Opinión

La República de los miserables

Vista de la concentración convocada esta tarde en las inmediaciones del Parlamento de Cataluña. /Toni Albir (Efe)

Vista de la concentración convocada esta tarde en las inmediaciones del Parlamento de Cataluña. /Toni Albir (Efe)

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Llegó, como el peor de lo virus, la declaración de independencia de Cataluña, la que no quiere ver Rajoy y que firmaron los secesionistas. La consumación de un golpe de Estado que esconde el verdadero sentimiento que mueve a Puigdemont, la banda de anarquistas que le mantiene, y a esos miserables títeres que el día 10 de octubre, frente al Parlament, sintieron en sus carnes la amargura de la traición ante la cobardía de su president; aquel que, el día de la ignominia proclamó una República Catalana virtual y dos minutos más tarde la suspendió.

Los independentistas representan a ese pobre enfermo que niega su mal ante el espejo, pero se muere por dentro. Padecen los miserables de insolidaridad crónica, y para su caso ya no hay remedio en este reino. Lo que les corroe por dentro no es otra cosa que compartir recursos con el resto de los pueblos de España. Solidaridad con esa España de andaluces, extremeños, manchegos, murcianos, y asturianos, a los que tanto desprecian y humillan, y que hicieron grande a esa Comunidad con su trabajo. No nos engañemos, estos enfermos no anhelan nación alguna porque el más tonto de aquella región -y los hay por miles- sabe que nunca lo fueron. ¡Jamás!

Tienen transferidas todas las competencias del Estado menos las de Hacienda, que son con las que sueñan sus líderes políticos, han recibido en este año más de setenta mil millones de euros del Estado. Son más independientes que un lander alemán y viven en un Estado democrático y de Derecho, pero nada les es suficiente. Su mal es otro. Insolidaridad, mezquindad y corrupción. Recordemos que esa Cataluña que tanto padece es líder en casos juzgados por delitos de corrupción. Roban a España y pasarán a la historia no por sus logros, sino por sus miserias.

Llevan a Cataluña al más absoluto ridiculo internacional de la historia moderna, y en menos de una semana, han perdido el 50% de su PIB por la fuga de empresas y capitales. De seguir así, después serán las personas quienes tomen el camino de Aragón por la falta de seguridad jurídica y políticas xenófobas que unos y otros consintieron. Y sin embargo, hay que agradecerles que hayan despertado a España de su letargo. Si, han despertado al monstruo del pueblo, a ese que siente orgullo de ser español. A ese, al que no hay ejército que lo pare -como bien sabe Napoleón desde el infierno- y menos aún esos ciegos zombis que hoy cuentan calderilla en un despacho de la Generalitat y siguen mintiéndose y mintiendo a quien quiere escucharles. Son el lastre de un mito que solo ellos han derrumbado.