Tras la bola

Hablaremos de tenis, aunque también de viajes, ciudades, culturas y periodismo en primera línea de batalla. Porque hay cosas que no se ven, pero tampoco se cuentan.

 

Rafa Nadal se prepara para servir ante Sam Groth.

Rafa Nadal se prepara para servir ante Sam Groth. Reuters

Y Louis consiguió ver a Nadal

Junto a su madre, Louis estaba la mañana del martes esperando en una de las puertas de Roland Garros, en Boulevard d’Auteil. Con un chubasquero azul y unos pantalones vaqueros, el pequeño francés de seis años descansaba sentado en el suelo, pero con su ávida mirada recorría el entorno con la precisión de un cirujano, buscando objetivos para completar una complicada misión.

“Lo vamos a conseguir. Mi mamá me ha dicho que no me preocupe, que voy a ver a Rafa”, repetía el joven mientras la mujer paraba a un grupo de personas y empezaba a explicarles una historia muy especial.

En 2015, Amandine le prometió a su hijo que le llevaría a Roland Garros para ver jugar a Nadal después de tener que cancelar el viaje que tenía previsto para ese año por problemas familiares. Así, a finales de noviembre consiguió entradas para tres días (domingo, lunes y martes), después de que nadie le concretase la jornada en la que debutaría el español.

“Lo único seguro es que su estreno será antes del miércoles”, le dijeron a la mujer, que para no arriesgarse tomó la decisión de apretarse el cinturón, ahorrar un poco y comprar tickets para los tres días, convirtiendo lo que iba a ser un viaje de un día en una pequeña escapada. Así, el sábado por la noche los dos se montaron en el coche para recorrer los más de 450 kilómetros que separan Nantes de París. Lo hicieron con una ilusión evidente.

El martes, sin embargo, la ilusión se había transformado en desánimo. Los dos llevaban varias horas de guardia (desde antes de las ocho de la mañana), intentando alcanzar la meta que empezaron a perseguir a primera hora de la tarde anterior cuando se enteraron de una noticia que el pequeño recibió con un berrinche: a diferencia de lo que pensaban, la organización del torneo había decidido llevar el estreno de Rafael Nadal fuera de la central (a la pista Suzanne Lenglen, la segunda en importancia).

Pensando que el mallorquín jugaría su primer partido en la Philippe Chatrier, que nadie iba a sacar al nueve veces campeón del estadio más importante del torneo, Amandine compró las entradas de todos los días para esa pista. Y se equivocó, porque los organizadores decidieron enviar a Nadal a la Suzanne Lenglen, repitiendo lo que sucedió en 2015. Cuando se lo explicó a Louis, el niño se quedó con la cara descompuesta. Aunque el domingo y el lunes había estado en el torneo, aprovechando para ver otros partidos, el sueño era ver a Nadal, no a otro jugador. Quien tenga un ídolo podrá entenderlo fácilmente.

Así, su madre se puso manos a la obra con el primer plan que se le ocurrió. Por la noche, empezó a llamar por teléfono a algunos amigos que tenía en París, a ver si por casualidad alguno iba a Roland Garros el martes, tenía entradas para la Suzanne Lenglen y estaba dispuesto a cambiarlas por unas de la central, donde jugaban Andy Murray, Novak Djokovic o Serena Williams. Los intentos fueron en vano.

Como la opción de comprar unas nuevas entradas en taquilla estaba descartada, y acudir a la reventa no era tampoco viable, Amandine tomó una decisión a la desesperada: se puso el reloj bien pronto y le dijo al niño que todo iba a solucionarse. Llegaron a Roland Garros a las ocho de la mañana y la mujer se dedicó a parar a todos los que iban haciendo cola para entrar al recinto, ofreciendo el mismo trato que había propuesto la noche anterior: dos entradas de la Lenglen a cambio de dos entradas de la Chatrier.

A las 10.30 horas, minutos antes de que comenzase la jornada, dos serbios aceptaron el intercambio. Amandine había hablado con cientos de personas e incluso pensado en la posibilidad de contarle la situación a los de seguridad, a ver si se ablandaban. Sinceramente, menos mal que no lo intentó porque no están para bromas este año en París. 

Al final, Louis tenía razón: el pequeño francés que vino de Nantes en coche consiguió ver a Nadal y se marchó con una aventura que contar. Hay planes que funcionan y sonrisas por las que merece la pena intentarlo todo.