Opinión

La enfermedad del nuevo rico

Paris Hilton y su perro.

Paris Hilton y su perro.

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Lujos, vida de dinero, ostentación, vivir para enseñar… Puede que la vida de un nuevo rico se resuma en la fácil y hortera marca de ropa cuyo logotipo tiene que ser de unas dimensiones exageradas, que no quepa en una foto de Instagram, que se vea ese nuevo estatus conseguido, diferenciador de clase social, de la abrumadora vergüenza que produce a los demás comprar ropa, tecnología, coches… no porque les guste, sino para mostrar al mundo la firma a la que pertenece y así poder imaginar el dineral gastado.

Es un mundo coherentemente abismal al de un verdadero rico, una persona que tiene mucho dinero pero sin embargo no presume de ello, es uno más, elegancia personificada, educación exquisita, no hace sentir a los demás inferior, esa es la gran diferencia entre unos y otros, esa clase que es natural, que los verdaderos ricos tienen y los nuevo rico intentan imitar fallidamente.

Esa obsesión de presumir de lujos en cada momento, subir a las redes sociales la fantástica y a la vez mediocre vida que viven, que nos enteremos y les envidiemos, ese es el efecto. Aunque no caen en esa mediocridad, puesto que nos quieren hacer creer que todo es maravilloso, ¿Paris Hilton? Es una muerta de hambre a su lado.

No por tener el logotipo más grande impregnado en un trozo de tela se tiene clase, lo cierto es que, parece que la obsesión del nuevo rico por ello es como la política y la ambición, van unidos, engancha, y quieren engancharnos a los demás. ¿Elegancia de Angelina Jolie? ¿Hombres como Brad Pitt? ¿Puede que como Jane Fonda? ¿Quizá la clásica vestimenta y extremadamente elegante de Audrey Hepburn? ¿La maravillosa combinación de ropa de Robin Wright? No.

Nos encontramos con personas adictas a la capa más superficial del dinero y la diferencia de clases, ellos mismos lo hacen saber, notar, incluso pueden decírtelo, decir aquel dinero que tienen y en que se lo gastan, cada exclusiva y horrorosa adquisición desear decir en el fondo cuánto ha costado. ¿Sabéis qué? No nos importa, un verdadero magnate no presume de donde vive, ni en qué tipo de vivienda, tampoco de los servicios que tiene, es obsceno, es hablar dinero, aposta, sabiendo que el de al lado no puede permitirse lo mismo, unas guerras entre nuevos ricos que dan vergüenza ajena al mundo que mira a su alrededor, parece una batalla entre Terminator, cada uno en su debut sacando el arma más poderosa y grande.

¿Quién quiere hacer un cruce de piernas como el de Sharon Stone en Instinto Básico? Nadie, pudiendo hacer lo más basto que se os ocurra hasta sonrojar al roce de estallar del gran patetismo que nos hacen ver. La Sharon Stone nueva rica sería un cruce de piernas donde se la viera en la gran pantalla el tanga con las letras enormes de Calvin Klein, D&G o quién sabe qué, nada de elegancia, nada de misterio, las letras bien enormes, si no ¿Para qué?

Lo cierto es que es una enfermedad adictiva, si os fijáis, no es tan diferente de esa raza gitana que tanto critican, odian y no pueden ni imaginar, no son tan distintos, fijarse en la ostentación de un rico gitano, lleno de oro, lleno de logotipos, gafas con una firma enorme en las patillas, coches que aunque te recorras una Europa entera, no empezarás ni a calentar. Esa enfermedad está llena de contagios, nos contagia, es así, desde el reallity show televisivo donde a día de hoy podemos ver casi cualquier cosa y defendiendo cualquier chorrada con aires de autoridad y razón, pero lo vemos, en el fondo queremos verles en su supuesta vida que nos enseñan tan fina y lujosa.

¿Alguien conoce ese dicho? Si, ese dicho que tanta razón contiene en casa palabra… ¿Cómo era? Ah sí: aunque la mona se vista de seda… Es la mejor descripción para este tipo de colectivos, un quiero y no puedo, pero aún así, los demás tienen que pensar que puedo lo que quiero. Quizá los valores de una persona que nada tiene sean los más codiciados en el fondo del corazón de oro de 24 quilates, adornado con diamantes enormes y una firma en un color dorado de cualquier marca de la calle Serrano, aunque aún no lo sepan por su ceguera.