Opinión

El terrorismo acústico

Un avión sobrevuela un barrio.

Un avión sobrevuela un barrio.

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No tratamos de banalizar el término terrorismo ni los atentados con bombas, tiros o atropellos. Sino llamar la atención sobre otras víctimas que sufren a menudo en silencio los daños en su salud mental y física por lo que eufemísticamente se suele llamar contaminación acústica. Existe un tipo de ruido inherente al desarrollo (el que producen por ejemplo, los coches y los electrodomésticos) y otro al subdesarrollo (el que generan innecesariamente las personas). Aun así no todos los países desarrollados generan el mismo grado de ruido. Alguna razón habrá, y ésta es básicamente de tipo cultural, una cultura de alta tolerancia y comprensión hacia el ruido.

Se dice que los españoles somos dados a la fiesta, al ruido y a comer y beber hasta altas horas de la madrugada. Pero no siempre ha sido así. Hasta pocos años éramos un país mayoritariamente rural, que se levantaba pronto para trabajar el campo y donde el derecho a la siesta prevalecía sobre el derecho a la fiesta. Clarín comienza La Regenta así: “En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo”. Richard Ford describía todavía en 1845 a las ciudades españolas como silenciosas. Y en tiempos de los romanos los franceses eran los más famosos por su afición al vino (lo que facilitó la invasión de las Galias) mientras los españoles pasaban por austeros y sobrios. Todavía a principios del siglo XVIII Jerónimo Feijoo (Teatro Crítico Universal) decía: “Los españoles son graves, los franceses festivos. Los españoles constantes, los franceses ligeros”. ¿No tiene estas características algo que ver con el lugar que ocupábamos en el mundo entonces y el de ahora?

El peor insulto que un español puede recibir hoy es ser un aguafiestas. Este cambio cultural lo ha descrito A. Muñoz Molina (Todo lo que era sólido): “Viví de cerca los primeros años de la gran expansión de la fiesta como dádiva populista, como afirmación identitaria (…), como imposición tiránica del derecho a la juerga y al ruido sobre el derecho al descanso o al sueño o a la tranquilidad”. De hecho, Madrid ha sido considerada la capital europea del ruido con una media de 70 decibelios mientras la media recomendada a nivel europeo es de 55. ¿De verdad no podemos vivir más -y mejor- con menos ruido?

Bajo el lema: “Yo en mi local, casa o habitación puedo hacer lo que me da la gana” se consolida el derecho a molestar a los demás, debiendo estos aguantarse, como si fuera legítimo lanzar piedras desde la ventana y quienes las recibieran en sus cabezas no pudieran quejarse. Es cierto que las paredes son a menudo de papel y que la construcción no cumple las normas básicas de insonorización ni siquiera las propias especificaciones técnicas del folleto de venta. Pero también que solemos pensar muy poco en los derechos de nuestros vecinos. Basta vivir cerca de un aeropuerto o encima de un bar, de una patera de Erasmus, o tener por vecino a un amante de las fiestas, de poner la TV alta o de las cenas grupales hasta que se canse el último… Nadie va a pensar en ti. La solidaridad es para los lejanos, no para el que vive a tu lado o comparte medio de transporte.

Y no es por falta de legislación. El art. 18.1 de la Constitución prevé “la intimidad personal y familiar”, y el 18.2 “la inviolabilidad del domicilio”. La Directiva 2002/49/CE sobre evaluación y gestión del ruido ambiental fue incorporada por la Ley 37/2003. Y cada municipio cuenta a su vez con una Ordenanza sobre contaminación acústica, en ocasiones muy detalladas. El problema es que estas normas raramente se cumplen.

Los extranjeros vienen a divertirse a nuestro país con nuestras costumbres, pero luego vuelven al suyo a trabajar y vivir con las suyas. Lo cierto es que cada vez dormimos menos horas y peor, lo que redunda en una menor productividad y un incremento del estrés, la ansiedad, enfermedades cardiovasculares y mentales. Aproximadamente un 30% de la población padece trastornos relacionados con el sueño y el tiempo medio se ha reducido al menos un 20%. El ruido genera cortisol, la hormona del estrés, mientras la serenidad, el silencio y el sueño segregan serotonina que mejora nuestra claridad mental, calidad de vida y retrasa el envejecimiento celular. Una sociedad que grita no escucha, y mucho menos se escucha a sí misma. Padres que gritan a sus hijos, hijos que gritan a sus padres, jefes gritones que crean mal ambiente laboral…

Y sin embargo siempre parecen ser más los que más gritan y liderar el discurso social aunque no lo sean y no lleven razón. Según una encuesta reciente realizada por Spotify los españoles escuchan un 30,84 por ciento más de música clásica que el resto del mundo. Y cuando se puso en marcha la iniciativa del “vagón silencioso del AVE” a los pocos minutos se acabaron los billetes.

Como decía Isaiah Berlin tiene que haber un espacio en el que nos “dejen en paz”, qué menos que sea la propia casa. Basta un cambio cultural y construir mejor. La salud lo agradecerá.