Opinión

Canción de furia y fuego

Donald Trump.

Donald Trump. Reuters

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Como si de un disco rayado se tratase, el presidente de los Estados Unidos y el líder supremo de Corea del Norte andan estos días intercambiando bravatas y amenazas sobre la furia y el fuego sin precedentes que caerán sobre el país contrario. Sin duda, no es la primera vez que sube la temperatura dialéctica entre el régimen juche y EE.UU. y sus aliados, más bien protegidos, en la región -Corea del Sur y Japón-, pero en esta ocasión hay diversos factores que lo diferencian de alardes anteriores y deberían encenderse ciertas alarmas.

El principal factor desestabilizador es, sin ninguna duda, Corea del Norte. Esta dictadura comunista -valga la redundancia- es posiblemente el régimen más hermético, represivo y cruel de cuantos existen, lo que en sí mismo es un factor de desestabilización. Sin embargo, ni el padre ni el abuelo del actual monarca de la dinastía Kim generaron la alarma actual, pese a los intentos de invasión de Corea del Sur a través de túneles por debajo de la DMZ, ni tampoco cuando torpedearon un barco surcoreano causando 46 muertos en 2010. Y esto es por dos factores: el primero es que Kim Jong Un se ha hecho completamente con las riendas del país. Él se ha deshecho de quienes podían suponerle un estorbo, como su propio tío Jang Song Chaek, ha reubicado a otros altos cargos, ha normalizado el funcionamiento institucional recuperando los congreso cuatrienales del partido único, y se ha rodeado de una cúpula que comparte su visión del byung jin, es decir, el desarrollo económico y desarrollo nuclear de forma paralela.

Kim está consiguiendo ambos objetivos, se calcula que la economía norcoreana creció un 3,6%  2016, el 75% de las rentas de los campesinos proviene de mercados Jang Madang, donde por primera vez pueden vender los excedentes, pero también se sabe que ha realizado pruebas exitosas con bombas de hidrógeno, dispone de cabezas nucleares, y tiene capacidad para montarlas en los misiles balísticos ICBM capaces de transportarlas a miles de kilómetros.

A ello hay que unir el nada desdeñable factor Trump, a quien le ha tocado lidiar con el fracaso de la estrategia de las administraciones Clinton, Bush y Obama de impedir que los norcoreanos se hagan con armamento nuclear. Sería injusto responsabilizar a Trump de dicho fracaso, pero no comparto la tesis de quienes defienden que usar la misma retórica exaltada de los Kim sea útil por usar el lenguaje que entienden. Se puede demostrar firmeza sin necesidad de echar gasolina al fuego, al menos no el presidente, máxime habiendo millones de vidas en juego, sobre todo en Seúl. Pero sobre todo, es un error estratégico ceder a China, una dictadura como la norcoreana aunque varíe el nivel de intensidad de la represión, el papel de mediador sensato en el conflicto. Cierto es que no hay solución al dossier coreano sin China, pero China no es la solución, porque su interés está en mantener el status quo.

¿Y la posición europea cuál es? Pues una vez más, de momento ni está ni tampoco se la espera. Quizás algún comunicado el 14 de agosto tras el Comité de Política y Seguridad convocado por Mogherini. Pero se echa en falta un debate serio, cada vez más urgente, sobre la seguridad y defensa de los europeos en materia de armamento nuclear, máxime cuando el brexit implica la salida de la mitad de nuestro arsenal de disuasión, que se reducirá exclusivamente al francés.

A la espera de una solución definitiva a un conflicto que se acerca a su septuagésimo aniversario, queda esperar que el invierno aplaque el acaloramiento verbal actual, porque en el juego nuclear, a diferencia del de tronos, aunque ganes, mueres.