría sido Kurt Cobain. Por mucho que a día de hoy todavía siguiese vivo.