Si, como sostenía Frank Lloyd Wright, el afamado arquitecto, “la televisión es un chicle para los ojos”, entonces, ¡Houston, tenemos un problema! ¡De los gordos! ¡Y explosivos! ¡Un obstáculo imprevisto! ¡De pícnicas proporciones! ¡Lo peor es que de nada vale mascar para superarlo! Estamos, por lo visto, muy, pero que muy mal de lo nuestro. Fatal. Peor que nunca. España como gigantesco merendero sin estrellas Michelin –aunque ‘estrellado’ por culpa del efecto ‘MustierChef’– en el que encadenamos una cita a ciegas tras otra como si lanzarnos de cabeza a lo venéreo fuese a sacarnos del pozo de esta crisis televisual en la que vivimos inmersos.

Dos semanas llevo, dos, si interrupciones de por medio, subido a la chepa catódica de Carlos Sobera para comprobar cómo ejerce de singular maître del restaurante del ‘First Dates’, el nuevo reality cuatrero que combina, a capón, lo gastronómico con lo eroticofestivo. Una ida de olla que pasea por el lado cutre de lo ‘sentimentalescatológico’ y que ha sido definido, por sus responsables, como programa “alternativo y sin postureo para ‘enamorar’ el ‘access’ de Cuatro”. Ahí es nada. En lo de ‘alternativo’ tenemos que darles la razón. Por la trospidez del asunto en sí. Sin embargo, alguna que otra reserva nos queda en cuanto a lo de la ausencia de ‘postureo’. A no ser que ‘sin postureo’ sea sinónimo, en el lenguaje de estos innovadores sin fronteras, de postizo, de engañoso, de forzado, de artificioso. O sea, de ful. ¿Pero es que, a estas alturas del set, alguien se cree que lo ocurre ahí dentro no forma parte de un guion?, ¿qué existe gente tan desesperada como dispuesta a exponer en público sus vergüenzas?

Eso sí, admitido postizo como animal de compañía, y por motivos que desconozco, hay que reconocer que este ‘First Dates’ puede resultar, a largo plazo, más adictivo que los Doritos. Yo, como el replicante Roy Batty de la película ‘Blade Runner’, también he visto, durante estos días de citas a ciegas continuadas y esclavitud catódica, cosas que los humanos ni se imaginan: naves de ataque incendiándose más allá del hombro de Orión. He visto a jóvenes –y no tan jóvenes– ‘pagafantas’ de todo tipo y condición sexual desesperados por pillar cacho entre plato y plato. He contemplado, súbitamente anonadado, cuerpos repletos de coloridos ‘tatoos’ hasta el mismísimo corvejón de sus propietarios. He observado ‘piercings’ de extraña procedencia reubicados en lugares insospechados de algunos cuerpos humanos. He escuchado sentencias alucinantes como “Mi genética es top y soy tripolar, no sé si te lo había dicho” o “Me gustan los puzles y lo fantástico”.

He comprobado, al borde mismo de la enajenación, cómo alguien es capaz de llamar a su hija Ylenia por culpa de ‘Gran Hermano’. He oído a una cuarentona, con ínfulas de top, soltarle a una de las dicharacheras camareras: “A mí me gustan mucho también las almejas. Las almejas de comer. Claro, de marisco. Pero en esta primera cita no voy a ponerme a chupar almejas”, y estar a punto, con tan chocarrera sentencia, de provocarle un ictus isquémico a su pretendiente. Y, por último, también he descubierto el lado más ‘freak’ de un Carlos Sobera que, metido en faenas de Celestina con perilla, da la sensación de no saber realmente dónde se ha metido. ¡Carlos, majete, te mereces algo mejor que acabar de ‘telemamporrero’ en tan ‘cutresalchichero’ programa!

España, cual salvaje territorio Tinder alicatado hasta el tejadillo de geles Durex Play Feel. No somos más que eso. Una pringosa comunidad virtual para parejas de corta y pega. Rollitos de primavera con rellenos prostáticos. El flechazo braguetero y viperino de un San Valentín multisangriento. Un contacto sin tacto a partir del primer goteante manchurrón de una croqueta de bogavante vilmente chamuscada. Leones come gambas obligados a pagar la cuenta del grill-restaurante ficticio. España como fogosa aberración shakespeareana en la que dentro de la tele aparecen actorzuelos que se pavonean y se retuercen sobre el gazpacho de fresas silvestres algo menos de una hora, y luego ya nada más sobre ellos se oye. El chusquero libreto de un televisero sin escrúpulos. ¡Dispuesto a todo, o casi todo, por arañar un puntillo de ‘share’! De juzgado de guardia.