Opinión

No es sólo una beca

Banderas de Europa ondeando en Bruselas.

Banderas de Europa ondeando en Bruselas.

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Ahora que estamos en el mes de mayo uno echa la vista atrás y ve que ha sido un año muy largo. Llegué aquí el 9 de septiembre, saliendo por primera vez de mi ciudad (nada menos que 3000 kilómetros) y de casa de mis padres. Les escribo estas palabras como mi particular homenaje a la beca Erasmus, y es que sin ella yo hoy no sería otra persona.

No utilizaré este espacio para hablarles de las condiciones de los 20 metros cuadrados que empecé compartiendo con dos desconocidos, y a los que ahora considero hermanos. Tampoco les daré detalles sobre las veladas que parecen no acabar nunca, porque no haría más que darles motivos para alimentar el fuego de aquellos que creen que esta beca sirve para subvencionar el turismo de borrachera.

Voy a usar estas palabras para contarles aquello que nunca se cuenta del Erasmus. De lo que me llevo de vuelta a España y que es mucho más valioso que cualquier otra cosa.

De este año me llevo un idioma, el inglés. Llegué aquí con el mínimo nivel para que me aceptaran, el deficitario inglés de la educación obligatoria, y termino pudiendo tener conversaciones académicas o sobre cualquier tema, que no es poco.

Me voy habiéndome impregnado de otras culturas y formas de pensar. Alemanes, polacos, italianos, franceses, portugueses, australianos, griegos, turcos, austriacos, croatas.... Jamás podré transmitirles todo lo que me habrán aportado estas personas a mi vida. He tirado abajo tópicos que los españoles nos creemos innatos a nuestra nacionalidad. He comprobado el humor (sí, lo tienen) pero a la vez la honestidad y la rectitud alemana. He visto cuán diferentes pensamos y actuamos de los pueblos eslavos, pero también he comprobado lo fácil que es entendernos con ellos. He amado la pasión de los balcanes y sufrido con sus ideas nacionalistas. He hecho grupo con los italianos gracias a nuestra mediterránea manera de vivir la vida.

Por supuesto, a este año también le debo haber cruzado 11 fronteras de momento. He estado en rincones de los que habría dudado su existencia y he descubierto que vivimos, sin ningún tipo de duda, en un mundo que merece la pena cuidar.

He pasado semanas sin ver el sol, y he visto por primera vez en mi vida nevar, que no la nieve. He sentido las bajas temperaturas, las de verdad, en los huesos. ¡Y es que uno no sabe lo que es el frío hasta que ve el imponente Danubio congelado! Sin duda, esto explica muchas cosas en la forma de pensar de las distintas naciones del viejo continente.

Me llevo experiencia académica. Otra forma de trabajar, actuar, organizar y pensar. Ni mejor, ni peor, simplemente diferente. Y por cierto, créanme, a pesar de lo que se dice la he tenido y mucha.

Y por último lo más importante de todo. Me traje a mi país en el corazón, y este año no ha hecho más que darme motivos para quererlo. Vuelvo sabiendo que España es una nación puntera en el mundo en cuanto a tolerancia con el diferente. Un país de mente abierta que acepta a las personas como son. Valoro muchísimo más nuestros servicios públicos y por supuesto nuestra joya de la corona, la sanidad. Y ahora sé, que a pesar de lo que parece, somos un pueblo cercano que cuida muchísimo los unos de los otros.

Solo puedo terminar pidiéndoles reflexionar si merece la pena educar así o no, y dando las gracias a la Universidad de Málaga, la Junta de Andalucía y la Unión Europea por esta oportunidad única en la vida.