Jubilación

Las personas mayores también aprendemos

Una guitarra clásica en una imagen de archivo

Una guitarra clásica en una imagen de archivo

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El mes pasado me invitaron a una fiesta en homenaje a un familiar que se jubilaba y me dijeron que les gustaría que les ofreciera algunas de las canciones que había aprendido a tocar con la guitarra. Les hice ver que yo solo era un aprendiz de la música, que mis conocimientos eran de principiante ya que cuando me inicié en ello fue después de haber recorrido un largo camino desde mi temprana jubilación, motivada por ese fenómeno que nos trae de cabeza a todos que le llaman globalización.

El caso es que después de haber dedicado dos años al estudio de la Gerontología y de la problemática de las residencias participando en charlas y actividades en centros de mayores me introduje en el mundo de la literatura, el arte y la pintura habiendo realizado más de 40 óleos y otras tantas acuarelas. Como mi mente es inquieta y apasionada dejé la pintura y me apunté en la Escuela de música de mi pueblo. 

Comencé con 60 años a aprender solfeo y a introducirme en la practica de la guitarra clásica. Cuando quise darme cuenta descubrí la música como lenguaje integrador que enriquece nuestro cerebro, forma parte de nuestra naturaleza. También valoré la dedicación y profesionalidad de los músicos, aspecto muy poco considerado en nuestras instituciones (por cierto la escuela de música la cerraron con la excusa de los recortes). 

No obstante sigo adelante con mi aprendizaje en una orquesta de guitarras dirigida por uno de los profesores que quedaron en el paro. Tocar un instrumento musical y hacerlo de la mejor manera llegando a cada nota en el momento adecuado es más difícil de lo que yo había imaginado. Requiere mucha constancia y dedicación, aunque ahora a los 70 años he llegado a interpretar alguna que otra partitura e incluso a veces llego a tiempo a las corcheas y a las negras con puntillo, lo que me produce una gran satisfacción y me anima a seguir aprendiendo.

El caso es que he dejado atrás el motivo por el que empecé este relato pero ahora mismo vuelvo a él. Me tomé en serio el ofrecimiento para participar en el homenaje con mi guitarra y comencé a preparar dos obras que hacía tiempo venía practicando. Una era  la La lágrima de Francisco Tárrega y la otra El Vito de García Lorca -adaptación de José de Azpiazu- y por fin llegó el día de la fiesta

Salí al escenario y me dirigí a todos las familias del pueblo que habían sido invitadas: padres, madres, abuelos, nietos... todos muy contentos, sobre todo porque las bebidas y los postres habían colaborado sobradamente a ello. Después de presentar las obras, como conocedor de su nueva situación, me dirigí al nuevo jubilado dándole la enhorabuena y haciéndole ver que la vida continúa y que lo que quiera hacer con ella dependerá de sus gustos y proyectos motivadores y sin más me senté cogí la guitarra, me acercaron el micrófono, afiné las cuerdas y empecé con La lagrima. 

Al poco tiempo y después de los primeros acordes me ví rodeado de los niños que por allí correteaban. Tal fue mi asombro y desconcierto que pensé que lo mejor era cambiar las melodías previstas y decidí tocar La chata Merengüela y la Canción de la abuela vihuela.

Los niños se quedaron muy contentos y yo también.