Opinión

Confesiones para seguir viviendo

  1. Opinión
  2. Blog del suscriptor

Cuando crees que todo va a vencerte que no hay nada a lo que agarrarse. Cuando comprendes que no te han enseñado cómo salir ahí fuera y enfrentarte a la verdad, a la vida, al dinero, al papeleo, a lo que vas aprendiendo poco a poco. Sin embargo, esta vez te ha tocado memorizarlo todo de golpe y de una sola vez.

Ahora recuerdas aquellos años de infancia donde el único problema que tenías era ir al colegio, esa gran preocupación de niño. Pero que en realidad se pasaba en cuanto llegabas porque te encontrabas con los amigos de clase, los amigos con los que hacer rabiar a los profesores. Al final le cogías el gustillo.

Podíamos ser malos. Podíamos tirar ventanas al suelo, que es lo que realmente pasó, aunque fue sin querer todo hay que decirlo. Desde un cuarto piso tiramos una ventana corredera enorme, por hacer el cafre acabó chocándose contra la máquina de refrescos. Justo en ese momento entró la profesora de matemáticas y al ver la cuadra de enanos que nos encontrábamos allí con caras de susto. A los protagonistas de la aventura nos dejaron sin excursiones, estábamos en primero de la ESO, menos mal que estábamos en mayo.

Del susto que me llevé aquel día me bajó la regla, tenía 12 años. Pero las travesuras no cesaron: usábamos extintores sin que nos vieran y los dejábamos vacíos, nos escapábamos gateando de clase, hicimos dimitir a tres profesores de música porque no soportaban al triángulo de las Bermudas, como nos llamaban.

Al profesor de plástica lo poníamos de los nervios, tanto que una vez dio un puñetazo en la mesa y se le reventó una vena ensangrentándolo todo. Recuerdo un balón de baloncesto chocando contra un cristal, estuches volando por las ventanas que daban a la calle. Nos escapábamos corriendo al patio antes de que llegaran los profesores para fumar los primeros cigarros de la vida, entre toses y el sentirnos malotes que nos hacía tan felices.

Pero un día, de pronto, encuentras algo desconocido, todo lo anterior desaparece, la preocupación por ir al colegio desaparece, pero llegan una nebulosa de desconocimiento: ¿cómo se pagan las facturas? ¿Qué hago? ¿Tengo que trabajar? Pero, ¿dónde?, ¿cómo empiezo? El patio del colegio lleno de niños se convirtió en una prisión, en algo gris y oscuro, que daba miedo. La única manera de salir era a golpe de fuerza, intentando imitar a los mayores, aún siendo una ingenua. Contar tu situación a gente que no era  buenas personas, pero de ese desconocimiento también se aprende.

La primera vez que sentí que era mayor entré a trabajar en un bar, estás satisfecha porque lo has conseguido y te sientes agradecida. Pero un día comprendes que se están aprovechando de ti, que tienes 16 años y cobras 200 euros trabajando en un barrio malo desde las cuatro de la tarde hasta que se fuera el último puñetero borracho. Un borracho al que llegué a odiar, a día de hoy lo sigo haciendo. Pensar que puedes volver a ese punto de partida da miedo.

Estuve cinco meses ahí enclaustrada, hasta que un día cualquiera, un día infernal más para mi, me subí a una escalera a limpiar la estantería donde se ponían las botellas, y me caí y me rompí la tibia. Por supuesto, no hubo ningún tipo de contemplación, me ví en la calle y no podía decir absolutamente nada porque te están haciendo un favor pagándote 200 miserables euros aún siendo menor. ¿Qué haces en esa situación así? 

En ese momento, además, no podía alzar la voz, tampoco sabía cómo hacerlo. En ese momento sentí que todo se acababa, no había ni una sola salida. ¿Cómo ganar dinero? ¿Cómo vivir? ¿Cómo hacer que una niña de 12 años intentase llevar una vida normal? Es imposible, se da cuenta a pesar de su niñez.

Puede que ese barrio que hoy intento dejar como sea, de manera inesperada, de forma aprovechada por lo mismo, por las circunstancias que atraviesa un barrio humilde de Madrid, por lo que hay, lo que se ve, lo que se mueve, trapichean, es, aunque siga siendo Madrid, ser otro modo, otra forma de vida, hay muchas otras realidades, no es tan lejano como mucha gente cree, la subsistencia para seguir viviendo y pagando facturas.

Estuve un mes entero con la pierna escayolada, como estudiaba, seguí estudiando, pero había que comer también. Éramos dos bocas y una de ellas muy pequeña. Duró unos meses, pero la vida te da otro susto, te da lecciones muy duras. Sin embargo, a la vez te muestra que ese camino hay que dejarlo, que vendrán cosas buenas, pronto, pero no por ahí, al menos en mi caso, cuando sientes el miedo de esa manera, y todo lo que te juegas, enseguida recapacitas. Y así fue cómo de estar viviendo la realidad de la periferia de Madrid y encontrar trabajo en un pub, pasé a terminar mis estudios y a encontrar trabajo en un Hospital con contrato. Hasta el día de hoy ha sido un no parar, cada vez avanzando más y dejando todo aquello en el pasado. Aunque haya veces que piense que ojalá volviera a esa época donde hacía rabiar a los profesores, ignorante de todo. Aprovechar cada momento de la vida, cada etapa, es lo que he aprendido.