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Política de las habilidades

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Claude-Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon, considerado el padre del movimiento positivista en filosofía, fue quien acuñó el término de capacidades o habilidades para referirse a los poderes o fuerzas constitutivas de la moderna sociedad industrial, de la que ha quedado como su gran visionario.

Una prueba de su influencia a largo plazo es precisamente la denominación tan extendida de la palabra sistema para referirse, en la actualidad, a las estructuras políticas dominantes en países altamente industrializados como USA y la aparición de una oposición política anti-sistema de movimientos alternativos en la segunda mitad del siglo XX, que revive hoy en los llamados Indignados. Solo por ello, habría que considerar hoy al conde de Saint-Simon como más profundo en muchos aspectos que sus grandes admiradores, Engels y Marx, los cuales lo consideraban un Socialista utópico. Pues, Marx y Engels se consideraban Socialistas científicos, aunque el hundimiento del Socialismo soviético, que se inspiró en ellos, ponga en cuestión tal pretendida cientificidad.

Pero, si se lee al conde de Saint-Simon -cosa que en español es difícil, pues apenas está traducido- se comprueba que propiamente no era ni socialista ni utópico. No era socialista, porque hablaba de una emergente sociedad industrial de productores en la que las fuerzas dirigentes debían ser los empresarios y no los obreros. No era utópico porque su concepción de una sociedad nueva basada en dos nuevos poderes, uno terrenal -los productores: empresarios y obreros- y otro espiritual -los sabios creadores: científicos, filósofos positivos y artistas-, que debían sustituir a los poderes de la sociedades militares, antigua y medieval -guerreros y sacerdotes, se han cumplido en la llamada sociedad postindustrial del conocimiento o sociedad industrial tecnológica analizada en el siglo XX por la Sociología de R. Aron, Daniel Bell, Dahrendorf, etc-.

Saint-Simon pensaba que, en dicha sociedad futura, el gobierno de las cosas sustituiría al gobierno de los hombres, transformando a los políticos, de temidos gobernantes que someten a la sociedad a sus intereses de mera dominación, en serviciales administradores que velan por su bienestar. Marx y Engels se apropiaron de esta Idea para definir la sociedad comunista que proponían. Pero, en esto tergiversaron a Saint-Simon, quien no creía que pudiese desaparecer la política, ni el Estado, en la sociedad industrial del futuro, sino que esta continuaría, pero no ya como política del poder, sino como politique des habilités.

Pues, con la aparición de la sociedad industrial, en la cual la riqueza social se obtiene fundamentalmente de la explotación de la naturaleza con la guía de la ciencia, a diferencia de lo que ocurría con las sociedades preindustriales, en las que la riqueza derivada de la explotación del trabajo humano por medio de la violencia que da la superioridad militar y guerrera, debe cambiar necesariamente el modo de organizar la esfera política. Por ello, el poder de organizar la sociedad ya no reside en la mera fuerza, sino en la habilidad para dirigir y ejecutar las tareas productivas de las que depende el bienestar y progreso de la sociedad humana.

Las habilidades o capacidades, tanto manuales como intelectuales, de crear riqueza por la industria y la ciencia, son ahora las actividades que deben presidir la nueva sociedad, que es, por tal razón, de naturaleza pacífica y requiere una gran libertad y descentralización para su correcto desarrollo. Como consecuencia de ello, por la naturaleza universal, global o transnacional de los intereses industriales y científicos, el Estado nacional moderno, aunque no desaparece, debe ser descentralizado en dos direcciones: hacia abajo -nivel regional- y hacia arriba -nivel confederal-.

Saint-Simon contrapuso su sistema industrial al sistema feudal, hoy ya superado en los países más industrializados, pero también advirtió de las formas de transición de gobiernos y parlamentos controlados por metafísicos y legistas. Son hoy estas fuerzas de transición las que se están convirtiendo en un freno para el progreso de la sociedad.

Es en el jacobinismo de la Revolución francesa donde el propio Saint-Simon, que la vivió, percibe un serio peligro para el progreso de los industriales y científicos. Saint-Simon proponía, frente a esta nueva versión jacobina de la política del Poder, que se remonta a Maquiavelo, una política de las habilidades. Pero para ello habría que convencer al electorado que se deben exigir unos mínimos de experiencia académica o industrial para acceder a los parlamentos de una sociedad altamente industrializada, en la que sobran leguleyos, gente sin profesión, o profesionales del poder, demagogos que llenan su boca con metafísicas soberanías o absolutismos populistas, etc.