Caótica, apostólica y romana. Así es, cuando tiene la mala follá de mostrarse al natural, como las almejas más lamelibranquias de la pandilla, nuestra queridísima televisión digital. Esa que anda repleta de cadenas presuntamente amigas y a un cuervo llamado Jon Nieve no lo rematan ni rociándolo con salfumán. Puede uno toparse, al tirar de mando a distancia, con un momento indescriptible como el de ver a Esperanza Aguirre y Bertín, en casa de no sé sabe ya quién, zampándose a dos carrillos un arroz precocinado con el socarrat de la demagogia verbenera mientras engullen vino peleón como si no hubiera un mañana. Zapear es una profesión de riesgo que no está pagada y España se resume en esa paella recalentada en plena cháchara electoral.

No obstante, aún hay esperanza. Poca, pero la hay. Otra esperanza, quiero decir. La que no se las da de lideresa salvapatrias y siempre es la última que se pierde. La que consiste en soñar con la llegada de una televisión diferente, alejada de la banalidad rampante, inteligente, comprometida, digna, normal. La que se convierte, de golpe y porrazo, en excepción que confirma esa regla catódica que consiste en el vale todo por arañar un puntito de ‘share’. El extremo opuesto, equidistante, de lo telebasurero. Yo, la otra noche, me topé con dos benditas excepciones que deseo compartir. Espero que cunda el ejemplo. Y repito: hay esperanza. Poca, pero la hay.

En #0. Se plantó Andreu Buenafuente al frente de su ‘Late Motiv’ en la isla griega de Lesbos con la intención de zarandearnos un poco las conciencias. Y vaya si lo logró. Una vez allí, nos abrió las puertas del campo de refugiados y paseamos por su interior de la mano de voluntarios que lo han dejado todo, o casi todo, para ayudar a la gente huida del infierno sirio. Oscar Camps, cooperante de Open Arms en Lesbos, nos mostró el lugar cogidos de la pechera. Lo mismo hizo el fotógrafo Samuel Aranda, flamante y reciente premio Ortega y Gasset de Periodismo, quien nos ayudó a enfocar nuestras almas allá donde más necesario se hace. Y Serrat. El grandísimo Joan Manuel Serrat, que se marcó una versión de ‘Mediterráneo’ en plena herida mediterránea de poner los pelos de punta. Hasta a mí, que soy calvo, me los puso.

Un programa de humor se compromete, por un día, con el horror y la verdad. Horroris causa. “Transmitir la gran crónica de la solidaridad que se vive en Lesbos”, explica Andreu, al arrancar. “No nos gusta nada cómo han actuado, en este caso, las autoridades. No nos representan. Espero que les guste y que nos perdonen, porque un día, sólo un día, no vamos a reír”, remata. Y sobreimpreso en pantalla, el mensaje: “Gracias por creer que podríamos ser refugio. Gracias por ayudar a construirlo”. Olé.

En La 2. Documentos TV: ‘La voz de los niños emigrantes’, de Manuel Sánchez Pereira. Documental necesario y demoledor que acerca la cámara al sufrimiento y al miedo de los miles de niños que llegan a Europa desde Siria, Irak y Afganistán. Niños que son carne de patera y lloran, mareados, ateridos, aterrados, al desembarcar en la playa. Llantos desconsolados. Miradas de desolación. Infancias rotas. Sueños hundidos. “A mí lo que me gustaría sería deciros unas palabras tristes. ¿Me dejáis?”, nos dice una pequeña de gigantesca mirada. “Hola, me llamo Marí. Eso es. Me llamo Marí. Todos los días le pregunto a mi hermana dónde estamos. Y ella me contesta que estamos lejos y eso me pone triste. Y no paro de preguntarles a todos mis hermanos y hermanas: Y, ahora, ¿dónde estoy? Y siempre me acaban diciendo que estoy en un sitio que se llama ‘un sitio mágico’. Primero me extraño un poco. Pero luego les acabo dando las gracias”.

Seguían comiendo paella a paletadas y dándole al tinto mientras arreglaban su mundo, los otros. En Telecinco. Ajenos a todo y a todos. En tu caspa o en la mía. Encantadísimos de conocerse.