Opinión

El hombre que sobrevivió a una bala

Monumento al Pequeño Insurgente.

Monumento al Pequeño Insurgente.

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Mientras paseaba por la calles de Varsovia una fuerte tormenta eclipsó el cielo, comenzó a llover desesperadamente y a tronar -y yo sin paraguas, como no-. Me metí a esperar al tranvía, subí en él y me senté en frente de un hombre, muy pintoresco, con gafas redondas, ojos azules, melena larga rubia adornada con una gorra de su equipo de fútbol polaco.

El hombre, para mi sorpresa, comenzó a hablarme en inglés, le corte rápidamente diciendo que no hablaba inglés, que era española -de esto que te entra miedo de hablar con alguien desconocido en otro país- y rápidamente me habló en español, me preguntó cómo me llamaba y que si me estaba gustando Polonia. El hombre tendría con unos 70 y muchos años y me preguntó qué era lo último que había visto, respondí que el monumento del pequeño insurgente -una escultura de un niño, que lleva puesto un casco demasiado grande, y sujeta una metralleta que recuerda a los niños heroicos que lucharon contra los ocupantes durante el Alzamiento de Varsovia, en el año 1944-.

Entonces comenzó a contarme su historia, sus padres vivieron la ocupación nazi, él era un niño que con 10 años quiso ver como otros muchos a los famosos alemanes, no sentía miedo sólo quería ver cómo eran. Cruzó al otro lado para verlos, había disparos y muchos adultos corriendo y de repente alguien le puso un casco en la cabeza, se asustó. El casco le pesaba mucho y le quedaba grande.

Se quedó quieto por unos segundos y en ese tiempo se oyó un disparo… El pequeño sintió cómo le caía sangre a la cara, era su propia sangre, le dispararon y la bala se quedó incrustada en la frente del niño, en el casco, la mitad había tocado la cabeza y la otra mitad la había frenado el enorme casco que le habían puesto. Salió de allí corriendo.

Me quedé callada frente al hombre y él también compartió el silencio. Con su mano derecha agarró la gorra que llevaba puesta y se la quitó, y vi la gran cicatriz que tenía en la frente de aquella bala que se quedó a mitad de camino de matarle. Me quedé helada. Aquel monumento también le conmemoraba a él.

Pero muchos años después, según me contaba, la suerte del ejército de Hitler acabó y al fin fueron liberados por los rusos, pero era una liberación falsa. Me contó que desde el principio el objetivo no era salvar al pueblo, sino imponer el comunismo, salir del nazismo para meterse en él, en un sistema que controlaba sus vidas constantemente.

Les daban bonos de comida para 30 días con unos cuantos gramos de harina, leche, seis cigarrillos, algo de pan… la vida era el trueque, lo que uno no quería lo cambiaba. El hombre me decía: “Todos teníamos trabajo pero nadie trabajaba, todos teníamos comida pero no había nada que comprar, todos teníamos casa, pero cuando llegaba habías esperado 15 años, eso era el comunismo aquí”.

Incluso me contaba que por aquellos años tan duros y tantos asesinatos perpetrados la mentalidad de muchísimos polacos sigue contaminada por el miedo, por ejemplo: “Si alguien está repartiendo unos panfletos para turistas en otro idioma, algunos polacos se ponen a hacer cola, y cuando les preguntas para qué lo quieren, si ni siquiera lo entienden ea gente responde: '¡Por si acaso!'”. Una mentalidad fruto del comunismo, aquel miedo de no tener nada. Me decía que "en cuanto una tienda en toda Varsovia llenaba comida todo el mundo hacíamos cola" y así se fue marcando la personalidad del pueblo polaco.

Del nazismo al comunismo, siempre controlados. Varsovia era una ciudad destruida que fue levantada por completo, había edificios comunistas por todas partes. Hoy son personas que aún tienen ese tono gris en la piel y del que poco a poco parece que van liberándose.