Opinión

Estaba el rey de España

Cientos de pancartas relacionan a Felipe VI con el tráfico de armas

Cientos de pancartas relacionan a Felipe VI con el tráfico de armas

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Que estaban allí, todos lo creyeron pero se equivocaron. ¿Dónde estaban los familiares de las víctimas? ¿Dónde, la España unida? Vastos grupos de lombrices se arrastraron sobre el tétrico pavimento. No obstante, hubo una duda: ¿compareció Lorca? Dijeron que sí, pero nadie supo decir para qué.

¿Quién fue el culpable de la matanza? De nuevo el misterio. El misterio es la tumba de los incompetentes y no se puede consentir. Entonces inventaron un universo religioso que lo cobijara, propiciatorio y primitivo como un numen. Para ello, no dudaron en tomar las antiguas rutas de los hombres perversos que conducen al sacrificio más dócil de todos los sacrificios: el chivo expiatorio.

Fue una exigencia. Lo exigía el democrático ludibrio de las mentes totalitarias y allí fueron convocadas. Allí, hambrientos de escarnio, los impacientes corifeos clamaron contra el cordero, contra el más culpable de los culpables. ¡Arrancadle el corazón! Y la parricida daga se hundió en las entrañas inocentes. Porque allí, perfecto, auténtico, incólume frente al vociferante aquelarre del terror, nadie estaba. Absolutamente nadie. Salvo el aplomo de un hombre estoico y justo: el Rey de España.

¿A dónde se fue la sangre de las Ramblas de Barcelona? ¿A dónde, mientras el tráfico del miedo desfila tranquilo por Madrid? Tampoco nadie sabe nada. Y por eso se edulcora el espanto. Por eso ningún temor cruje en el raso cráneo de aquella tarde catalana. ¡No tinc por!, gritaban los fieles edecanes. Estupendo. La siniestra facundia del aforado se alegró. Y al final, bajo el velo del olvido más cobarde y sarraceno que jamás contempló el Islam, susurró esta vocecita: “sólo nos abuchean unos pocos maleducados, afortunadamente”.